Abril 19, 2024

“Si una Congregación pierde sus haberes, yo digo Gracias, Señor”

 “Si una Congregación pierde sus haberes, yo digo Gracias, Señor”

El Papa Francisco con el clero de Bolonia: «La vida consagrada comienza a corromperse por la falta de pobreza». No a los curas “solterones” y carreristas, “una peste”…

«La vida consagrada comienza a corromperse por la falta de pobreza». El Papa Francisco lo afirmó en la catedral boloñesa de San Pedro, al reunirse, en este intenso día de visita a la capital de Emilia Romaña, con los sacerdotes, religiosos, seminaristas y diáconos locales. «Si una congregación pierde sus haberes, yo digo: “Gracias, Señor”». 

También estaba presente monseñor Bettazzi, testigo histórico del Concilio Vaticano II, obispo emérito de Ivrea, pero boloñés por vía materna; fue ordenado sacerdote en la ciudad de Bolnia y ha vuelto a vivir allí en los últimos años. Francisco y Bettazzi bromearon juntos por algunos instantes antes de que comenzara el discurso papal. Y el arzobispo de Bolonia, monseñor Matteo Maria Zuppi, lo citó en su saludo a Francisco.

El Papa dijo que «es un consuelo estar con los que sacan adelante el apostolado de la Iglesia; los religiosos tratan de dar testimonio de anti-mundanidad».

El Pontífice escuchó dos preguntas: una sobre la fraternidad entre los sacerdotes y otra sobre la «psicología de la supervivencia». El Papa tomó apuntes mientras escuchaba y después respondió libremente.

Francisco afirmó: «A veces, bromeando entre religiosos diocesanos y no, los religiosos dicen: “Yo soy de la orden que fundó el santo tal…”, pero –se preguntó el Papa–, ¿cuál es el centro de la espiritualidad del presbítero? La diocesanidad». Ser presbíteros es «una experiencia de pertenencia, se pertenece a un cuerpo que es la diocesanidad».

Esto «significa que tú», sacerdote, religioso, «no eres un libre», no hay figuras de «libre», como en el fútbol. En cambio, «eres un hombre que pertenece a un cuerpo, que es la diocesanidad, el cuerpo presbiterial». Todo ello «lo olvidamos muchas veces, convirtiéndonos en individuos, demasiado solos, con el peligro de volvernos infecundos o de que nos surja algún nerviosismo, por no decir que nos volvemos un poco neuróticos, un poco solterones».

Un sacerdote «solo que no tiene relación con el cuerpo presbiterial… mah…», dijo con amargura. Entonces es importante «hacer que crezca el sentido de la diocesanidad, que también tiene una dimensión de sinodalidad con el obispo». El cuerpo diocesano «tiene una fuerza especial, debe salir adelante siempre con la transparencia, la virtud de la transpaerncia, la valentía de hablar, de decir todo». Y también con «la valentía de la paciencia, de soportar a los demás. Es necesario».

Sobre la valentía de hablar claro y sobre la opuesta comodidad de no exponerse, el Papa contó una anécdota: «Me acuerdo de cuando era estudiante de Filosofía, y un viejo jesuita muy listo me decía: “Si quieres sobrevivir en la vida religiosa, piensa claro, pero habla oscuro”».

Francisco observó que es «triste cuando un pastor no tiene horizonte del pueblo de Dios, no sabe qué hacer»; y es «muy triste cuando las iglesias permanecen cerradas, cuando se ve un aviso en la puerta: “Abierto de tal a tal hora”, por el resto del tiempo no hay nadie, las confesiones solo a pocas horas. Pero esta no es una oficina, es el lugar al que se viene a honrar al Señor, y si el fiel encuentra la puerta cerrada, ¿qué puede hacer?». Y después se refirió a «las iglesias de las calles transitadas, que permanecen cerradas: algún párroco alguna vez pensó en abrirlas, siempre con un confesor disponible: y el confesor no acababa nunca de confesar», por toda la gente que llegaba, porque «la puerta siempre está abierta» y la luz del confesionario siempre está encendida.

Después, el obispo de Roma habló de «dos vicios que están por todas partes». Uno es «pensar el servicio presbiterial como una carrera eclesiástica». Francisco se refirió a los «trepadores»: esos siempre son una «peste, no presbiterio. Los “trepadores”, que siempre tienen las uñas sucias, porque siempre quieren ir para arriba. Un trepador es capaz de crear muchas discordias dentro del cuerpo presbiterial; piensa en la carrera: “Ahora me dan esta parroquia, luego me van a dar una más grande”, y si el obispo no le da una lo bastante importante, se enoja: “A mí me toca…”. ¡A ti no te toca nada!», exclamó. Después añadió: «Los trepadores hacen mucho daño, porque están en la comunidad pero solo piensan en salir adelante ellos».

El otro vicio: «El chismorreo: se dice “¿Ya viste?”, y así la fama del hermano sacerdote acaba manchada, se arruina. “Gracias a Dios que no soy como aquel”, esta es la música del chismorreo».

El carrerismo y el chismorreo son dos vicios del «clericalismo». 

En cambio, un pastor está llamado a una «buena relación con el pueblo de Dios, frente al que debe estar para indicarle el camino»; debe estar «en medio» de él «para ayudar» sobre todo «en las obras de caridad; y detrás para ver cómo va».

Creer en la «“psicología de la superviviencia” –prosiguió– significa esperar la carroza fúnebre, que lleva a nuestro instituto» a la clausura. Creer en la psicología de la supervivencia conduce «al cementerio». Se trata de «pesimismo, y no es de hombres y mujeres de fe, no es actitud evangélica, sino de derrota». Y mientras «esperamos la carroza, nos las arreglamos como podemos, y tomamos dinero para estar al seguro. Esto lleva a la falta de pobreza». La psicología de la supervivencia es «buscar la seguridad en el dinero; se razona, se escucha a veces: “En nuestro instituto somos viejas y no hay vocaciones, pero tenemos bienes para asegurarnos el final”, este es el camino más adecuado para llevarnos a la muerte». La seguridad «en la vida consagrada no la da la abundancia del dinero, sino que proviene de otra parte», de Dios. Algunas congregaciones «que disminuyen mientras sus bienes crecen, con religiosos apegados al dinero como seguridad: he aquí la psicología de la supervivencia».

El problema no está tanto «la castidad o la obediencia, sino en la pobreza. La vida consagrada comienza a corromperse por la falta de pobreza».

San Ignacio de Loyola «llamaba a la pobreza madre y muro en la vida religiosa: madre que genera y muro que defiende de la mundanidad».

Sin esta actitud que busca la pobreza y el desinterés, no se «apuesta por la esperanza divina». El dinero «es la ruina de la vida consagrada».

Pero Dios es bueno, «porque cuando una Congregación comienza a hacer dinero, manda a un ecónomo que destruye todo». Reveló el Papa sonriendo: «Cuando escucho que una Congregación pierde sus haberes, yo digo “Gracias, Señor”». 

El Papa exhortó a un «examen de conciencia sobre la pobreza, tanto personal como del instituto».

Sobre la falta de vocaciones, hay que «preguntarle al Señor: “¿Qué pasa en mi instituto? ¿Por qué falta esa fecundidad? ¿Por qué los jóvenes no sienten entusiasmo por el carisma de mi instituto? ¿Por qué ha perdido la capacidad de llamar?».

Según Francisco, el «corazón» del problema es «la pobreza».  Y concluyó animándolos a todos: «la vida consagrada es una bofetada a la mundanidad espiritual. Sigan adelante». 

Domenico Agasso  –  Bolonia

Vatican Insider   –   Reflexión y Liberación

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