Abril 25, 2024

La Iglesia no necesita dinero sucio…

 La Iglesia no necesita dinero sucio…

«La Iglesia no necesita dinero sucio, necesita corazones abiertos a la misericordia de Dios». Papa Francisco denunció de esta manera, durante la Audiencia general en la Plaza San Pedro, a los «benefactores» que dan limosnas a la Iglesia pero que son el fruto «de la sangre de tanta gente explotada, maltratada, esclavizada con trabajo mal pagado; yo le digo a esta gente: ‘Por favor, llévate tu cheque, quémalo’».

Francisco retomó el ciclo de catequesis sobre la «misericordia» que eligió para los miércoles durante el Ano del Jubileo extraordinario. Subrayó que Dios, como un padre de familia, «ama a sus hijos, los ayuda, los cuida, los perdona», y los «educa y los corrige cuando se equivocan, favoreciendo su crecimiento en el bien». El papa citó al profeta Isaías para recordar cuando el Señor «habla al pueblo con la amargura de un padre desilusionado: creció a sus hijos y ahora ellos se rebelaron en su contra. Incluso los animales son fieles a su dueño y reconocen la mano que los nutre; el pueblo, en cambio, ya no reconoce a Dios, se niega a comprender. A pesar de estar herido, Dios deja que hable el amor, y llama a la conciencia de estos hijos degenerados para que se arrepientan y se dejen amar de nuevo. Y esto es lo que hace Dios. Viene hacia nosotros para amarnos».

«Cuando un hombre está enfermo va al doctor, cuando se siente pecador se dirige al Señor; si, por el contrario, va con el hechicero, no se cura», dijo el Papa. «Muchas veces preferimos seguir caminos equivocados, buscando una justificación, una justicia, una paz que, por el contrario, nos es regalada como don justamente por el Señor, si llegamos al camino y lo buscamos».

El Papa insistió en que la relación entre padres e hijos, a la que los profetas se refieren con frecuencia para hablar de la relación de la alianza entre Dios y su pueblo, «se ha desnaturalizado. La misión educativa de los padres pretende hacer que crezcan en la libertad, que sean responsables, capaces de hacer obras de bien para sí y para los demás. En cambio, debido al pecado, la libertad se convierte en una pretensión de autonomía y el orgullo lleva a la contraposición y a la ilusión de autosuficiencia. Entonces Dios vuelve a llamar a su pueblo. Han tomado el camino equivocado. Afectuosa y amargamente dice ‘mi’ pueblo. Dios —prosiguió Francisco— nunca reniega de nosotros, nosotros somos su pueblo. El más malo de los hombres, la más mala de las mujeres, los más malos de los pueblos son sus hijos y este es Dios: nunca nos reniega, siempre dice: ‘Hijo, ven’. Este es el amor de nuestro padre, es la misericordia de Dios, tener un padre así nos da esperanza, nos da confianza. Esta pertenencia debería ser vivida en la confianza y en la obediencia.

Esta pertenencia debería ser vivida en la confianza y en la obediencia, con la conciencia que todo es un don que viene del amor del Padre. En cambio, está ahí la vanidad, la necedad y la idolatría. Por eso, ahora el profeta se dirige directamente a este pueblo con palabras severas para ayudarlo a entender la gravedad de su culpa: «¡Ay, nación pecadora, […] hijos pervertidos! ¡Han abandonado al Señor, han despreciado al Santo de Israel, se han vuelto atrás!».

«Cuando el hombre se aleja de Dios, dijo el Papa, es ahí que Dios dice a su pueblo: “Se han equivocado de camino”. Y a pesar del dolor por alejarse de Él, “Dios jamás nos niega; nosotros somos su pueblo, el más malvado de los hombres, la más malvada de las mujeres, los más malvados del pueblo son sus hijos. Y este es Dios: ¡jamás, jamás nos repudia! Dice siempre: “Hijo, ven”. Y este es el amor de nuestro Padre; esta es la misericordia de Dios. Tener un padre así nos da esperanza, nos da confianza», recalcó.

Pero muchas veces, muchas veces «preferimos ir por caminos equivocados, buscando una justificación, una justicia, una paz que nos es donada como don del propio Señor si no vamos y lo buscamos a Él. Dios, dice el profeta Isaías, no le agrada la sangre de toros y de corderos (v. 11), sobre todo si la ofrenda es hecha con las manos manchadas por la sangre de los hermanos (v. 15).

Pero yo pienso en algunos benefactores de la Iglesia que vienen con sus ofrendas – “Tome para la Iglesia esta ofrenda” – es fruto de la sangre de tanta gente explotada, maltratada, esclavizada con el trabajo mal pagado! Yo diré a esta gente: “Por favor, llévate tu dinero, quémalo”. El pueblo de Dios, es decir la Iglesia, no necesita dinero sucio, necesita de corazones abiertos a la misericordia de Dios. Es necesario acercarse a Dios con manos purificadas, evitando el mal y practicando el bien y la justicia. Que bello como termina el profeta: «¡Cesen de hacer el mal – exhorta el profeta – aprendan a hacer el bien!¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda!».

Iacopo Scaramuzzi  –  Ciudad del Vaticano

Vatican Insider  –  Reflexión y Liberación

 

 

 

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