¿Quién soy yo para juzgar? / Carolina del Río
Diversas personas y Comunidades cristianas nos piden publicar la presentación del libro de la periodista y teóloga Carolina del Río: “¿Quien soy yo para juzgar? Testimonios de homosexuales católicos” (Santiago, Editorial Uqbar – 2015).
Tenemos que perder el miedo a pensar y a hablar. Tenemos que perder el miedo a entrar en los rincones de esas vidas que no responden a nuestros ideales cristianos o a las normas o a lo conocido.
La fidelidad al Evangelio –me parece- no está en no cambiar las cosas sino en saber qué cosas es necesario cambiar y por qué.
Y a mi juicio, todo aquello que atenta contra la plenitud de la persona no viene de Dios. No puede venir de Aquel para quien su gozo y su gloria es que el hombre -y la mujer- Vivan, con mayúscula.
Sabemos que nada de nuestra humanidad es ajeno a Dios y mirar al otro, como un otro legítimo, es adentrarnos en tierra sagrada y en los miles de pliegues y laberintos de la persona, incluida su sexualidad. Pero es precisamente en esos pliegues dolorosos muchas veces, escondidos o sombríos, donde el Dios de la Vida pone su morada.
El papa Francisco nos insta a perder el miedo y nos insta a hablar con libertad, a pensar, a revisar nuestros saberes. Lo dijo con claridad en el discurso inaugural de la reunión preparatoria del Sínodo de la familia: “Una condición general de base es esta: hablen claro. Que ninguno diga esto no puede decirse, si lo digo, pensarán mal de mí. Decid todo lo que pensáis, libremente, con parresía[1]. Al mismo tiempo se debe escuchar con humildad y acoger con corazón abierto lo que dicen nuestros hermanos. Con estas dos actitudes se ejercita la sinodalidad”[2], la eclesialidad.
La experiencia vital del creyente de HOY debe ser una experiencia de éxodo, de estar en camino, y ese estar en camino es precisamente nuestra biografía. Dios se va develando a sí mismo en la historia de cada cual y es el creyente quien debe descubrirlo en la profundidad de sus experiencias vitales.
Éxodo, conciencia y libertad me parece que son tres elementos centrales de la experiencia creyente actual. El estar en camino permite asumir la precariedad de los saberes, las definiciones dogmáticas y la teología misma. El estar en camino, nos mueve a desinstalarnos permanentemente, a desplazarnos de nuestras zonas de confort para ir al encuentro del otro.
Y actuar libremente y en conciencia es recurrir a esa ley inscrita en el corazón de cada uno de nosotros, en cuya obediencia consiste la propia dignidad del ser humano: ser hijos e hijas de Dios.
Creo, por último, que mientras la diversidad sexual no esté integrada en la plaza pública, mientras no entre en las aulas de los colegios y las universidades, mientras no se haga dignamente visible, estaremos en deuda con el Evangelio.
Después de conocer las vidas de mis entrevistados, puedo decirles con total seguridad y certeza que no son raros o depravados o pecadores. Que no amenazan la estabilidad del matrimonio y la familia; que no son un mal ejemplo para nuestros niños enseñándoles conductas que ellos podrían imitar, que no hacen daño al tejido social.
Simplemente… son hombres y mujeres que buscan ser reconocidos en su realidad vital, tal y como fueron creados por Dios, ni más, ni menos.
Necesitamos incorporar a las personas de la diversidad sexual, no para hacerles un favor, sino para tener mejores personas, hétero y homosexuales, y construir así, una mejor iglesia, una mejor sociedad.
No tengamos miedo de abrirnos a esta realidad. Confiemos en el Dios de la Vida que quiere que todos sus hijos tengan Vida en abundancia, también sus hijos e hijas de la diversidad sexual.
Ensayemos nuevas respuestas, nuevos caminos y, desde luego, ensayemos la hospitalidad y la acogida. Y para eso, yo diría… hablemos menos de ellos y hablemos más con ellos.
El lenguaje del amor compasivo de Dios, que es el único lenguaje que enseñó Jesucristo, debería eliminar de raíz cualquier prejuicio y marginación contra las personas de la diversidad sexual. Es necesario sumergirse en esas vidas y volver a pensar desde la pregunta que Jesús plantea al ciego “¿Qué quieres que haga por ti? Señor, que vea” (Mc 10, 46-52). Que todos nosotros veamos.
¡Muchas gracias!
[1] Parresía, hablar libremente, con valentía, sin miedo.
[2] Discurso inaugural, 6 de octubre 2014. Ver en http://www.youtube.com/watch?v=LMTj58J4NJ0
Carolina del Río Mena