“Me avergüenza el fracaso al afrontar los abusos…”
Francisco a las autoridades irlandesas: la incapacidad de combatir estos «crímenes repugnantes ha suscitado justamente indignación», «he insistido en un mayor compromiso para eliminar esta plaga en la Iglesia, a cualquier costo»… «El fracaso de las autoridades eclesiásticas -obispos, superiores religiosos, sacerdotes y otros- al afrontar adecuadamente estos crímenes repugnantes ha suscitado justamente indignación y permanece como causa de sufrimiento y vergüenza para la comunidad católica. Yo mismo comparto estos sentimientos».
El Papa Francisco en su primer discurso del difícil viaje irlandés, frente al Taoiseach (el Primer ministro), los miembros del gobierno y del cuerpo diplomático, no dejó de hablar sobre el escándalo que todavía pesa sobre la Iglesia irlandesa. Francisco pronunció su discurso en el castillo de Dublín, construido en la orilla meridional del Liffey, que fue el centro del poder inglés en Irlanda y fue construido en 1204 por el rey Juan de Inglaterra. La mayor parte fue destruida por un incendio en 1684 y ahora solo permanece una de las cuatro torres originales, la Record Tower. El Papa llegó después de la visita al Presidente de la República de Irlanda, Michael D. Higgins, con quien plantó un árbol en el jardín de su residencia, como hizo Juan Pablo II en 1979. Entre las autoridades que estaban en el Castillo había una delegación de Irlanda del Norte, que Francisco saludó al principio de su discurso.
Francisco tomó la palabra y afrontó el tema de los abusos sexuales, refiriéndose a la historia de Irlanda y a los escándalos que han surgido. Soy consciente de la condición de nuestros hermanos y hermanas más vulnerables —pienso especialmente en las mujeres que en el pasado han sufrido situaciones de particular dificultad. . Considerando la realidad de los más vulnerables, no puedo dejar de reconocer el grave escándalo causado en Irlanda por los abusos a menores por parte de miembros de la Iglesia encargados de protegerlos y educarlos. El fracaso de las autoridades eclesiásticas —obispos, superiores religiosos, sacerdotes y otros— al afrontar adecuadamente estos crímenes repugnantes ha suscitado justamente indignación y permanece como causa de sufrimiento y vergüenza para la comunidad católica. Yo mismo comparto estos sentimientos».
«Mi predecesor, el Papa Benedicto –recordó Francisco–, no escatimó palabras para reconocer la gravedad de la situación y solicitar que fueran tomadas medidas “verdaderamente evangélicas, justas y eficaces” en respuesta a esta traición de confianza. Su intervención franca y decidida sirve todavía hoy de incentivo a los esfuerzos de las autoridades eclesiales para remediar los errores pasados y adoptar normas severas, para asegurarse de que no vuelvan a suceder. Más recientemente, en una Carta al “Pueblo de Dios”, he insistido en el compromiso para eliminar esta plaga en la Iglesia a cualquier costo, moral y de sufrimiento».
«Cada niño es, en efecto, un regalo precioso de Dios –añadió el Pontífice argentino– que hay que custodiar, animar para que despliegue sus cualidades y llevar a la madurez espiritual y a la plenitud humana. La Iglesia en Irlanda ha tenido, en el pasado y en el presente, un papel de promoción del bien de los niños que no puede ser ocultado. Deseo que la gravedad de los escándalos de los abusos, que han hecho emerger las faltas de muchos, sirva para recalcar la importancia de la protección de los menores y de los adultos vulnerables por parte de toda la sociedad. En este sentido, todos somos conscientes de la urgente necesidad de ofrecer a los jóvenes un acompañamiento sabio y valores sanos para su camino de crecimiento».
En la primera parte de su discurso, Francisco habló sobre el Encuentro de las Familias, que es también una ocasión para «para que testimonien el papel único que ha tenido la familia en la educación de sus miembros y en el desarrollo de un sano y próspero tejido social». No es necesario «ser profetas para darse cuenta de las dificultades que las familias tienen que afrontar en la sociedad actual, que evoluciona rápidamente, o para preocuparse de los efectos que la quiebra del matrimonio y la vida familiar comportarán, inevitablemente y en todos los niveles, en el futuro de nuestras comunidades. La familia es el aglutinante de la sociedad; su bien no puede ser dado por supuesto, sino que debe ser promovido y custodiado con todos los medios oportunos».
«Es en la familia –recordó– donde cada uno de nosotros ha dado los primeros pasos en la vida. Allí hemos aprendido a convivir en armonía, a controlar nuestros instintos egoístas, a reconciliar las diferencias y sobre todo a discernir y buscar aquellos valores que dan un auténtico sentido y plenitud a la vida. Si hablamos del mundo entero como de una única familia, es porque justamente reconocemos los nexos de la humanidad que nos unen e intuimos la llamada a la unidad y a la solidaridad, especialmente con respecto a los hermanos y hermanas más débiles».
Pero, observó el Pontífice, «nos sentimos a menudo impotentes ante el mal persistente del odio racial y étnico, ante los conflictos y violencias intrincadas, ante el desprecio por la dignidad humana y los derechos humanos fundamentales y ante la diferencia cada vez mayor entre ricos y pobres. ¡Cuánto necesitamos recobrar, en cada ámbito de la vida política y social, el sentido de ser una verdadera familia de pueblos! Y de no perder nunca la esperanza y el ánimo de perseverar en el imperativo moral de ser constructores de paz, reconciliadores y protectores los unos de los otros».
El desafío de la reconciliación aquí en Irlanda «tiene una resonancia particular, cuando se considera el largo conflicto que ha separado a hermanos y hermanas que pertenecen a una única familia». Bergoglio recordó el Acuerdo del Viernes Santo de hace veinte años, dando gracias «por las dos décadas de paz» que ha vivido el país.
Francisco también recordó que «la verdadera paz es en definitiva un don de Dios» y observó que «sin este fundamento espiritual, el ideal de una familia global de naciones corre el riesgo de convertirse solo en un lugar común vacío». Con respecto a la situación actual que vive Irlanda, se preguntó: «¿Podemos decir que el objetivo de crear prosperidad económica conduce por sí mismo a un orden social más justo y ecuánime? ¿No podría ser en cambio que el crecimiento de una “cultura del descarte” materialista, nos ha hecho cada vez más indiferentes ante los pobres y los miembros más indefensos de la familia humana, incluso de los no nacidos, privados del derecho a la vida? Quizás el desafío que más golpea nuestras conciencias en estos tiempos es la enorme crisis migratoria, que no parece disminuir y cuya solución exige sabiduría, amplitud de miras y una preocupación humanitaria que vaya más allá de decisiones políticas a corto plazo».
Después de haber recordado las tradicionales buenas relaciones entre la Santa Sede e Irlanda, amenazadas solamente por «una única nube pasajera» (se refiere al enfrentamiento de los años pasados debido precisamente al escándalo de los abusos), el Papa concluyó mencionando a los evangelizadores de Irlanda: Paladio y Patricio, además de muchos otros santos y estudiosos que se convirtieron en misioneros en tierras remotas, como Columba, Columbano, Brígida, Galo, Killian, Brendan. «Rezo –concluyó Francisco– para que Irlanda, mientras escucha la polifonía de la discusión político-social contemporánea, no olvide las vibrantes melodías del mensaje cristiano que la han sustentado en el pasado y pueden seguir haciéndolo en el futuro».
Andrea Tornielli – En Dublín
Vatican Insider – Reflexión y Liberación