Marzo 19, 2024

El Papa Bueno y revitalizador de la Iglesia

 El Papa Bueno y revitalizador de la Iglesia

Gócese hoy la Santa Madre Iglesia porque, gracias a un regalo singular de la Providencia Divina, ha alboreado ya el día tan deseado en que el Concilio Ecuménico Vaticano II se inaugura solemnemente aquí, junto al sepulcro de San Pedro, bajo la protección de la Virgen Santísima cuya Maternidad Divina se celebra litúrgicamente en este mismo día“.  Con estas palabras el Papa Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II ese memorable día 11 de octubre de 1962.

Aquel 11 de octubre se dedicó solamente a la ceremonia de la inauguración. Una vez entrados todos los demás padres conciliares, observadores y otros participantes a la Basílica de San Pedro, el Papa normalmente entraría llevado en andas hasta el altar mayor. En ese desfile normalmente iría acompañado de una corte de guardias personales, de aristócratas del Vaticano y de pajes portando abanicos con plumas de avestruz. Pero, Juan XXIII alteró el protocolo y desfiló a pie por el pasillo central.

Como parte de ese ceremonial el papa Juan ofreció un discurso con el que buscó sentar el tono del Concilio. El título de su discurso, siguiendo la costumbre de utilizar las primeras palabras, fue Gaudet Mater Ecclessia – “Se alegra la madre Iglesia”. Esto es, la Iglesia, igual que María, es madre de los bautizados. María recuerda el misterio de la Encarnación. La Iglesia ofrece el espacio en que los humanos llegan al encuentro con el resultado salvador de esa Encarnación. Y en este momento se llenaba de alegría la Iglesia.

Frases escogidas del Papa Juan XXIII en su Discurso de inauguración del Concilio

El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz. Doctrina, que comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; y que, a nosotros, peregrinos sobre esta tierra, nos manda dirigirnos hacia la patria celestial. Esto demuestra cómo ha de ordenarse nuestra vida mortal de suerte que cumplamos nuestros deberes de ciudadanos de la tierra y del cielo, y así consigamos el fin establecido por Dios.

El Concilio que comienza aparece en la Iglesia como un día prometedor de luz resplandeciente. Apenas si es la aurora; pero ya el primer anuncio del día que surge ¡con cuánta suavidad llena nuestro corazón! Todo aquí respira santidad, todo suscita júbilo. Pues contemplamos las estrellas, que con su claridad aumentan la majestad de este templo; estrellas que, según el testimonio del apóstol San Juan, sois vosotros mismos; y con vosotros vemos resplandecer en torno al sepulcro del Príncipe de los Apóstoles los áureos candelabros de las Iglesias que os están confiadas.

Al iniciarse el Concilio Ecuménico Vaticano II, es evidente como nunca que la verdad del Señor permanece para siempre. Vemos, en efecto, al pasar de un tiempo a otro, cómo las opiniones de los hombres se suceden excluyéndose mutuamente y cómo los errores, luego de nacer, se desvanecen como la niebla ante el sol”.

Consejo Editorial de Revista “Reflexión y Liberación”

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