Julio 27, 2024

La existencia histórica de Jesús, o la escasa prueba de un advenimiento sublime

 La existencia histórica de Jesús, o la escasa prueba de un advenimiento sublime

Ariel Alvarez Valdés.

Solemos pensar que Jesús de Nazaret, el fundador de la religión más importante y numerosa de occidente, debió de haber sido muy conocido en su tiempo. Que durante su vida llamó poderosamente la atención de las multitudes. Que con sus increíbles enseñanzas y sus sorprendentes milagros mantuvo fascinada a la sociedad entera. Que su fama se extendió incluso a los que no lo conocieron personalmente. Y que preocupadas por estos hechos, las más altas autoridades gubernamentales, incluido el emperador de Roma, ordenaron su arresto y su muerte, en el año 30.

Es decir, creemos que el impacto de Jesús en la sociedad de su tiempo fue impresionante; semejante al de un cometa que choca contra la tierra; y que si nos ponemos a buscar testimonios históricos sobre él, podemos encontrar millares.

Sin embargo no es así. Cuando examinamos la información que tenemos de aquella época, nos damos con que no existe ni un escritor, ni un autor, ni un historiador, ni un cronista, ni un ensayista, ni un poeta, ni un contemporáneo suyo, que hable de él. Aunque parezca mentira, nadie parece haber reparado en su persona, ni para criticarlo ni para alabarlo. No tenemos ni siquiera una alusión de pasada. Nada.

El impacto de Jesús en la sociedad de su época parece haber sido prácticamente nulo. Más que a un cometa que choca contra la tierra, se asemejó a una piedrita arrojada en el océano.

El militar escritor

Si extendemos nuestra investigación a las décadas siguientes a su muerte, tampoco encontramos mención alguna de Jesús. En los años 50, 60, 70 y 80, hay un completo silencio sobre su figura.

Tenemos que esperar a la década del 90 para hallar la primera referencia a Jesús, en un documento fuera de la literatura cristiana. Pertenece a un historiador judío llamado Flavio Josefo, nacido en Jerusalén hacia el año 37 dC, es decir, unos siete años después de la muerte de Jesús. Flavio Josefo era hijo de un sacerdote de Jerusalén, y por eso recibió una esmerada educación. Cuando en el año 66 los romanos invadieron Palestina, Josefo fue puesto al frente de las tropas judías para detener el país. Pero fue hecho prisionero, y llevado a Roma. Allí se ganó las simpatías del emperador y fue liberado. Entonces se dedicó a escribir varios libros para difundir la historia y las costumbres del pueblo judío.

Su primera obra fue La Guerra de los Judíos, en 7 tomos, donde describe la invasión de los romanos a Palestina en el año 66. Su segunda obra fue Antigüedades Judías, en 20 tomos. Es en esta obra, compuesta hacia el año 93, donde Josefo menciona dos veces a Jesús

Tres añadidos cristianos

La primera mención está en el tomo 18, y dice así: “Por aquel tiempo apareció Jesús, un hombre sabio (si es que se le puede llamar hombre). Fue autor de hechos asombrosos, y maestro para quienes reciben con gusto la verdad. Atrajo a muchos judíos y griegos. (Él era el Mesías). Y cuando Pilatos, debido a una acusación hecha por nuestros dirigentes, lo condenó a la cruz, los que antes lo habían amado no dejaron de hacerlo. (Él se les apareció al tercer día, vivo otra vez, tal como los profetas habían anunciado de Él, además de muchas otras cosas maravillosas). Y hasta hoy los cristianos, llamados así por él, no han desaparecido”.

Esta alusión a Jesús, conocida por los estudiosos como “el Testimonio Flaviano”, provoca verdadera sorpresa. ¿Cómo es posible que un judío religioso, como Josefo, que nunca se convirtió al cristianismo, confiese que Jesús era el Mesías, que resucitó al tercer día, que se apareció vivo ante la gente, y que era más que un simple ser humano? Resulta inaceptable. Por eso hoy los especialistas sostienen que este texto contiene tres pasajes añadidos por algún autor cristiano. Serían los pasajes que están puestos entre paréntesis. Si los eliminamos, el resto sería lo que realmente escribió Flavio Josefo.

Ahora bien, si nos atenemos al texto auténtico el historiador judío, vemos que él afirma lo siguiente: a) existió en Palestina un hombre llamado Jesús: b) era un sabio; c) realizó prodigios; d) la gente lo escuchaba con gusto; e) atraía a muchos judíos y griegos; f) las autoridades judías lo acusaron; g) Pilatos lo condenó a muerte; h) murió crucificado; i) sus seguidores se llaman cristianos en honor a él; j) el movimiento que él fundó siguió existiendo después de su muerte.

Por el asesinato de Santiago

La segunda mención que hace Flavio Josefo de Jesús, aparece en el tomo 20 de su obra. Allí, al contar cómo mataron a Santiago, el primer obispo de Jerusalén, en el año 62, dice: “Mientras tanto subió al pontificado Anás. Era feroz y muy audaz. Pensando que había llegado el momento oportuno, porque (el procurador) Festo había muerto y Albino aún no había llegado, reunió al Sanedrín y llevó ante él al hermano de Jesús, que es llamado Mesías, de nombre Santiago, y a algunos otros. Los acusó de haber transgredido la ley, y los entregó para que fueran apedreados”.

En esta segunda referencia, el escritor judío afirma: a) existió un hombre llamado Jesús; b) tenía un hermano llamado Santiago (lo cual coincide con lo que dice Marcos 6,3 y Gálatas 1,19); c) algunos lo consideraban el Mesías.

Estas dos citas de Flavio Josefo, si bien muy breves, son importantísimas, porque constituyen la primera prueba (fuera de la Biblia) de que Jesús de Nazaret realmente existió. Además, demuestran que Flavio Josefo disponía de bastante información sobre la persona de Jesús, en el momento de escribir.

Justo falta ese volumen

Poco después de Flavio Josefo, tenemos un segundo escritor que menciona a Jesús. Es el historiador romano Tácito. Nacido en el año 55, de una familia muy rica, fue gobernador de la provincia de Asia (al oeste de la actual Turquía) en el año 112, donde pudo conocer a los cristianos. Luego abandonó la política y se dedicó a escribir. Su libro más importante fue los Anales, compuesto en el año 117. Es una historia de Roma en 18 volúmenes, que va desde el año 14 d.C. (en que muere el emperador Augusto) hasta el año 68 d.C. (en que muere Nerón).

Desgraciadamente la obra nos ha llegado incompleta, porque se perdieron varios tomos; y justamente la sección que va del año 29 al 32 no sobrevivió. Por eso el proceso y la muerte de Jesús (ocurrida en el año 30), que quizás podría haber figurado, no aparece en los manuscritos que hoy tenemos. Pero sí, al hablar de la persecución de Nerón a los cristianos de Roma, Tácito dice: “Nerón sometió a torturas refinadas a los cristianos, un grupo odiado por sus horribles crímenes. Su nombre viene de Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio fue ejecutado por el procurador Poncio Pilatos. Sofocada momentáneamente, la nociva superstición volvió a difundirse no sólo en Judea, su país de origen, sino también en Roma, a donde confluyen todas las atrocidades de todo el mundo. Primero, los inculpados que confesaban; después, denunciados por éstos, una inmensa multitud, todos fueron convictos, no tanto por el crimen de incendio sino por el odio del género humano”.

Este testimonio nos brinda varios elementos importantes para situar históricamente a Jesús. Nos dice: a) que existió un hombre al que llamaban Cristo; b) que su patria era Judea; c) que su muerte ocurrió cuando Tiberio era emperador (o sea, entre los años 14 y 37) y Poncio Pilatos gobernador (entre los años 26 y 36); d) que Pilatos lo mandó a matar, lo cual implica que lo crucificaron, pues el castigo normal de las autoridades romanas en Judea era ése; e) que antes de morir, Jesús ya había formado un grupo de seguidores.

Otros candidatos abolidos

Estos dos escritores, Flavio Josefo y Tácito, son los únicos testimonios no cristianos (es decir, neutrales) conocidos, que hablan de la existencia histórica de Jesús de Nazaret. No hay ninguna otra fuente no cristiana, anterior al año 130 (o sea, en un período de cien años desde la muerte de Jesús), que mencione al fundador del cristianismo.

Los estudiosos suelen citar a otros dos escritores romanos que, según dicen, hablarían también de Jesús. Ellos son Plinio el Joven y Suetonio.

En el caso de Plinio el Joven, el texto que suelen citar es una carta suya, escrita en el año 112, donde al hablar de los cristianos dice: “Ellos afirman que toda su culpa y error consiste en reunirse en un día fijo, antes de la salida del sol, y cantar a coro un himno a Cristo como a un dios; y se comprometen a no cometer crímenes, ni hurtos, ni asesinato, ni adulterios, ni mentir, y luego toman su alimento”.

De Suetonio, el texto sería un pasaje de su libro Vida de los Doce Césares, escrito en el año 120: “Como los judíos provocaban constantemente disturbios a causa de Cristo, el emperador Claudio los expulsó de Roma”.

Pero si miramos bien, vemos que ninguno de los dos textos habla directamente de Cristo, sino de los cristianos. No afirman que haya existido alguien llamado Jesús, sino que un grupo de cristianos creía en su existencia. Por lo tanto, no sirven como fuentes para afirmar la realidad histórica de Jesús.

Pocos, pero contundentes

En conclusión, sólo han llegado hasta nosotros dos testimonios extrabíblicos sobre Jesús de Nazaret. Sin embargo, todos los estudiosos están de acuerdo en que esos dos textos bastan para probar, de manera concluyente y definitiva, su existencia histórica. Por eso hoy ningún historiador serio niega la historicidad de Jesús.

Primero, porque vemos que existen dos autores muy antiguos que de manera imparcial, objetiva y desinteresada afirmaron su existencia. Y son testimonios lo suficientemente cercanos a los hechos como para constituir fuentes fidedignas y confiables.

Segundo porque haay además muchísimos textos cristianos, más antiguos todavía, que hablan de Jesús. Entre ellos están las cartas de Pablo, escritas alrededor del año 50, que reflejan una tradición de los años 40, es decir, muy cercana al momento de la muerte de Jesús. También poseemos los Evangelios, que si bien fueron compuestos por creyentes en Jesús, y por eso no son obras imparciales, sí pretenden remontarse a un personaje real. Por lo tanto, negar la existencia histórica de la figura central de estos libros traería más dificultades que aceptarla.

Tercero, porque en la antigüedad ningún enemigo ni adversario de los cristianos, por más encarnizado que fuera, puso en duda la existencia de Jesús. Sí cuestionaron que fuera el Mesías, o el Hijo de Dios, pero jamás que hubiera existido. Las primeras dudas sobre su existencia histórica surgieron recién en el siglo XVIII, cuando ciertos autores franceses empezaron a decir que Jesús de Nazaret era una divinidad solar antigua a la que se le había atribuido existencia histórica. Esta duda se prolongó durante el siglo XIX y XX. Pero actualmente ya ningún estudioso la toma en serio.

Cuarto, porque los textos del Nuevo Testamento hacen interactuar a Jesús con otros personajes históricos, cuya existencia está demostrada por documentos arqueológicos y literarios no cristianos, como Juan el Bautista, Poncio Pilatos, Herodes el Grande, Herodes Antipas o Caifás.

Finalmente, porque si los evangelistas hubieran inventado a Jesús de la nada, lo habrían inventado de un modo tal que no produjera tantas dificultades y dolores de cabeza a los lectores; y hoy no habría ninguna diferencia entre el Jesús de los Evangelios y el Jesús histórico, que vamos conociendo gracias a la arqueología y a otras ciencias; los dos serían exactamente iguales. El hecho de que los evangelistas procuren reinterpretar la figura de Jesús desde su fe, demuestra que están tratando de modificar la vida de un personaje real.

Todavía hoy encontramos gente que duda de la existencia real de Jesús. Creen así estar a la vanguardia de la intelectualidad. Sin embargo, son personas que se han quedado en el tiempo, porque hace décadas ya que los estudiosos modernos llegaron a la certeza de su vida.

Escasa atracción

Cuando buscamos en la antigüedad los datos sobre la existencia histórica de Jesús, descubrimos con asombro que sus contemporáneos no dijeron casi nada de él. Que su vida fue absolutamente insignificante en el plano de la escena mundial. Esto demuestra que Jesús durante su vida fue un judío marginal, que fundó un movimiento marginal, en una provincia marginal del gran imperio romano. Su vida y su muerte fueron los acontecimientos menos importantes de la historia romana de ese tiempo, y sus contemporáneos ni siquiera le prestaron atención.

Por eso, lo asombroso no es que nadie hable de él. Lo asombroso hubiera sido que algún historiador de la época se hubiera interesado en él. Sería una casualidad increíble que los escritores de ese tiempo se sintieran atraídos por contar la ejecución de un carpintero palestino. Lo más natural del mundo hubiera sido que ningún contemporáneo lo recordara ni mencionara.

Sin embargo, y a pesar de ello, tenemos varias referencias de él. Más aún: hay más información sobre Jesús de Nazaret que sobre otros personajes de la historia cuya existencia nadie cuestiona. Por eso, su existencia constituye hoy un hecho histórico cierto e irrefutable.

Pero sus contemporáneos se interesaron poco en él. Sólo se habló de su persona cuando los cristianos comenzaron a ser una “molestia” para la sociedad. Cuando sus seguidores empezaron a hablar del amor al prójimo, del perdón a los enemigos, del servicio a los demás como actitud de vida, de no criticar, de defender a los más pobres. Recién entonces surgió el interés por conocer a esa extraña figura, que había dado origen a la doctrina más sublime de la historia de la humanidad.

Hoy el interés por la figura de Jesús ha vuelto a ser escaso. Quizás porque los cristianos hemos dejado de “molestar”; ya no somos un ejemplo llamativo de amor ante la sociedad. No somos los representantes de la doctrina más asombrosa que oyó la humanidad. Quizás si volviéramos a encarnar su mensaje, los historiadores, pensadores, filósofos, periodistas, vuelvan a sentirse atraídos por el carpintero de Nazaret.

Ariel Alvarez Valdés  – Estudios Bíblicos  /  Buenos Aires

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