Italia repudia la guerra
Prohibir la guerra, repudiarla, sin condiciones ni peros. Sin ceder a la tentación de horizontes de gloria lubricados por la sangre de los inocentes. Sean pacifistas, conviértanse en pacifistas. Convertirnos en trabajadores por la paz, testigos del futuro.
A veces simplemente no puedes quedarte callado. A veces la indignación no puede dejar de expresarse. Esto es lo que piensa Patrizia Lòndero, profesora de literatura de Desenzano. Después de décadas de colaboración con el Movimiento de Cooperación Educativa, cuyos Proyectos de Educación para la Paz siguió, Patrizia, después de leer la nota ministerial el pasado mes de marzo, reaccionó rápidamente escribiendo una carta abierta titulada «El encanto indiscreto de la guerra»:
Sólo queda solidarizarnos uniéndonos a todos aquellos que condenan esta peligrosa proliferación de propuestas de formación de base militar, para declarar con fuerza la urgencia de construir escuelas de paz, cultivando en los niños oportunidades de solidaridad con quienes viven en zonas de guerra, de conocimiento. del drama de la guerra y de sus víctimas, de planificar ayudas concretas para aquellos para quienes la guerra lo ha destruido todo.
Sanar heridas, ayudar a reconstruir.
Sería necesario leer circulares que hablen de esto.
Repudiar la guerra. Éste es el compromiso que nos recuerda el artículo 11 de la Constitución. Repudiar es un verbo fuerte, muy fuerte, que no acepta compromisos convenientes ni medias tintas. Repudiar, desechar, prohibir la guerra, ésta es la responsabilidad que estamos llamados a asumir.
Durante siglos nuestras civilizaciones han aceptado la esclavitud. Durante siglos, la tortura, los abusos y la discriminación han sido parte de un horizonte tolerado de normalidad. Luego llegó la temporada de los derechos. La Declaración Universal de Derechos Humanos de diciembre de 1948 proclamó y sancionó los derechos de primera generación, basados en la libertad, y los derechos de segunda generación, basados en la igualdad.
Pero todavía hay una tercera generación de derechos humanos esperando ser compartidos y suscritos: derechos que, como el derecho a un medio ambiente sano, al desarrollo y a la paz, tienen la fraternidad en su centro.
Promover la paz, aborrecer la guerra, así como aborrecemos la tortura, las cadenas, la esclavitud, la opresión, la discriminación: ésta es la conciencia a la que, como humanidad, debemos despertar, antes de que sea demasiado tarde.
Porque el ‘Ato el Fuego’ puede ser el grito, silencioso pero fuerte, de una conciencia humana finalmente despierta, que ya no quiere creer en la guerra y en sus razones falsas e irrazonables.
Anita Prati – Roma