Diciembre 14, 2024

Doctrina de la Fe y Dignidad Humana

 Doctrina de la Fe y Dignidad Humana

Es la tercera ocasión en que el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, bajo la dirección del Cardenal Víctor Manuel Fernández (Tucho), se afirma oficialmente, se demuestra claramente un malestar doctrinal que merece ser considerado.

Este malestar, al componer significativamente la nueva instancia con un enfoque sistemático renovado, aparece claramente en los 66 números de Dignitas Infinita. Lo que más llama la atención en este último documento es la ausencia de comparación con la tradición cultural de los últimos 200 años. No hay duda de que la maduración del tema de la “dignidad del hombre” (y de la mujer) se percibe como un hecho, como si la Iglesia lo hubiera elaborado con plena autonomía.

También aquí, como hizo Amoris laetitia en sus primeros números valiosos, no habría estado fuera de lugar mostrar cómo la recepción de la Declaración de Derechos Humanos Universales , formulada por la ONU en 1948, fue también fruto de las revoluciones políticas de finales del siglo XVIII, frente al cual la Iglesia católica ha luchado durante 150 años por comprender incluso los elementos positivos. Una “sana autocrítica” en torno a la dignidad de hombres y mujeres habría sido saludable y muy eficaz.

Pero lo que llama la atención al leer el texto son las categorías de un tenue personalismo, que en realidad no puede compararse excepto con la definición de “persona” de Boecio. Las fuentes de comparación premodernas nos permiten desarrollar una sistemática de la dignidad que está esencialmente retrasada 200 años. No se puede dejar de observar cómo la intención fundamental, que caracteriza el pontificado de Francisco, consiste en “aglutinar” fuertemente la enseñanza moral y social, la atención al hombre y a la creación, la atención a la libertad y a la fraternidad. Y hay textos en los que esta operación se llevó a cabo con notable incisividad.

Pero el instrumento para proponer esta innovación, la Declaración , se presenta en un estilo viejo, cansado, nada dialógico y algo fundamentalista. En la carta que el Papa escribió el verano pasado al nuevo Prefecto le pedía algo muy concreto, que se divide en dos proposiciones importantes:

Para no limitar el sentido de esta tarea, hay que añadir que se trata de “aumentar la inteligencia y la transmisión de la fe al servicio de la evangelización, de modo que su luz sea criterio para comprender el sentido de la existencia”. , especialmente frente a las cuestiones que plantean el progreso de la ciencia y el desarrollo de la sociedad”[3]. Estos temas, acogidos en un renovado anuncio del mensaje evangélico, “se convierten en herramientas de evangelización”[4], porque nos permiten entrar en diálogo con “el contexto actual, sin precedentes en la historia de la humanidad”[5]. Sepan, además, que la Iglesia “necesita crecer en la interpretación de la Palabra revelada y en la comprensión de la verdad”[6], sin que esto implique la imposición de un modo único de expresarla. Porque “las diferentes corrientes de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y en el amor, pueden hacer crecer también a la Iglesia”[7]. Este crecimiento armonioso preservará la doctrina cristiana más eficazmente que cualquier mecanismo de control”.

Para no limitar el sentido de esta tarea, hay que añadir que se trata de “aumentar la inteligencia y la transmisión de la fe al servicio de la evangelización, de modo que su luz sea criterio para comprender el sentido de la existencia”. , especialmente frente a las cuestiones que plantean el progreso de la ciencia y el desarrollo de la sociedad”[3]. Estos temas, acogidos en un renovado anuncio del mensaje evangélico, “se convierten en herramientas de evangelización”[4], porque nos permiten entrar en diálogo con “el contexto actual, sin precedentes en la historia de la humanidad”[5]. Sepan, además, que la Iglesia “necesita crecer en la interpretación de la Palabra revelada y en la comprensión de la verdad”[6], sin que esto implique la imposición de un modo único de expresarla. Porque “las diferentes corrientes de pensamiento filosófico, teológico y pastoral, si se dejan armonizar por el Espíritu en el respeto y en el amor, pueden hacer crecer también a la Iglesia”[7]. Este crecimiento armonioso preservará la doctrina cristiana más eficazmente que cualquier mecanismo de control”.

Si al final de un documento sobre la “dignidad infinita” del hombre y de la mujer nos enfrentamos a lo que se llama “ideología de género” y utilizamos, como únicas fuentes citadas en la nota, las palabras que el Papa Francisco pronunció en En varias ocasiones, sin examinar jamás el objeto del juicio (teoría de género) de manera global, sino considerándolo sólo por sus contenidos “ideológicos“, fracasamos en esa tarea de “inteligencia de la fe” que no puede convocar a la cultura contemporánea sólo “en ausencia”.

El Papa pide “abrir un camino” (en el ámbito de la bendición, de la validez sacramental o de la protección de la dignidad), y tiene razón en hacerlo, pero los paradigmas de interpretación y las herramientas de expresión son “herencia” de la católica sistemática. La tradición, en la que un nuevo desarrollo es inevitable, se confía a cargos específicos y no puede proceder mediante consignas, sino mediante argumentos estrictos.

Pensar que podemos dar respuestas verdaderas a nuevos problemas relanzando una definición de Boecio, inventando una “bendición pastoral” que no parece infinita, sino “indefinida”, reconstruyendo aventureramente la “historia de la dignidad moderna” como si fuera obra de la Iglesia católica, desenterrando un precedente de bendiciones no rituales en una disposición del prefecto J. Ratzinger o sacando de un discurso de ocasión una expresión alegre, pero nada técnica, de Juan Pablo II (de ahí el origen del término ” dignitas Infinita“), no responde realmente a las cuestiones, sino que sólo calma cierta ansiedad clerical.

Esta forma de proceder, al ser autorreferencial, produce un efecto clerical. Ya no necesitamos estas soluciones falsas. Alimentan una “retórica” ​​cada vez menos convincente, porque no elabora argumentos, sino lemas. Los argumentos del último documento, lamentablemente, no tienen una “dignidad infinita”, sino un alcance doctrinal muy “finito”, exhibiendo una lógica poco convincente, que no puede defenderse únicamente con el principio de autoridad.

Andrea Grillo / Teólogo – Come se Non

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