La guerra de los locos / Marcos Buvinic

Hace algunos años tuve ocasión de ver una película española titulada “La guerra de los locos” (1986), ambientada en la guerra civil española. En estas dos semanas de bombas y misiles entre Israel, Irán y Estados Unidos, esta película ha venido varias veces a mi memoria.
Les cuento de qué se trata. En medio de la confusión generada con el estallido de la guerra civil española, cinco locos escapan de un hospital siquiátrico y huyen sin destino claro en un camión militar que han robado; pasan por lugares donde los de un bando han masacrado a los contrarios; luego combaten al lado de uno de los bandos y protagonizan acciones sanguinarias. La participación de los locos pone algunos toques jocosos por las personalidades de ellos y algunas de sus ocurrencias, pero también pone una carga de violencia demencial en sus acciones. La guerra civil española tenía una fuerte carga ideológica, pero ellos son unos combatientes desideologizados que sólo viven la locura sanguinaria de la violencia. Así, ponen al descubierto que locura está no sólo en ellos, sino en ambos bandos, dejando muy en claro que la guerra, en sí misma, es una violencia demencial, pues sea cual sea la razón ideológica el resultado es el mismo reguero de sangre.
En estas dos últimas semanas en que una guerra de locos ha tenido al mundo entero angustiado ante la posibilidad de un conflicto planetario, o que uno de los locos apriete el botón de una bomba nuclear, hemos podido ver con claridad este carácter demencial de la violencia, y no sólo entre Israel, Irán y Estados Unidos, sino también en el genocidio israelita contra Gaza, en Ucrania y en todos los lugares donde los locos de la guerra desatan su violencia demencial.
Como dijo en estos días el Papa León: “hoy más que nunca la humanidad grita e invoca la paz. Un grito que reclama responsabilidad y razón y que no debe ser sofocado por el fragor de las armas ni por palabras retóricas que incitan al conflicto”, pero los locos de la guerra no escuchan, menos si se les pide responsabilidad y razón. Por eso, ante los locos de la guerra, como sigue diciendo León, “cada miembro de la comunidad internacional tiene una responsabilidad moral: detener la tragedia de la guerra antes de que se convierta en una vorágine irreparable”.
En Chile estamos tan lejos del escenario del conflicto que, quizás para muchos, la guerra de los locos no pasa de ser un hecho anecdótico al ver las noticias por televisión, pero el Papa León recuerda que “no existen conflictos lejanos cuando la dignidad humana está en juego […] y la guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos que tardan generaciones en cicatrizar”.
Mientras tanto los locos de la guerra se jactan de lo que cada uno considera sus victorias, sus bombardeos perfectos, la precisión de sus misiles o la eficacia de sus escudos defensivos, pero, seguía diciendo el Papa León: “ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado, [por eso] que la diplomacia haga callar las armas, que las naciones tracen su futuro con obras de paz, no con la violencia o conflictos sangrientos”. Y sigue: “La gente es cada vez más consciente de la cantidad de dinero que va a parar a los bolsillos de los mercaderes de la muerte y con el que se podrían construir hospitales y escuelas; ¡y en cambio se destruyen los que ya están construidos!”
Acá, muchos se preguntan qué podemos hacer ante la violencia demencial de los locos de la guerra, y encogiéndose de hombros se sienten impotentes. Pero no podemos olvidar que los locos de la guerra están por todo el mundo, a veces muy cerca nuestro, y se manifiestan cada vez que alguien piensa que los conflictos se resuelven con el uso de la violencia y actúa con violencia, aun dentro de la propia familia, o se dejan arrastrar por la violencia delictual.
Para los que somos creyentes no dejan de sonar en nuestros oídos las palabras del Señor Jesús: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”. Esa es siempre nuestra responsabilidad y deber moral: ser instrumentos de paz y artífices de paz en nuestro ambiente, en el mundo en que nos movemos, en nuestras familias, en el trabajo, en la convivencia social y ciudadana, viviendo siempre con clara conciencia que -como dice la Biblia- la paz es fruto de la justicia (Is 32, 17).
Marcos Buvinic – Punta Arenas
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación