Otros tiempos, otras costumbres
“El miércoles de cenizas comienza la Cuaresma”. Para muchos esta afirmación les parece “cuentos chinos”. No entienden de lo que se trata. Y para explicar esto a los niños del catecismo, el catequista deberá hacerles una larga charla porque si no han ido a una Iglesia, si no han presenciado la ceremonia de la imposición de cenizas que les hace el sacerdote a los fieles, es difícil que capten el sentido de esta tradición. Para la idea de “Cuaresma”, les podrá explicar que es un tiempo de oración y de mortificación personal para prepararse a la Pascua de Resurrección. Pero: ¡Difícil tarea! Más fácil que entiendan el sentido del “mardi gras” que pueden asimilar a la exaltación de los carnavales en el mundo.
Al reflexionar a las dificultades de la evangelización, se choca así con el arrastre de las tradiciones católicas y uno se pregunta si muchas de ellas no obstaculizan el anuncio del evangelio. Es cierto que Jesucristo, para concluir su enseñanza en parábolas, dijo que: “Todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo” (Mateo, 13,52). Pero vale la pena preguntarse si en la Iglesia no se desequilibraron las cosas privilegiando lo antiguo en contra de lo nuevo.
El día anterior al miércoles de ceniza (que ya no se informa en los calendarios corrientes) la prensa y las redes sociales informaron del éxito de la terminación de la campaña “un mes sin alcohol”. La Fundación contra el cáncer que comprometió a miles de personas en esta campaña, se propone lanzar otra campaña de “un mes sin carne”. Si uno recuerda todas las dietas y los regímenes de salud o de belleza que se incentivan en la cultura actual, uno descubre que el llamado de la cuaresma para la mortificación cae en otro mundo que tiene sus propias motivaciones que exigen disciplinas y mortificaciones: la salud, la belleza, la ecología…. Las motivaciones del ayuno o de las mortificaciones en la perspectiva eclesial tiene un sentido particular: mayor santidad personal, precaverse de los vicios, hacer la caridad con lo que se economiza… Vale la pena preguntarse si no valdría mejor para la evangelización participar de las iniciativas sociales válidas para buscar darles el sentido cristiano que puedan tener al lugar de mantenerse en prácticas propias pero algo desafectadas.
Hay un problema de calendario en este tema. La Iglesias con su calendario “litúrgico” no vive en el tiempo ni al ritmo de la sociedad. A pesar de haber creado la fiesta de Navidad, por ejemplo no se supo mantener su sentido cristiano y se dejó robar su impacto dejándola a la comercialización. Es tan nefasto disociarse de las prácticas positivas de nuestros contemporáneos cómo de seguir manteniendo costumbres que han perdido su sentido para lo común de la gente. Se ha hablado de in-culturalización para la evangelización pero ¿Dónde estamos?
El santoral maquillado que aparece todavía en calendarios y que ha servido para celebrar los cumpleaños, está en desuso. Le ganaron las celebraciones del día de los enamorados, de los niños, de la mujer, de las secretarias, de la Tierra …
El domingo (el día del Señor) vive también el mismo problema y pasó a incluirse en el “finde” o weekend. A pesar de la reforma litúrgica del último Concilio, la misa dominical, se mantuvo en un ritualismo complicado que los asistentes no entienden como acto comunitario gustoso. Aparece como un acto religioso conservador más que promotor y por esto pierde vigencia para muchos cristianos. Los feriados largos y las vacaciones remplazan los descansos dominicales que pasaron, ellos a la historia. No importa tanto que las leyes remplacen los preceptos religiosos pero es necesario percatarse que cuando se debilita una práctica religiosa si no se la adapta o la remplaza, se pierda también la sensibilidad de fe que implica.
Dirán: la Cuaresma es un tiempo de oración. La oración es la relación efectiva con Dios ya sea por la meditación o la lectura del evangelio. Es un lujo que pueden mantener los religiosos. A los fieles, ayer, se le enseñaba a seguir devotamente los actos litúrgicos, a rezar el rosario y algunos otros rezos en la noche o antes de comer. También se les incentivó a correr a los santuarios negociando con dinero o velas una protección divina. Muy privilegiados son a quienes se les enseñó a orar de otra manera. Llamar la atención que nuestra sociedad no se haya quedada sin una búsqueda de espiritualidad para una mejor vida. Lo hicieron con ejercicios de relajación, de meditación, de yoga o de gimnasias de todo tipo. Esos métodos ayudan a nuestros contemporáneos a armonizar su vida. Frente a esta realidad debemos preguntarnos otra vez si nuestras prácticas religiosas tradicionales no obstaculizan la enseñanza de la oración cristiana. ¿No deberíamos entrar en las dinámicas de esos tipos de autoayudas para abrir ejercicios de este tipo al descubrimiento de las relaciones personales con Dios, para configurar nuestra vida en comunión con Jesucristo y para solidarizarnos anímicamente con el prójimo?
Se conoce de unas iglesias evangélicas que han organizado reuniones de ayuda grupal para personas en dificultad de vida. Los grupos pentecostales logran ambientes de culto que a muchos los entusiasman. Existen tímidos intentos creativos pero mucho hay que hacer para re-encantar a los cristianos a reunirse y a orar. Los que quieren volver a girar los altares y orientarlos de nuevo hasta el oriente se equivocan, pero tienen todavía grandes adeptos en el Vaticano.
La Cuaresma, tradicionalmente es también un tiempo para compartir con los necesitados. Aquí se debe celebrar que la Iglesia, en la historia, ha sido más práctica y ha buscado institucionalizar la caridad. Después de haber creado congregaciones, organizaciones, hospitales, orfanatos, escuelas… tuvo creatividad para modernizarse con Caritas, el Hogar de Cristo, los departamentos diocesanos con proyectos asistenciales y de desarrollo. La institucionalidad de la caridad quitó algo a la caridad de persona a persona al interior de las comunidades locales. El particularismo de la Iglesia le dificulta su integración con las instancias civiles frente a las necesidades y la falta de ecumenismo por promover una colaboración entre las iglesias, le restará siempre el testimonio que los cristianos deberían dar por su caridad.
Como meditación suplementaria Marcos 2, 22ss.
“Nadie echa vino nuevo en vasijas viejas; porque el vino las rompería.
Así se echarían a perder el vino y las vasijas, ¡El vino nuevo, en vasijas nuevas”.
Paul Buchet – Freire