Julio 27, 2024

Todo es Gaza

 Todo es Gaza

Gaza no tiene afuera. Tampoco dentro. No hay posibilidad de decidir qué puede ser blanco de la destrucción y qué de inmunidad, qué puede ser enemigo y amigo.

Hamás opera como el espectro presente en toda la población. “Escudos humanos” ha sido la justificación sionista desde los bombardeos anteriores a Gaza. Porque lo que se juega aquí no es solamente el exterminio del pueblo palestino y la consolidación de la nakba sino, ante todo, la naturalización de una técnica de gobierno que convierte a todo lugar en un blanco factible de ser exterminado: Gaza no tiene afuera pues ha devenido mundo: migremos donde migremos en ningún lugar estamos a salvo.

La nueva técnica, sobrevenida y consolidada durante los últimos 30 años, difiere de la otrora doctrina del “enemigo interno” aplicada por las dictaduras latinoamericanas contra las poblaciones en el siglo XX, pues, a diferencia de la anterior que, seguía el clásico derrotero de la inquisición española al identificar a un sujeto o conjunto de sujetos del resto de la población aislándoles (el militante, el guerrillero, el comunista, etc), la nueva técnica es exactamente inversa: no pretende identificar al “enemigo” sino masificarlo en la población, no busca al enemigo “interno” sino acecha a la población como portadora irremisible de él.

No hay que buscar al especial al interior del común, sino acechar al común y destruirlo en él. Es precisamente lo que experimentamos durante la revuelta de Octubre en el 2019: cualquiera que fuera a las protestas o que estuviera en sus cercanías, podía salir herido de un ojo o asesinado por la policía: los cientos de mutilados que aún esperan justicia o la actual senadora Campillai dan la medida al respecto. No se trataba de perseguir al enemigo interno sino de atormentar al colectivo sublevado.

En este contexto, los “daños colaterales” resultan ser la regla antes que la excepción: no se trata, por tanto, de un enemigo “interno” sino de un enemigo “invisible” que asume una presencia espectral, pues, en el imaginario securitario, aparece completamente imbricado en la población civil: así como cualquiera puede devenir terrorista (la guerra contra el terrorismo), cualquiera podía portar el mortal virus del COVID-19 (la guerra contra el virus). Ambos llevan un enemigo invisible que, sin embargo, cualquiera puede portar.

De ahí que, el objeto de la máquina securitaria contemporánea, sea siempre la población civil en la medida que la nueva producción del enemigo ya no es restringida al enemigo interno sino ampliada a un enemigo invisible. Por eso, el enemigo ya no es el que aún podía apelar Carl Schmitt (todos los liberales que subrayan que hoy estaríamos frente a la cristalización de la fórmula schmittiana sobre la enemistad, son ingenuos o tienen mala fe) porque tal enemigo era público y político puesto que gozaba de un estatuto jurídico-moral, tal como lo dictamina la clásica nomenclatura westfaliana sobre la guerra moderna.

El proceso de enemización muta desde la nomenclatura jurídica clásica hacia la nueva escena abierta por la guerra contra el terrorismo librada por los Estados Unidos desde 2001. Podríamos decir que, en este sentido, el 11 de septiembre de 2001 marca el principio del fin del paradigma del derecho internacional y el comienzo del despliegue de su propio reverso: guerra civil planetaria. En cuanto planetaria o global, ella no tiene límite temporal ni espacial: puede operar las 24 horas sin detenerse y en cualquier lugar del planeta. La guerra y sus modos deviene ubicua.

Desde el año 2001 hasta la actualidad estamos asistiendo a una gran mutación. Schmitt diría que se trata de una revolución legal mundial orientada a invertir el reordenamiento jurídico-político de la modernidad hacia su reverso excepcionalista, al que se le brinda y blinda de formas jurídicas cada vez más hipertróficas: la doctrina del “derecho penal del enemigo” de Günther Jakobs constituye un síntoma decisivo al respecto que se inscribe al interior de la veloz conculcación de los derechos civiles, políticos y culturales de grandes sectores de la población, en nombre de la “seguridad”.

Zona que ha sido sistemáticamente bombardeada desde 2009 así como bloqueada ininterrumpidamente por aire, mar y tierra desde 2005. Sin embargo, la diferencia entre el orden jurídico-político mundial erigido para contrarrestar la guerra civil, a partir de un contrato como soñaba Thomas Hobbes; la actual guerra civil planetaria no establece una diferencia entre interior y exterior, entre amigo y enemigo, en el sentido clásico y estatal del término. Al revés: dado que es la población civil la que siempre está como blanco y el enemigo deviene “invisible” porque cualquiera puede ser un terrorista, el interior y el exterior, el amigo y enemigo se indiferencian entre sí, al punto de volverse totalmente irreconocibles.

Así, toda una población puede ser objeto de exterminio sin que el derecho pueda impedirlo. Dado que la guerra civil no tiene fuera y hoy ella pasa por Gaza como su lugar más intenso, podemos decir que todo el planeta ha devenido Gaza porque Gaza no es solo el nombre de una pequeña Franja que, a pesar del asedio, ofrece su rostro al mar mediterráneo, sino el paradigma –devenido “normal”- de la guerra civil planetaria en que vivimos: todo territorio, en cualquier parte del mundo, deviene virtualmente Gaza.

Todo es Gaza significa que nadie puede estar a salvo, no hay lugar seguro porque ya no es posible ninguna protección. Ni protección jurídica (la impunidad campea), ni económica (la precarización laboral se multiplica) ni política (conflictos escalan todos los días). No hay país, zona o región del mundo en la que pueda estar inmune a la guerra civil. No hay lugar, por tanto, pues Gaza no tiene afuera, es la globalización misma, con zonas más intensas que otras, pero que siempre están a punto de colapsar. Si Israel puede bombardear el consulado iraní en Siria o Ecuador allanar la embajada de México significa que las embajadas, habituales lugares de protección de la diplomacia moderna, ya no lo son.

El mensaje ofrecido por el imperialismo es claro y preciso: en cualquier lugar, incluso en las embajadas, nadie puede estar a salvo porque todo es Gaza.

Rodrigo Karmy / La Voz de los que Sobran

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