Una guerra larga
En la reciente reunión de primavera el FMI ha recalculado a la baja sus pronósticos de crecimiento de la economía mundial. Tanto los nuevos brotes de la pandemia en China, como la guerra que se prolonga más de lo pensado sustentan esas proyecciones poco alentadoras.
Las últimas declaraciones de los presidentes de Rusia y EEUU constituyen una nueva escalada de la guerra pero al mismo tiempo parecieran destinadas a reordenar el contexto del conflicto. Vladimir Putin anunció el fin de la primera fase de la guerra y que ahora sus fuerzas se concentrarían en el sureste de Ucrania.
En su discurso en Varsovia Joe Biden definió que el conflicto había virado hacia una “Guerra Larga”. Poco después en una base militar estadounidense anunció nuevos envíos de armas pesadas, no solo defensivas, a Ucrania y empujó a hacer lo mismo a sus aliados europeos, incluso a la reticente Alemania. En estos días acaba de pedir autorización al Congreso para una partida de 33.000 millones de dólares, de los que 20.000 serán para ayuda militar y 10.000 para asistencia económica. En respuesta Putin “aconsejó no seguir desafiando nuestra paciencia”, volvió a bombardear Kiev y a hacer gala de su poderío nuclear con ensayos de lanzamientos electrónicos de misiles con esa carga, agregando que no permitirá ataques a objetivos rusos en su territorio, al mismo tiempo que advirtió sobre una posible III Guerra Mundial si continuaba el hostigamiento de occidente.
Llegó el esperado 9 de mayo, día en que se celebra la recuperacióm de Berlín por las tropas de la URSS y el triunfo sobre el nazismo. Putin no anunció una declaración de guerra explícita a Ucrania ni tampoco convocó a sus reservistas para engrosar su ejército como esperaban EEUU y el Reino Unido que llevan adelante una “guerra por intermediarios”, por el contrario solo reiteró sus argumentos originales. Es que Putin no estaría interesado en prolongar demasiado la guerra, su economía no lo resistiría.
El costo económico y humanitario de la guerra comienza a pesar
El FMI describe una coyuntura de desaceleración con inflación, mientras que la FAO alerta sobre la posibilidad de hambrunas en varios países y el BM sobre la potencialidad de revueltas sociales por el precio de los alimentos y el combustible. Las imágenes de anteriores hambrunas en África y Asia y de la convulsionada Primavera Árabe por el costo del pan y los combustibles son postales que la memoria reciente recupera rápidamente.
La guerra está por ahora localizada, pero su alcance económico es global y acelera los cambios en la estructura del poder mundial. No en vano el FMI alerta sobre la posible fragmentación del capitalismo globalizado. En este cuadro los europeos necesitan de la paz, quieren romper la dependencia energética pero no necesariamente las relaciones con Rusia, pero la dinámica de la guerra los está arrastrando detrás de las posiciones de EEUU.
Hasta ahora, no es posible pensar en una intervención de tropas estadounidenses ni tampoco de la OTAN, siempre y cuando Rusia no avance sobre otros países. Pero también es claro que la administración Biden no está interesada en la paz, sí en sostener una guerra de desgaste que obligue a Rusia a no llevar la guerra más allá de Ucrania primero y a retroceder después, pero también piensa en provocar un cambio de régimen. Las especulaciones de no pocos analistas internacionales arriesgan una posibilidad: que EEUU no permitirá nunca que Rusia ocupe toda Ucrania, pero sí que domine la región sureste. Se daría así un escenario de guerra limitada en un país virtualmente fracturado.
La posibilidad de una extensión de la guerra impacta sobre la economía global y esta refracta sobre la propia guerra. El horizonte inmediato está cargado de incertidumbre.
Eduardo Lucita / Economista