Cuando alguien pide disculpas
Cuando alguien pide disculpas, como lo ha hecho el Papa Francisco por pedir “pruebas” acerca de la complicidad o encubrimiento por parte del obispo Barros, de Osorno, de los abusos de Karadima, está reconociendo que cometió un error. Así de sencillo, reconoce que se equivocó. Y cuando alguien reconoce el error que cometió, la magnanimidad del perdón es lo que restablece la paz.
Pero, en esta controversia que ha dejado de ser sólo un asunto interno de la vida de la Iglesia, las cosas no son tan sencillas, porque este penoso episodio -que ya se prolonga por años- puso un manto de perplejidad y tristeza a la visita papal, opacó la sabiduría de sus enseñanzas y expuso al escrutinio público las dolorosas heridas de la Iglesia chilena actual, menoscabando aún más la credibilidad de sus autoridades y afectando el prestigio de la autoridad moral del Papa.
Entre muchos católicos hay confusión, perplejidad, sospechas ante los dañinos silencios, porque la Iglesia no puede vivir sin la claridad de la verdad. Así mismo, esas claridades son reclamadas por la sociedad en la cultura de la transparencia y la información que hoy vivimos.
Hay confusión porque al cambiar la petición de “pruebas” por la entrega de “evidencias”, resulta que esas ya se han entregado, pues están en las declaraciones de las víctimas de Karadima. Como el mismo Papa lo señaló en la entrevista en el viaje de regreso a Roma: “el testimonio de las víctimas siempre es una evidencia”; ¿entonces, qué pasa? La conclusión que muchos van sacando -dentro y fuera de la Iglesia- es que el Papa apoya a un obispo a quien muchos consideran un encubridor de los abusos de Karadima. Todo resulta incomprensible y confuso, bajo un manto de sospechas que se acrecientan y destruyen la credibilidad.
Las heridas duelen, como lo expresa un reconocido sacerdote de Osorno -Pedro Kliegel- en una reciente carta que dirigió a los obispos de Chile: “La discrepancia entre las palabras y las actitudes de la jerarquía llegó al límite de lo permitible y aceptable […]. En tres años la Nunciatura y el Vaticano, a muchas peticiones, nunca se dio una respuesta, apenas un ‘acuso recibo’. No se nos escucha, tampoco el Santo Padre lo hizo y lo hace […]. Siento que hemos sido tratados ni siquiera como empleados, sino como peones […]. El abandono de nuestras filas de parte de muchos fieles es silencioso, el descrédito es enorme. Duele.”.
En esta situación, no es con declaraciones por un lado y por otro que podremos salir de este lodazal de confusiones, acusaciones de encubrimiento o de que son tontos o calumniadores los que acusan. Sólo la claridad de la verdad, trasparentada y sabiamente comunicada traerá la sanación de las heridas y la paz de los espíritus, en lugar del escándalo que desdibuja la vida y misión evangelizadora de la Iglesia.
Esta semana, en un lúcido análisis sobre esta situación, el sociólogo Cristián Parker concluye diciendo: “La Iglesia chilena está herida, dijo el Papa. Pensamos que esas heridas no se van a sanar por actos declarativos. Se van a sanar en un lento y penoso proceso por medio del cual, en el marco de la caridad, se busque, en forma efectiva, la verdad y la justicia, reconociendo errores y un mal manejo, avanzando en un arrepentimiento y una autocrítica, evitando silencios y complicidades, llamando a las cosas por su nombre, y con respeto por las personas, todas las personas involucradas (víctimas y victimarios), pero con especial atención a las víctimas que sufren. Se trata de hacer que emerja la verdad. De lograr un fondo de verdad y justicia que tranquilice el espíritu. La verdad es reparadora. El silencio -cuando es bajo la sospecha de la complicidad- es destructor de toda convivencia”.
Entonces, cuando alguien pide disculpas, se espera la enmienda de actitudes así como las acciones que reparen el daño causado, porque la Iglesia no puede vivir sin la verdad, y la sociedad y la cultura actual tampoco.
P. Marcos Buvinic
La Prensa Austral – Reflexión y Liberación