Octubre 8, 2024

En Conciencia y Discernimiento

 En Conciencia y Discernimiento

Para el plebiscito del 17 de diciembre próximo, los obispos cambiaron  de postura.

Su declaración para el plebiscito anterior fue claramente condenatoria por motivos morales.  Declararon la imposibilidad para un católico votar “a favor”. En esta nueva oportunidad, ellos tomaron una actitud más abierta y  hablan de  iluminar la vida civil  con la doctrina social  de la Iglesia y también de guiar las conciencias individuales con  el resguardó de un  discernimiento. Empezando la lectura  se podría esperar encontrar  fundamentaciones evangélicas y unas referencias especiales a Jesucristo por la postura pero hay que llegar a las últimas palabras del texto  para encontrar allí las invocaciones tradicionales de ayuda  a Dios y a la Virgen María  y una escueta alusión a guiarse con las “enseñanzas” de Jesucristo. 

De hecho, no es fácil tarea recurrir al evangelio para aportar una luz  para un acto civil preciso como  el voto. Estamos acostumbrados a los discursos episcopales que repiten sus ideas tradicionales pero siempre se espera algún planteamiento nuevo que intérprete  los signos de los tiempos. 

La ausencia de referencias a la Palabra de Dios en el texto nos recuerda   el radicalismo de Lutero quien, 500 años atrás, acusaba la enseñanza religiosa de la Iglesia  de no tener  como único fundamento: Cristo (Icor, 3, 10ss). A lo largo del texto los obispos  carecen  de esta referencia específica a Cristo y a su evangelio. Es cierto que los católicos valoramos la herencia de la Palabra de Dios recibida a través de la larga historia de una multitud de testigos y también,  creemos que su comprensión no puede ser solamente individual o grupal porque necesita el respaldo de una inteligencia eclesial unitaria. Sin embargo anhelamos una inspiración más directa. 

¿Cúal texto del evangelio o del Nuevo testamento puede  iluminar las consciencias para la vida civil? Para descubrir las dificultades de esta inspiración tomemos  el ejemplo  del dicho de Jesús conocido de todos: “ Al Cesar, lo del Cesar, a Dios lo de Dios” ( Mat. 22, 15ss). Los Fariseos y Herodianos le preguntaban a Jesús: ¿“si o no se debe pagar el tributo al Cesar”?. La trampa de los  simpatizantes del imperio romano era de poder tildar Jesús de revolucionario. La repuesta afirmativa de Jesús puede entenderse como la aclaración  que reivindica el deber mayor con Dios, o quizás más astutamente puede ser  una solapada acusación de idolatría de los Fariseos  por el efigie de la moneda que es del dios-imperador. De verdad, con este relato, es difícil concluir con una enseñanza precisa de Jesús sobre las relaciones religión-Estado. La verdad  es que es imposible encontrar en  un texto que da  respuesta precisa para nuestro tema. La palabra de Dios no nos da una suma de creencias y de mandamientos, son múltiples testimonios para conocer a Dios y la nueva vida que nos quiere comunicar.  Entonces, conviene buscar  y sumar testimonios de los apóstoles   para recibir el Espíritu que Jesús nos quiere dejar. Esta “inteligencia” de su voluntad es la que nos puede ayudar para cualquier actuación humana.  Leyendo los evangelios, se podrá descubrir que Jesús tuvo diferentes actitudes sociales con la gente (milagros y incredulidades…) con las autoridades (criticas, enfrentamientos, pasión). Cada una de sus palabras y actitudes nos ayuda a crearnos una mentalidad  para guiar el quehacer de nuestra vida. A demás es interesante descubrir cómo  los mismos apóstoles  y las comunidades primitivas  hicieron creativamente su espacio en la sociedad compenetrados del Espíritu divino. 

En los primeros siglos de la cristiandad, cuando los cristianos se dieron  cuenta que el Reino de Dios no llegará tan luego ni por sí solo, tomaron conciencia que eran constructores del Reino de Dios con un hacer terrestre, un proceder personal y también  histórico.  

Creciendo en número, y  cuando se convirtió el emperador, los cristianos se organizaron con  un poder a imitación del Imperio romano, se lanzó  la primera evangelización estructurando las  cristiandades en paralelo a las organizaciones de los reyes y  imperadores,  a veces dominando, a veces rivalizando o  a veces coludidos con los poderes civiles. Después de las revoluciones, las republicas y la división dramática de la cristiandad, las relaciones cambiaron y las organizaciones civiles se impusieron. La Iglesia católica, por su universalidad,  mantuvo un tiempo su prestigio hasta entrar en su decadencia actual. 

 La misma idea de “Iglesia” fue  evolucionando. Para los católicos, la Iglesia puede entenderse principalmente como la  realidad mística del Pueblo de Dios, para el público en general la Iglesia católica es una congregación entre otras. Si se refiere a la  organización de la Iglesia, se puede hablar de manera apropiada de la Institución eclesial; a veces también  al hablar de Iglesia se la asimila  a los  jerarcas o la autoridad eclesial misma, se habla por ejemplo de la “doctrina social de la Iglesia”, mejor hoy día hablar de “enseñanzas sociales de la Iglesia. 

 Una novedad aparece en  la declaración, dicen: “La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático”. Esta valoración no siempre existió.   

En este contexto, leemos que los obispos se declaran defensores de los “Valores” fundamentales y, entre ellas,  citan en primer lugar  la “Democracia”. Hablar de “valores” entre nuestros contemporáneos es ambiguo. El término “valor” puede referirse a realidades distintas. Para unos será  algo “espiritual “y subjetivo, para otros: un “absoluto “que obliga, para otros también algún elemento de un sistema cultural determinado. A demás, es de reconocer que el valor-democracia es algo  bastante ignorado de los eclesiásticos porque en la institución eclesial no  existe representatividad, elecciones de autoridades, gobierno participativo…  no es precisamente lo que se practica en la institución eclesial.  

A continuación se habla del valor de la “dignidad de la persona humana” que conlleva el valor  de la  Vida. No es la filosofía de los valores sino la del Personalismo y del Humanismo. Son visiones particulares. El ser humano puede considerarse como un hito de la evolución biológica, como  participante de una especie particular, como individuo con raciocinio, libre y responsable… Esta complicación surge con el desarrollo de las ciencias positivas y humanas. El cristianismo se quedó en  contradicciones con sus relatos míticos de creación del génesis. La obsesión de los eclesiásticos con la  problemática de los abortos resulta de un malentendido de equiparar la moral con lo legal. El orden social  y el Bien común es del ámbito civil, la moralidad y  la santidad corresponden a las religiones y espiritualidades.  

El valor que los obispos dan a la “Familia” deja mucho por pensar. Son eclesiásticos (célibes) que insisten  al Estado para mantener una imagen obsoleta de la familia. Sus demandas son injustas porque fueron en gran parte las mismas religiones que fallaron en la educación de muchas generaciones, demonizaron el sexo, se condenó la regulación de nacimientos, se condenó  los divorcios, engañaron con sus casamientos frívolos. En la historia y en las distintas culturas se conocieron diversos modelos de procreación y  de realizaciones sexuales y afectivas. Los cristianos  podemos  creer que el modelo que preconizamos es lo adecuado pero ¿por qué pedir al Estado imponerlo a todos los ciudadanos. ¿No será que las religiones quieren poner sobre los hombros  del Estado  cargas que ellas mismas no son capaces de llevar? (Mat. 23,4-15).   

En cuanto a la  postura preconizada en materia económica, se declara “fundamental” el principio de “subsidiariedad” para palear a las desigualdades sociales. Este principio es claramente capitalista. Ayer se reclamaba al Estado un  “asistencialismo” por amparar las miserias que dejaba  el enriquecimiento de algunos. La   “subsidiaridad” para el desarrollo social del país  es insuficiente. Los economistas progresistas, ellos,  hablan de la necesidad de una colaboración leal  de lo privado con lo fiscal para “a la par” trabajar por el Progreso del país. Con la salud y la seguridad no se trata solamente de derechos, se necesita solidaridad. 

Al terminar esta reflexión previa al próximo plebiscito del 17 de diciembre, se puede celebrar la invitación que hacen los obispos de decidir su voto a conciencia.      

Paul Buchet / Consejo Editorial de revista ‘Reflexión y Liberación’

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