Marzo 19, 2024

8 Tesis sobre el Fascismo

 8 Tesis sobre el Fascismo

Mientras la izquierda “debate” y parlotea apelando a la razón y su universalidad, el fascismo avanza a pasos agigantados por cada hermosa frase con la que la izquierda condecora a la humanidad. Si las izquierdas no ofrecen esperanzas –es decir, la liberación de los afectos- no serán capaces de movilizar afectos. 

1.- El fascismo es un dispositivo de territorialización afectiva. Fascismo designa, pues, una técnica de poder orientada a la producción de identitarismos en conflicto: el “migrante” versus el “nacional”; “terroristas” versus “demócratas”; el “comunismo versus libertad”, “Anarquismo versus orden”; el “feminismo versus la familia” entre otros. El fascismo es la técnica que conduce a las masas a la guerra contra un otro.

2.- El fascismo es el discurso de la aceleración histórica. Justamente en este rasgo se advierte la estelar distancia con la revuelta: esta última implicó una “suspensión del tiempo histórico”[1]; el fascismo, en cambio, siempre apunta a “acelerar” un proceso capitalista: en el caso de Iquique, la violencia contra la población venezolana puede verse como una práctica de “acelerar” el proceso de la expulsión migrante. En la Alemania nazi, todo consistía en “acelerar” la venida del Tercer Reich a través de la perpetración del exterminio judío[2] y, en el sionismo cristiano actual, todo consiste en “acelerar” la segunda venida de Cristo impulsando la consolidación del Estado sionista en Palestina y su cruda y multiforme colonización[3]. Por eso el fascismo, como dispositivo de aceleración, no solo se articula como “vanguardia” contrarrevolucionaria del capitalismo (a pesar que hable en su contra), sino que, además, no constituye una “anomalía histórica” a la modernidad, sino como su mismo rasgo estructural que expone como su propio devenir hipertrófico[4].

3.- El fascismo contemporáneo se llama “neoliberalismo”. El fascismo histórico, aquél que la literatura liberal ha llamado “totalitarismo” representa tan solo una fase del devenir fascista de lo moderno, una fase que está marcada por el carácter “estatal-nacional” del orden político y económico.  Sin embargo, el fascismo histórico se ha transfigurado desde el carácter “estatal-nacional” hasta su devenir “económico-gestional” bajo la forma de la lucha por la competencia planteada, desde el principio, por el régimen neoliberal. El término “populismo” que las academias han elegido elegantemente para la expresión fascista del neoliberalismo está equivocado pues se plantea, de inmediato, en la forma de un personalismo orientado a romper con la institucionalidad oligárquica clásica. Frente a eso, solo resta restituir la casta clásica para que el elemento fascista quede neutralizado por algún tiempo. Sin embargo, denominar “fascismo” bajo estas condiciones permite analizar mucho más profundamente el fenómeno como parte estructural del devenir capitalista y, por tanto, como la expresión de la razón neoliberal en su desnudez; instante en que ella muestra que no necesita de ninguna democracia para subsistir, sino solo, la facticidad del capital. El fascismo de nuevo cuño al que asistimos encuentra en el neoliberalismo su forma económico-gestional: cuando la democracia y las instituciones republicanas han sido destruidas desde su propio interior por la multiplicación de dispositivos para “acelerar” la velocidad del capital (un dispositivo bancario para “acelerar” una transacción” expresa dicho fascismo), entonces figuras como Donald Trump, Jair Bolsonaro y sus símiles pueden perfectamente apropiarse del gobierno y su poder político porque este último ya está completamente horadado por las reformas neoliberales que los “demócratas” les han ido inoculando.

4.- El fascismo es mitológico y, por eso, afectivamente eficaz. Al territorializar los afectos el fascismo produce mitos. Podríamos decir, que el fascismo no es más que la producción incesante de mitologías que redundan en su pasión por el nómos de la tierra, reivindicando así el origen, fundamento o autenticidad de algo (la raza, el espíritu, la nación o de la “derecha”). Habitual e históricamente las izquierdas han errado su estrategia frente al fascismo porque le han enfrentado desde la argumentación racional, intentando educar al pueblo a partir de la restitución del dirigente-pastor. En este sentido, el fascismo es eficaz no porque use argumentación racional: hemos visto el conjunto de mentiras que esgrime el fascista chileno en los debates presidenciales y, sin embargo, va en aumento en las encuestas.  ¿Por qué? Porque su eficacia no reside en esa especulación racional, sino en la captura afectiva que se resuelve siempre en una sola fórmula: el enemigo es éste y se le combate así. Mientras la izquierda “debate” y parlotea apelando a la razón y su universalidad, el fascismo avanza a pasos agigantados por cada hermosa frase con la que la izquierda condecora a la humanidad.  Si las izquierdas no ofrecen esperanzas –es decir, la liberación de los afectos- no serán capaces de movilizar afectos. Y éstos serán entregados al fascismo que los clausura eficazmente al producir siempre un enemigo. Por esta razón, el discurso fascista no hay que medirlo por el nivel del “enunciado” que dice, sino por la carga afectiva que moviliza.

5.- José Kast condensa al fascismo neoliberal chileno. Pero que esté condensado en él, no significa que él totalice al fascismo chileno. Este último concierne, tanto al conservadurismo neoliberal (derecha) como al progresismo neoliberal (concertación) que abrazaron –pues no fueron más que eso- el pacto transicional impuesto por los vencedores desde el golpe de Estado de 1973. La violencia golpista, que no ha dejado de morder durante todos estos años de dictadura comisarial mas o menos intensificada, sigue vigente en el ruedo presidencial en su forma kastiza que reivindica toda la captura afectiva mencionada: identificación de enemigos (Venezuela), reivindicación de autenticidad (la verdadera derecha) e inoculación del terror (construyamos zanjas contra el “otro”). Que los medios lo sigan tratando como alguien de “derecha” y que desde las izquierdas insistan en combatirlo con “ideas”. Lo cierto es que el kastismo va en alza y amenaza con pasar a segunda vuelta presidencial porque ha sabido interpretar a una derecha aterrada por haber perdido mínimamente el control del país desde la irrupción octubrista de 2019.

6.- La revuelta destituyó la episteme transicional, pero no al neoliberalismo como gubernamentalidad. Por esto, la revuelta puede abrir, tanto a un proceso de transformaciones decisivas orientados a erotizar los afectos, como a un proceso de fascistización de las masas, en que los afectos sean territorializados nuevamente.

7.- La imagen de Iquique es el exacto reverso de la imagen de la revuelta octubrista. Ello se advierte en los signos que son atacados: la revuelta ataca símbolos del poder político y financiero, la fascistización de las masas sobrevenidas en Iquique atacó a los “migrantes” que se apostaban en la plaza. No quiere decir esto que quienes marcharon en Iquique no hayan marchado durante la revuelta, sino más bien, que la propia revuelta –o parte de ella- puede estar experimentando su ocaso en el actual “momento fascista”[5]. Kast puede capitalizar ese espacio si es que no lo hace la izquierda. Un espacio “afectivo” ante todo.

8.- La revuelta fue un momento anti-fascista. Justamente por la mezcla entre movimientos, organizaciones, clases y la erotización que experimentaron los pueblos, fue un momento enteramente anti-fascista. Ante todo, contra la institución fascista por antonomasia: la policía que, como se verá en los años siguientes (2020-2021) no dejó de operar como una fuerza paramilitar. Y sobre todo, contra el monumento nacional del fascismo: la Constitución de 1980. Más aún, la revuelta fue un instante de inteligencia popular, en que se interrumpió el continuum del tiempo histórico. Sin embargo, el discurso del poder, cristalizado en la “sociología” como su ciencia magna, el managementtransitológico, se obsesionó con el término “anomia” pretendiendo “explicar” lo que verdaderamente debería ser “explicado”. Porque la verdadera pregunta no era ¿fue la revuelta octubrista expresión de la “anomia”? sino, como gramática de la transición, ¿ha sido el sociologismo chileno un síntoma de la anomia oligárquica? En la revuelta no hubo anomia, sino imaginación, no hubo simplemente “violencia” –esa machacona palabra sobre la cual nadie se ha detenido a pensar- sino un devenir menor, inexplorado, restante de los análisis “molares”, que asumió la forma de una potencia destituyente.  La revuelta liberó afectos y erotizó a la sociedad chilena, posibilitando que ella pensara sus prácticas, discursos e historia. El fascismo, en cambio, implica la captura de afectos que impide que la sociedad piense sobre sí misma, separando su composición de fuerzas y atomizándola como un todo desgranado. La revuelta nos regaló la infinita alegría del pensamiento. El fascismo se anuncia como lo que siempre ha sido: una pavorosa “religión de la muerte”[6].

Rodrigo Karmy  /  La Voz de los que Sobran


[1] Furio Jesi “Spartakus. Simbología de la revuelta” Ed. Adriana Hidalgo. Buenos Aires, 2014.

[2] Furio Jesi “Cultura de derechas”.

[3] Nur Masalha “La biblia y el sionismo”. Ed. Bellaterra, Barcelona, 2009.

[4] Sergio Villalobos-Ruminott Asedios al fascismo. Del gobernó neoliberal a la revuelta popular. Ed. Doble a. Santiago de Chile, 2020.

[5] Julio Cortés https://lavozdelosquesobran.cl/author/julio-cortez/

[6] Furio Jesi “Cultura de derechas”.

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