Jubileo de la Misericordia: un deber de humanidad y de fe
El papa Francisco ha llamado a toda la Iglesia y a la humanidad a celebrar este año el Jubileo de la Misericordia. Celebrar un jubileo tiene sabor a fiesta.
1.- ¿QUÉ ES CELEBRAR?
Celebrar es manifestar con todos nuestros sentidos, capacidades y espiritualidad el éxito o triunfo de un hecho, una persona o una comunidad (familia, pueblo, organización, …). Lo hacemos con música, con baile, con ritos, con signos, con comida y bebida, con discursos alusivos, con adornos, … y sobre todo, comunitariamente, entre personas.
Celebramos Fiestas Patrias, el nacimiento de un niño/a (incluso con su bautismo), etapas educativas (4° medio, títulos universitarios, …), la unión matrimonial, un triunfo deportivo, algún aniversario (de personas, de pueblos, de instituciones, …), el reencuentro de amigos, los éxitos artísticos, los premios a personas destacadas, los éxitos de las cosechas, etcétera. Los cristianos celebramos incluso la muerte, pues en ella creemos se da el paso glorioso a la Resurrección, a la Vida Eterna. Y por supuesto celebramos momentos relevantes de la vida de Cristo (nacimiento, muerte, resurrección…), de santos, de héroes…
Cuando un pueblo pierde el sentido de la fiesta y deja de celebrar, ese pueblo o comunidad queda atrapado y sepultado en la rutina, en el robotismo, en el inmobilismo, en el sin sentido, en la incapacidad de futuro, en la paralización de la esperanza y de la lucha, en el derrumbe de la utopía. Es el camino hacia su muerte.
Pues la fiesta no es solo diversión y jolgorio, sino que es esencialmente un himno a la vida, un grito de esperanza, un compromiso de lucha hacia la utopía, una fe en el ser humano, un júbilo de la comunidad hacia la conquista de mayor fraternidad, justicia, gozo y paz.
2.- ¿TENEMOS MOTIVOS PARA CELEBRAR?
Si miramos sólo nuestro entorno socio-político, más que celebrar, nos darían ganas de indignarnos, de protestar, de descalificar. No podemos aceptar ni acostumbrarnos a la corrupción, a la hipocresía, a la injusticia, al nepotismo, a la manipulación, al armamentismo, al consumismo, al ninguneo de los pobres, a la colonización de las multinacionales, a la dictadura ideológica neoliberal con que nos bombardean diariamente muchos medios de comunicación, al narcotráfico, al racismo, a las migraciones forzadas, a los discursos huecos y engañosos, al poder descalificador, a la amputación artística, a la marginación de lo religioso, a la depredación ecológica, a la mercantilización de los bienes comunes (agua, tierra, alimentos, aire, mares, …), a la discriminación, a las amenazas a la paz social…
En una palabra, no podemos ni debemos someternos al robo del futuro, de la dignidad, de la esperanza y de la belleza. ¡No robarás! ¡No matarás! Sin embargo ¡queremos celebrar un Jubileo de la Misericordia!
Porque vivimos en una sociedad sometida a muchísimas deudas. Deudas económicas, deudas de dignidad, de justicia, de esperanza, de fe.
3.- JUBILEO: UN DEBER DE HUMANIDAD Y DE FE.
Quien tiene deudas ciertamente no tiene motivos para celebrar. Las deudas son instrumentos para atrapar personas y pueblos, para someterlos a un estres y una esclavitud permanentes. Es la manifestación del orgullo y arrogancia de quien (quienes) se cree “superior” a los demás y de un sistema económico insaciable que obliga a grandes sacrificios y a reducir las necesidades vitales. Quienes sufren más son siempre los pobres, obligados (bajo la guillotina de implacables leyes) a no poder satisfacer sus necesidades básicas de alimentación, de agua, de trabajo, de tener una tierra donde vivir, una familia y una casa donde compartir…
Los “expertos” podrán ilustrarnos en la comprensión de las leyes económicas y sociales, que sincronizan los engranajes del sistema de montaje de las deudas, con sus respectivos suculentos intereses. Pero no es necesario ser economista para entender de economía. Quien está sometido a pesadas deudas, que el sistema hace impagables intencional y malignamente, vive en carne propia la economía de esclavitud, siente que la marginación lo hace impotente, que es empobrecido contra su voluntad, contra sus capacidades y sus posibilidades, por un sistema implacable, inmisericorde e inhumano.
El peso de esta opresión (“sutil dictadura del dinero”, la llama el papa Francisco) abre también posibilidades y caminos de esperanza y creatividad entre los empobrecidos que se organizan, se agrupan, luchan por un cambio del corazón, de la mente, del alma, de estructuras, del ejercicio del poder. Se crea así un nuevo camino de luz y de esperanza para el poder de los pobres, para resolver desde las raíces los problemas de la pobreza, de la desigualdad, de la exclusión.
Surge aquí la propuesta del jubileo, que nace de un proyecto de fraternidad y de justicia para construir, desde abajo, una nueva historia, donde el “dios dinero” no sea más adorado, sino que prevalezca la dignidad y los derechos de las personas y de los pueblos.
La deuda pública, hasta hace algunos años, aparecía un problema de los países “subdesarrollados”, sometidos por los países del Norte. Pero hoy la deuda pública tiene raíces profundas también en los países “desarrollados”, creando significativos sectores sociales empobrecidos, heridos en su alma, en su felicidad, en su justicia, en su “buen vivir”. Es la violencia institucionalizada que podría poner en serio peligro la paz social, a forzar migraciones masivas, a remover la conciencia y las decisiones de los gobernantes.
¿Habrá todavía algún cristiano que no sabe ver el rostro sufriente de Cristo en el rostro de los empobrecidos? ¿O que no logra escuchar el grito de los oprimidos, como Dios escuchó el grito de su Pueblo esclavo en Egipto? ¿O que no llega a sentir el sufrimiento de los endeudados, aplastados por el peso insoportable del “dios dinero” y desangrados por los intereses de las deudas?
Es un deber ético y moral, y, para los cristianos, un Mandamiento (nos diría el papa Francisco): devolver a los empobrecidos (personas, culturas y pueblos) la dignidad, la vida, la esperanza, el futuro. Bien venga, entonces, un Jubileo que proclame la Vida, la Justicia, la Misericordia. Es un deber de fe y de humanidad.
+ Luis Infanti De la Mora, osm
Obispo Vicario Apostólico de Aysén