Abril 27, 2024

Eucaristía: Comunión de amor con Dios en Cristo y con la Iglesia

 Eucaristía: Comunión de amor con Dios en Cristo y con la Iglesia
  1. EN LA DINÁMICA DE LA χάρις

La Eucaristía es un acontecimiento de amor. Por ello es que sostenemos que va por el camino de la χάρις (xaris), nominativo que en griego signfica “amor”, “gracia”, “belleza”, “hermosura”, “elegancia”, “agrado”, “favor”, “generosidad”, “liberalidad”, “agradecimiento”, “don”, “bienaventuranza”[1]. Así, la palabra griega  εὔχαρις (eúkharis, “gracioso”, eucaristía), de εὖ (, “bueno”) + χάρις (kháris, “gracias”) significa: “una buena gracia”, y nosotros lo traducimos como “buen amor”, “acción de gracias”, “acción de amar”. Eso es la eucaristía. En ella hacemos recuerdo y memoria “subversiva” del Dios de Jesús. La comida común es ante todo una anamnesis[2], un recuerdo del amor “dado hasta el extremo” (Jn 13,1). Es el amor que el Hijo siente en las horas más críticas de su vida terrena cuando, sentado a la mesa con sus amigos lava los pies y ofrece como Sacerdote el sacrificio de la Nueva Alianza (Cf. Jer 31,31; Lc 22,20). Este amor tiene su fuente en el amor del Padre que envía al Hijo por amor al género humano (Cf. 3,16). Y dicho amor está sustentado en el Espíritu que vincula graciosamente (χάρις) al Padre y al Hijo.

Amor es el nombre de Dios (Cf. 1 Jn 4,8), y el Amor es nombrado como agapé, agapao. El nombre le da la identidad a Dios. Se conoce a Dios a través del Nombre. A juicio de Benedicto XVI, “con la palabra agapé, se muestra algo esencial en la novedad del cristianismo, precisamente en su modo de entender el amor” (Deus caritas est 2). El ágape de Dios es la forma más auténtica, profunda, sobreabundante y radical del amor. Es el amor descendente que el Padre ha sentido por el mundo. Es el “amor fundado en la fe” (Deus caritas est 7). Y el ágape se manifiesta en la eucaristía. El mismo Benedicto en Deus caritas est 14 afirma que: “nos hacemos «un cuerpo», aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros”.

Y el amor es una nota esencial por medio de la cual definimos quién es la persona humana. Y nos viene de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios (Cf. Gn 1,26-27). El amor es también una experiencia ética, ya que a él accedemos en conciencia, libertad y responsabilidad: somos conscientes de que amamos a los otros, a nosotros mismos, a Dios y al medio ambiente; somos libres de aceptar el amor como donación y de donarlo; y somos responsables de él: hemos de dar razones de nuestro amor (Cf. 1 Pe 3,15). Y al ser un tema ético, el amor está en la base de la Alianza por medio de las cuales Dios marca pautas para vivir en el espacio de convivencia (éthos). Es más, teológicamente la Alianza es el primer concepto de la historia de Israel. Todo comienza y termina en ella.  Y la Eucaristía se incardina en la Alianza sellada con la Sangre (Vida) de Cristo.

Ese amor está al comienzo de la elección de Israel como pueblo de Dios (Cf. Dt 7,7)[3]. Dios amó a Israel y por ello lo escogió. El Pueblo de la Antigua Alianza y la Iglesia, comunidad mesiánica, están signados por el amor. El amor constituye así la marca imborrable, lo que en teología sacramental se conoce como el carácter. El carácter es el signo de la gracia de Dios que no puede ser borrada y que se nos regala – como don (eso es gracia) – en el bautismo, en la confirmación y en el ministerio sacerdotal. La vida de los hijos de Dios está iluminada, sostenida y animada por la χάρις.

  1. CELEBRAR LA euχάρις EN LA ACTUAL SITUACIÓN DEL MUNDO

Y la χάρις se hace concreta en el amor hacia los hermanos. La vivencia de la comunión con el único Pan, retratada por primera vez por San Pablo nos ayudará a entender cómo la Eucaristía representa la comunión de amor en la Iglesia. San Pablo escribe su primera carta a la comunidad de Corinto hacia el 56 de nuestra era. En ella, específicamente en el capítulo 11, retrotrae una tradición que proviene del mismo Cristo. Es la institución de la Eucaristía la noche antes de la muerte. Es el primer testimonio extraevangélico de la praxis eucarística tal y como la vive la comunidad. Pero el texto nace en un contexto de polémica.

La comunidad de Corinto presenta escándalos: mientras unos se embriagan y se hartan en una comida que tiene lugar antes de la Cena del Señor, comida que se llamaba – paradójicamente – agapé. Otros, en cambio, pasan hambre. Por ello Pablo reprende a su comunidad: “Y al dar estas disposiciones, no los alabo, porque sus reuniones son más para mal que para bien. Pues, ante todo, oigo, que, al reunirse en la asamblea, hay entre ustedes divisiones” (1 Cor 11,17-18). Hay una violación clara contra la fraternidad cristiana. En otras palabras, hay una mala práctica del agapé fraterno. Creo que Corinto representa a toda la Iglesia, a todas las comunidades que una y otra vez reciclan estas estructuras de escándalo, de círculos cerrados, de preferencias, de búsquedas de estatus de poder, todo ello representado en las divisiones que denuncia Pablo. Y no solo pasa al interior de la Iglesia: también en el mundo se pasa hambre. Hay hambre de pan y hambre de justicia, hambre del hombre generoso y hambre de Dios. Los poderosos – los que se hartan del agapé mal celebrado – son aquellos que fracturan la convivencia humana. Son aquellos los que violentan la Cena del Señor, celebrada tanto en el Templo como en cada ser humano.

En vistas a este escándalo, Pablo se propone recordar que las reuniones tienen un carácter litúrgico, de acción de gracias, de oración y de familiaridad. Luego expone la tradición recibida: “Yo recibí del Señor lo que a mi vez les he transmitido: que el Señor tomó el pan, tomó el vino… esto es mi cuerpo y mi sangre, háganlo en mi memoria” (1 Cor 11,23-26). Comer el Cuerpo del Señor precisa del creyente una disposición clara: “examínese, pues, cada cual y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo. Por eso hay entre ustedes muchos enfermos, y muchos débiles y mueren no pocos” (1 Cor 11,28-30). La dimensión ético-moral de la instrucción del Apóstol pasa por tener un compromiso serio y permanente con el Señor desde el compromiso serio y permanente con los hermanos.

El que come el Cuerpo dejando que el cuerpo del otro sea dañado y asesinado está comiendo indignamente de la Cena. No podemos separar el banquete eucarístico con la exigencia fraternal del resto de la vida. Es necesario vivir la vida como “Misa prolongada” (Alberto Hurtado). Sólo así estaremos haciendo de nuestras comidas eucarísticas un signo de la presencia del Reino y de su justicia, un anticipo de la Eucaristía definitiva, un espacio en el que el amor de Dios en Cristo y el amor hacia los otros se funda en una única e indivisible unidad.

N o t a s:

[1] Manuel Guerra da cuenta de los textos bíblicos del Nuevo Testamento en donde se encuentra la χάρις: Lc 2,40; LC 17,9; Hech 13,43; Rm 5,2; Col 4,6; 1 Cor 1,2; 2 Cor 8,4; 1 Pe 3,7. Manuel Guerra, Diccionario morfológico del Nuevo Testamento (Burgos: Aldecoa, 1978), 434.

[2] En términos litúrgicos, la anámnesis es la parte de la Misa donde el presbítero repite las palabras de Jesús en la Última Cena: Proviene del griego anámnesis, que significa “memoria”, “recuerdo”. Este término se encuentra en Lc 22,19: “Hagan esto en memoria mía”. La Iglesia celebra en la eucaristía la memoria de Cristo, recordando pasión, resurrección y su ascensión a los cielos. En ese momento, las especies de pan y vino son consagradas por la acción del Espíritu. Hay una interesante relación entre recuerdo/memorial y Espíritu Santo. En Juan, Jesús declara que el Espíritu Santo recordará todas las cosas y nos llevará a la verdad plena (Cf. Jn 16,14-15). Gracias al Espíritu Santo hay una dinamización de la Tradición Apostólica.

[3] “El Señor no puso su amor en ustedes ni los escogió por ser ustedes más numerosos que otro pueblo, pues eran el más pequeño de todos los pueblos” (Dt 7,7).

Juan Pablo Espinosa Arce

Profesor de Religión y Filosofía (UC del Maule – Chile).

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