Noviembre 12, 2024

Hombre y mujer en el horizonte de la fe

 Hombre y mujer en el horizonte de la fe

La reflexión sobre la mujer en el ámbito eclesial ha crecido y se ha profundizado en los últimos años gracias a que ella misma ha ido ganando lugar en los otros ámbitos de la sociedad. Podemos decir que su ascenso en la vida social, su creciente protagonismo, ha sido un verdadero “signo de los tiempos” que nos ha interpelado a reflexionar sobre los conceptos y actitudes con los cuales miramos a la mujer y un llamado a acercarnos a la mirada que Dios tiene sobre ella y nosotros.

Nuestros conceptos nos ayudan a mirar la realidad, pero también pueden volvernos ciegos a ella. En efecto, las palabras nos ayudan a designar o “señalar” distintas realidades: objetos, hechos, situaciones, etc. Necesitamos colocarle nombres a las cosas, de otro modo, no podemos conocerlas, indicarlas, mencionarlas. Pero las palabras traen consigo una carga semántica, un significado que a veces, en vez de ayudarnos a ver mejor la realidad, opacan nuestra visión. Es así como muchos conceptos utilizados para definir alguna realidad en vez de ayudarnos a ampliar nuestra comprensión, la limitan. Es lo que pasa con conceptos que funcionan como estereotipos, que ya veremos adelante.

Desde la fe se ha intentado comprender lo que es el ser humano. Para ello se ha recurrido a conceptos que permitieran articular una hermenéutica correcta de lo que es el hombre y la mujer. Se habló del hombre como “alma aprisionada”, como “animal racional”, también como un compuesto de “materia y forma”. Ninguno de estos conceptos podía dar cuenta a plenitud de lo que es el ser humano. El lenguaje que estos acercamientos contextuales o históricos se ve limitado, y actualmente se necesitan conceptos que no se limiten a lo abstracto. Por ello, hay un concepto que permite abrir la mirada en una dimensión holística que está fundamentada en la riqueza que encierra el hombre y la mujer. Esta conceptualización aún no la hemos podemos dimensionar ya que lo hemos pedido prestado a Dios, que siempre escapa a nuestras lógicas. El concepto al que nos referimos es el de persona. Y decimos que ha sido prestado porque en un principio se utilizó para designar la realidad divina. Desde ahí se ha aplicado para comprender al ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios.

Creemos que una comprensión del hombre y la mujer, deben nacer desde este concepto. Primero, porque al ser utilizado en un principio para designar la realidad divina nos permite ampliar nuestra mirada, la abre, en cierta medida, a una perspectiva superior, más profunda; y segundo, porque nos permite hacer una verdadera antropología cristiana, que es precisamente una mirada del hombre desde la fe, no desde los prejuicios, y nos permitiría superar la andrología que a veces marca nuestra mirada sobre la mujer.

Al hablar del hombre y la mujer como personas, estamos mirando algo que por una parte los une y a la vez los diferencia. Ser persona significa vivir desde la relación con otro. Significa que mi ser está abierto hacia otro distinto de mí, hacia un tú, en el cual encuentro mi complementariedad y mi plenitud como persona, que sólo se descubre en el encuentro con otro. Por un lado nos une, porque nos sitúa con la misma dignidad, hombre y mujer son persona, creados a imagen y semejanza de Dios. Pero por otro lado, nos hace diferentes, en cuanto nos sitúa en una relación complementaria que nos llama a buscarnos y encontrarnos mutuamente desde lo diferente de cada uno. Lo diferente no tiene por qué entenderse como subordinación. Esta confusión ha dado lugar a muchas de las dominaciones y abusos entre las personas.

La misma vida trinitaria ha sido comprendida desde la relación de complementariedad. El Padre no se entiende sin el Hijo y viceversa. Del encuentro -por decirlo de algún modo- entre el Padre y el Hijo procede un amor tan puro, perfecto y fecundo que es Persona (otra, la tercera), puro Amor, puro abrazo amoroso entre el Padre y el Hijo.

La mirada del hombre y de la mujer desde el concepto de persona va más allá de los conceptos masculino y femenino que solemos usar para distinguir hombre y mujer. Estos conceptos pueden ser entendidos como estereotipos. Llamaremos estereotipos a generalizaciones que se hacen sobre un grupo de personas que distinguen a ese grupo de otros. Los estereotipos tienden a ser sobre generalizados, errados y resistentes a nueva información. Mientras el concepto de estereotipo se refiere a creencias de un grupo de personas, el prejuicio refiere a actitudes. Lo que pasa es que los estereotipos pueden avalar los prejuicios, de hecho, de los estereotipos presentes en la sociedad emergen prejuicios específicos hacia ciertos grupos y las conductas discriminatorias hacia éstos.

Al hacer el simple ejercicio de redactar una lista con las características que atribuimos al estereotipo masculino y al femenino podemos darnos cuenta que hemos ido adjudicando ciertos atributos y negándole otros a cada uno. Esto habla de una verdadera “lógica de contrarios” donde lo masculino y femenino se distribuyen aptitudes y desde las cuales se desprenden funciones y labores específicas que terminan determinando las actitudes que tenemos hacia el otro, sobre todo hacia la mujer.

La aparición del concepto de género viene a darnos una mano a la hora de mirar la realidad. En este sentido, el concepto de género puede ser entendido como una “herramienta metodológica” para comprender las relaciones entre grupos de individuos y que nos ayuda a identificar problemas de investigación, iluminar un área de cuestionamiento que antes no habíamos visto.

Gracias a los estudios de género hemos podido darnos cuenta de la relación de subordinación que ha habido entre hombre y mujer en la sociedad. El concepto de género nos ayuda a diagnosticar la realidad, a darnos cuenta de algo que no siempre veíamos, pero no necesariamente la transforma. Sólo una renovada mirada sobre la dignidad del hombre y la mujer puede ayudarnos a transformar la realidad que los estudios de género nos descubre. Muchas veces, entendemos que la subordinación a la que ha sido sometida la mujer debe ser reemplazada por una dominación de ella hacia el hombre. Esta perspectiva no es una solución, pues se acepta la misma lógica de la cual queremos salir.

La perspectiva de Dios sobre el hombre y la mujer mira más allá de lo que podemos ver nosotros. Uno de los errores al mirar al hombre y a la mujer desde la fe ha sido verlos en retrospectiva, desde el pasado. Es verdad que el pasado puede ayudarnos a reconocer nuestro origen común, nos ayuda a saber lo que somos hoy. Pero debemos decir que el pasado arrastra también nuestras limitaciones, nuestros prejuicios, propios de épocas pasadas. Si queremos mirar al hombre y a la mujer no podemos hacerlo con los anteojos del pasado, pues pueden estar desenfocados por la cultura y costumbres propias de un período que no había podido descubrir o ampliar su mirada desde Dios. Hoy en día, hemos avanzado en la reflexión sobre el hombre y la mujer; y nos damos cuenta de cosas que para otra época era válida, pero no para nosotros hoy.

¿Por qué Dios no nos dijo desde el principio toda la verdad sobre nosotros? Esto se entiende por el concepto de revelación progresiva. Dios ha ido enseñándonos de acuerdo a nuestro propio desarrollo como humanidad, de a poco. Esta es su pedagogía, mostrarnos la verdad desde nuestras posibilidades y limitaciones. Sin embargo, con Jesús nos ha dado una “clase magistral” en la que nos ha dado todos los elementos para que podamos ver nuestra realidad desde la mirada de Dios. “Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo […]” nos dice la carta a los Hebreos (1, 1-2).

Pero Dios no nos habla desde el pasado. Dios nos habla desde el futuro. Cuando Dios habla, siempre lo hace por medio de una promesa, un proyecto que hace caminar al hombre y a la mujer hacia su propia plenitud. Basta mirar la historia de Abraham, de Moisés, de los profetas, etc. Con Jesucristo, Dios nos ha hablado de nuestro propio futuro, de lo que estamos llamados a ser: hijos de Dios. Esta perspectiva de futuro debiera ayudarnos a mirar lo que es el hombre y la mujer hoy. Es Jesús el lente para desde el cual mirarnos a nosotros y mirar a los demás.

San Pablo nos dice: “ni la mujer sin el varón, ni la mujer sin el varón, en el Señor. Porque si la mujer procede del varón, el varón, a su vez, nace mediante la mujer, y todo proviene de Dios” (1 Cor 11-12). Desde Dios, la comprensión de las relaciones entre el hombre y la mujer se hace más profunda; y esto porque la perspectiva de Dios es una perspectiva de futuro, un proyecto hacia el cual caminar. Esto explicaría el que aún no podamos vivir plenamente este tipo de relaciones, pues estamos en camino hacia ellas. Es nuestro futuro. Pero además nos alienta, porque Dios nos quiere decir que el pasado no es el criterio para mirar la realidad, sino que es el proyecto que Dios tiene para nosotros, manifestado en Jesucristo. Esto nos ayudaría a entender mejor muchos ámbitos de nuestra esfera social. La justicia, que todos anhelamos, es un proyecto de Dios para nosotros, hacia el cual debemos caminar. No se trata de ajustar lo que hacemos para volver a un estado de “justicia original”, sino que somos nosotros los que tenemos las posibilidades para construir y caminar hacia esta justicia. La distancia temporal no sería un impedimento, sino una posibilidad: aún podemos caminar hacia este futuro que Dios nos promete. La libertad no es algo que tenemos que recuperar, sino algo que podemos construir y que se va ampliando en la medida que profundizamos en la perspectiva de Dios.

Superar las dicotomías entre hombre y mujer, nacidas de los estereotipos, es posible si miramos a Jesucristo, el “Primogénito de toda la creación” (Col 1,15). Como Primogénito es el principio. Es paradójicamente como principio, el fin, la plenitud de todo. Y la mirada de Dios es esta, desde la plenitud. Por eso hay que tener cuidado de mirar al hombre y a la mujer desde los estereotipos, que en cierta medida es mirar desde el pasado, ya cerrado; en cambio, mirar desde Jesucristo es mirar desde el futuro, como primogénito, principio y plenitud. Superar las subordinaciones en las relaciones entre hombre y mujer es mirar desde el proyecto de Dios, no desde el pasado.

No nos asustemos que esta mirada de Dios nos supere. Así ha sido siempre. Traigo de nuevo lo que decíamos al principio. A veces nuestros conceptos para comprender la realidad en vez de ayudarnos a ver mejor, nos ciegan más. Dios mira más lejos que nosotros, y viene a hablarnos desde la plenitud para que nuestro presente lo encaminemos a este futuro prometido. En este camino seguiremos profundizando lo que significa este futuro siempre y cuando miremos desde Dios, más allá de nuestros limitados conceptos. Y seguir profundizando significará incluso cambiar a veces estructuras sociales y hasta eclesiales sujetas a estereotipos que miran al hombre y a la mujer desde el pasado, y no desde el futuro de Dios.

Juan Pablo Espinosa Arce

Académico Teología UC

Editor