Navidad para compartir y en paz / Pagola
Hemos de lograr que la alegría navideña no sea una alegría vacía y sin contenido, la alegría de quienes están alegres sin saber por qué. Hemos de esforzarnos para que estas fiestas no pasen sin que hayamos podido escuchar algo nuevo, vivo y gozoso en su corazón.
Al aproximarse la Navidad, es fácil advertir entre nosotros un empeño especial por crear un ambiente de fiesta. Son muchos los que adornan el interior de sus hogares con diversos motivos navideños (Belenes, estrellas, luces, cirios, árboles…). Lo mismo sucede en las calles y en las plazas, y hasta en los escaparates, bares y centros comerciales. Al mismo tiempo, se comienza a escuchar por todas partes la melodía de los villancicos y la música propia de esta época.
Se diría que, de pronto, se despierta en nosotros el deseo colectivo de crear un clima que rompa el ritmo de nuestra vida diaria y nos ayude a olvidar, aunque sea durante algunos días, los problemas a los que hemos de enfrentarnos día a día.
Sin embargo, estas fiestas poseen un carácter diferente al de otras que se suceden a lo largo del año. Todavía se puede observar entre nosotros un clima de intimidad, de hogar, de hondura… del que carecen otras fiestas. Pero ¿cuál es la verdadera motivación de estas fiestas para el hombre contemporáneo de nuestra sociedad?
Para bastantes, se trata sencillamente de una fiesta religiosa que perdura todavía en la conciencia de una sociedad que se va descristianizando rápidamente.
Para otros, estas fiestas representan la añoranza de un mundo imposible de inocencia, paz, fraternidad y felicidad que los hombres somos incapaces de construir.
Para muchos, las Navidades se han convertido en las fiestas de invierno de esta sociedad moderna. De hecho, nuestra sociedad de consumo utiliza durante estos días todos los recursos y mecanismos imaginables para incitar a la gente a comprar, gastar y disfrutar. Parece como si solamente los que tienen dinero y pueden comprar, pudieran celebrar estas fiestas.
Las fiestas navideñas son un recuerdo vivo del anhelo de paz que se encierra en el corazón humano. Es imposible celebrar la Navidad sin buscar sinceramente la paz.
El deseo de paz que se canta en las fiestas de Navidad tiene su origen en aquel cántico que se escuchó la primera nochebuena en Belén: ‘Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor’ (Lc 2, 14). Desde entonces, la paz es un anhelo constante en la liturgia navideña.
Pero la paz no es sólo un cántico que acompaña el nacimiento del Salvador. Es el objetivo último de la Encarnación: la paz de los hombres con Dios, la paz de los hombres entre sí, la paz de los hombres consigo mismos.
José Antonio Pagola – Bizkaia