Abril 25, 2024

Desgarro y hospitalidad

 Desgarro y hospitalidad

Desgarro y hospitalidad

Meditaciones en Adviento.

“Cielos, lloved vuestra justicia

ábrete tierra, haz germinar al Salvador”

 – Ven Salvador –

 “Oh cielos lloved de lo alto, oh nubes mandadnos al Santo

Oh tierra, ábrete tierra y brote el Salvador”

 – Oh cielos lloved de lo alto –

 “De montes y valles, ven ¡oh deseado!

rompe ya los cielos niñito, brota flor del campo”

 – Dulce Jesús mío –

Adviento y Navidad tienen un sabor especial. A pesar de toda la vorágine de estos días, en los cuales estamos evaluando el año que se va, soñando con el que llega, en donde estamos preparando regalos y cenas, corriendo de acá para allá, la temporada del Adviento y de la Navidad nos invitan a volver a lo humano. Y en esa invitación provocadora, pienso en las poéticas palabras que las canciones del Adviento nos proponen y que inician estas ideas, estas oraciones, estas súplicas. Quisiera en estas meditaciones en Adviento pensar el desgarro y la hospitalidad. Desgarrar es romper, es abrir, es germinar. La semilla se desgarra para que brote una nueva rama, un renuevo. Hospitalidad, hospitalizar, preparar una casa, tener un lugar donde vivir y convivir. El Hijo de Dios que viene a nuestra tierra desgarró el cielo y espera de nosotros un gesto de hospitalidad, porque Dios mismo es hospitalario. La teología de la hospitalidad, del buen vivir comienza con el mismo Dios-Yahvé.

¿Estamos preparando un Belén para nuestro Dios? ¿Está dispuesta nuestra carne, nuestra historia, nuestra casa para dar un espacio a este niño? Y hablamos de los niños porque la infancia es la condición que posibilitó la presencia de Dios, el desgarro del cielo. Escuchemos la palabra poética de Ibáñez Langlois:

Dónde estará mi infancia que no la encuentro

con el ángel de la guarda se fugaría

se habrá escondido en el tercer milenio

infancia infancia acude a mi llamada

que sin ti no puede encarnarse el Hijo de Dios.

– Infancia, en Poemas dogmáticos II –

 En la infancia hay desgarro. Cuando una nueva criatura abre sus ojos al mundo se desgarra, rompe en llanto, protesta. El espacio acogedor de un vientre materno queda atrás cuando ingresa a nuestro mundo, quizás más frío, pero con ansias de cuidado. Dice Boris Cyrulnik en De cuerpo y alma: neuronas y afectos: la conquista del bienestar (2007): “un bebé humano sufre desde su nacimiento. Cuando deja las aguas del líquido amniótico que estaba a 37°, tiene frío, está seco, y se siente maltratado por el nuevo medio sensorial que lo rodea. La luz lo encandila, los sonidos ya no le llegan filtrados, cuando lo alzan en brazos, siente topetazos por todas partes – puesto que ya no lo baña la suspensión hidrostática uterina – y dolor en el pecho mientras los pulmones se le despliegan para permitirle respirar”. Dios en María sintió que era maltratado por el nuevo medio que lo recibía. El líquido amniótico de María, ese espacio hospitalario y confortable dio brusco paso a “no tener lugar en la posada” (Lc 2,7). Hubo un dolor histórico, concreto y real en el pecho de Jesús la noche de Belén. El niño venía envuelto de grasa como nacen todos los niños del mundo y como lo seguirán haciendo. Dios entró al mundo llorando como signo de protesta ante el desgarro. Si a Belén no entramos en la dinámica del desgarro no hemos entendido nada de su mensaje universal y salvador. Por ello tenemos que pedir insistentemente con Ibáñez Langlois que la infancia vuelva porque por ella hubo Encarnación. A través de la poesía es como entramos a contemplar el rostro de Jesús. Son las danzas, los cantos, los poemas, no la mera formulación informativa, fría, las que nos permiten hablar del Dios desgarrado. El Dios que se desgarra entra por la vía de la contemplación poética.

Un filósofo al que leo con gran pasión e interés, Byung-Chul Han, hablando de la existencia poética y de la importancia del arte en nuestra vinculación con los demás dice: “el arte – y en eso consiste su existencia paradójica – tiene su hogar en lo inhóspito. Las imágenes poéticas son figuraciones en un sentido privilegiado, como formas introducidas. Son imaginaciones en las que se puede avistar lo extraño en el aspecto de lo familiar. A la poesía le es inherente una oscuridad. La poesía da testimonio de la presencia de lo ajeno que se custodia en ella. En el infierno de lo igual la imaginación poética está muerta” (La expulsión de lo distinto 2017). En la celebración de la Navidad hay una suspensión del infierno de lo igual, porque el Otro (Dios) quiere encontrarse amorosamente, amigablemente, salvadoramente, infantilmente (que no es lo mismo que infantilizar) con su otro, con el ser humano. Dios es nuestro TÚ y nosotros somos el tú de Dios. Esta unión de los distintos es la gran supresión, el gran desgarro, el salvador desgarro de la Navidad. El niño de María se desgarra, se “abaja”, se hace siervo, se contrae, deja un espacio para que podamos reconocerle en la vulnerabilidad de su carne que protesta por el ambiente que la recibe (Cf. Flp 2,6-11). Para entender este desgarro quiero apelar nuevamente a Byung-Chul Han cuando dice “se retira por completo para dejar espacio al otro. Se vuelve todo oídos sin la molesta boca” (La expulsión de lo distinto, 2017). Dios se retira, se hace un espacio, ESO ES LA ENCARNACIÓN. Esa es la hospitalidad de la encarnación.

El filósofo chileno Humberto Giannini dice que la hospitalidad tiene que ver con una reflexión, con un volver a mirar, con una disposición a abrazar lo cotidiano, a ejercitar el arte de la convivencia (Giannini, La “reflexión” cotidiana: hacia una arqueología de la experiencia, 2013). Byung-Chul Han reconocerá que la hospitalidad tiene que ver con un silencio. En el llanto de Belén, en la primera noche, hubo también un silencio, un GRAN SILENCIO. Un silencio por el cual Dios entró en el mundo de los seres humanos hecho ser humano. Es una entrada tan cotidiana que por ello es salvadora. Byung-Chul Han resuena una vez más. Dejemos que él hable: “… su silencio, que brinda hospitalidad y escucha, invita al otro a liberarse hablando” (La expulsión de lo distinto, 2017). EL SILENCIO BRINDA HOSPITALIDAD. EL SILENCIO ANTECEDE EL HABLA. EL SILENCIO ESTUVO ANTES DE LA PALABRA QUE SE HIZO CARNE (Cf. Jn 1,14). Hay una pista cristológica en esta propuesta filosófica de Byung-Chul Han: “el oyente hospitalario se vacía haciéndose una caja de resonancia para el otro que lo redime devolviéndolo a él mismo. La escucha puede bastarse a sí misma para sanar (…) esos pequeños sonidos respiratorios son signo de hospitalidad, un alentar que no precisa emitir juicios” (La expulsión de lo distinto, 2017). DAR ALIENTO, DAR EL ESPÍRITU. GEMIDOS DE ALIENTO DE LA RUAH SOBERANA DE DIOS. SER “OYENTES DE LA PALABRA” Y DEL SILENCIO.

Cuando Dios creó al ser humano y le dio la ruah, que permite la comunicación/escucha, realizó un acto de contracción, de vaciamiento. SE ENCARNÓ, SE LIMITÓ. Cuando Dios crea está escuchando lo creado. Escuchó a los esclavos de Egipto en medio de su aflicción (Cf. Ex 3,7-12). Por ello “el arte de escuchar se desarrolla como un arte respiratorio” (Byung-Chul Han). El arte respiratorio de la humanidad de Dios que comenzó con los gemidos de contracción de una jovencita nazarena. DIOS NECESITÓ DE LAS CONTRACCIONES DE MARÍA. María y nosotros precisamos de la CONTRACCIÓN DIVINA. La vulnerabilidad de Dios se expresa en el desgarro y en la hospitalidad. El francés Louis Evely dice:

“Dios nos ha dado poder sobre él.

Dios ha querido tener necesidad de nosotros.

Dios será siempre más débil que nosotros, porque nos ama más”

 – Dios es vulnerable –

 Por ello Navidad nos invita a vivir una FE COMPROMETIDA CON LA VIDA (Tony Mifsud). Porque el COMPROMISO de Dios se hace carne en Belén. Tenemos la tarea, la responsabilidad de ser un BELÉN para nuestros hermanos. Sólo en la lógica de Belén, de pasar por la pequeña puerta de la gran basílica de la Natividad en Tierra Santa (que no mide más de un metro de altura) se entiende más profundamente qué significa: Y EL VERBO SE HIZO CARNE Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS (Jn 1,14). Sólo ejercitando el silencio entendemos al Dios de las locuras de la Navidad. Sólo en el desgarro de Yahvé entendemos la positividad y la fecundidad de nuestros propios desgarros. Como dice la teóloga española Dolores Aleixandre es necesario “mirar, escuchar, decir y actuar como Jesús y desde los mismos espacios que fueron suyos” (Compañeros en el camino. Íconos bíblicos para un itinerario de oración, 1995). Sólo se entra en el desgarro de la Navidad desde los “mismos espacios que fueron de Jesús”. Termino con Dolores Aleixandre: “desde el corazón del mundo, no separado de la gente, sino cercano a ella, sintiendo que sus gozos y sufrimientos, sus angustias y esperanzas, son los tuyos” (Compañeros en el camino, 1995)… Y SON TAMBIÉN LOS DEL DIOS DE BELÉN.

Juan Pablo Espinosa Arce  /  Educador y Teólogo

Facultad de Teología Pontificia Universidad Católica de Chile

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