Mayo 1, 2024

‘La Iglesia debe ser profética’

 ‘La Iglesia debe ser profética’

Según +Pedro Arrupe, la Iglesia no podía dar la espalda a las injusticias humanas, y debía ser verdaderamente profética, denunciando cualquier injusticia, y tratando de transformar el mundo en un lugar más justo.

Fe y justicia. Y aquí se labró su obra más imperecedera. Arrupe, fiel al seguimiento de Cristo, trató de llevar a la Compañía de Jesús a la nueva realidad, constatando que ya no se podían dar respuestas antiguas a los problemas del momento. Trató de orientar la vida religiosa, no sólo promoviendo la fe, sino también la justicia. Entendió que los jesuitas, por fidelidad al Evangelio, tal y como venían haciéndolo a lo largo de la historia, debían promover la justicia social, aunque fuera a costa de la vida de muchos de ellos y de la incomprensión de algunos sectores de la Iglesia y de la sociedad.

La llegada del Papa Francisco ha revitalizado el legado de Arrupe. Ambos se conocieron, ya que Francisco fue provincial de los jesuitas en Argentina entre 1973 y 1979. El estilo de Francisco, su preocupación por los inmigrantes, refugiados, enfermos, niños, hasta su estilo mediático, alegre y jovial ante las masas, recuerda al de Arrupe; entusiasmado y comprometido con acercar el mensaje del Evangelio a las personas y realidades que necesitan salvación.

Francisco, al inicio de su pontificado, en la misa que celebró en 2013 el día de San Ignacio en la iglesia del Gesù, iglesia madre de los jesuitas en Roma, se acercó a la tumba de Arrupe y acarició la imagen que aparece en la lápida. Fue todo un reconocimiento al padre Arrupe y a su legado. Un legado que había sido, en cierta manera, silenciado debido a las tensiones que habían surgido con ciertos sectores de la Iglesia, pero que ahora van aflojándose, y que poco a poco hacen que el legado de este vasco universal vaya haciéndose cada vez más visible. Todo ello apunta a que el legado de Arrupe en los próximos años florecerá.

Pero es quizás el momento también para que no sólo los jesuitas, sino todos en general, especialmente los vascos, seamos capaces de recuperar el recuerdo de un bilbaino, cuya vida y obra contribuyó a formar su época. Como él decía: “No me resigno a que, cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido”. Y verdaderamente, el mundo no siguió siendo el mismo.

Por ello, no es vano decir que Arrupe fue un vasco universal. Le correspondió estar en algunos de los lugares y momentos más cruciales de los años que le tocó vivir, pero, sobre todo, en su búsqueda de un mundo en el que los más débiles y los que más sufren tuvieran cabida en la historia, intentó transformar al mundo.

Don Pedro Arrupe fue un hombre que tuvo que navegar en una época histórica tempestuosa, pero que trabajó sin descanso para que la Iglesia y la Compañía de Jesús fuesen capaces de ser más fieles al Evangelio.

Jon Artabe / País Vasco

Editor