Noviembre 5, 2024

Tiempo de diálogo y renovación

 Tiempo de diálogo y renovación

Regresamos a Chile luego de cuatro fructíferos encuentros con el Papa Francisco. Si algo nos quedó claro de aquellas francas conversaciones es que la vida de obispos y sacerdotes no siempre corre por los cauces del Evangelio. Nos apartamos de ellos por nuestros errores y, lo que es más grave, por la comisión de delitos como los abusos de menores. Una vez más pedimos perdón, rogando con insistencia que los delitos se denuncien ante la justicia. ¡La Iglesia no es lugar para delinquir! Pero también nos quedó claro que muchas son las vidas de creyentes que dan testimonio del Evangelio, para quienes Cristo es germen de nueva humanidad.

Sin duda que serán los valores evangélicos y eclesiales los que nos permitirán la anhelada y urgente renovación. Pero tenemos que poner en el centro a Cristo y, desde él, el servicio generoso a las personas, particularmente a los más vulnerables y pobres.

En este tiempo, el más importante de los valores es la reparación a las víctimas en justicia y misericordia. Les confieso que todos los obispos vivimos junto al Papa el fuerte impacto del daño causado a ellas, nada fácil de sanar. Cuando hablamos de «vergüenza» lo hacemos con sinceridad, porque la Iglesia no fue constituida por Jesús para generar daño, y un daño de tal magnitud. Comprendo que muchos no den crédito al perdón que pedimos y al dolor que expresamos, pues no recuperaremos la confianza de un día para otro. Lo tenemos que demostrar con concretas acciones reparatorias.

Para nosotros es imprescindible conocer a fondo aquello del informe del obispo Scicluna que se refiere a documentos perdidos, a la calificación superficial de acusaciones, al retardo en la investigación, es decir, a todos los errores cometidos referidos a los abusos. Por la encarnación de Jesús sabemos «que sólo se redime lo que se asume». Pero para asumir, hay que conocer la realidad y aceptarla con humildad.

Qué importante es el valor de la contemplación serena de los hechos con el fin de no minusvalorar lo importante. A la contemplación debe seguir la penitencia por el mal causado. Luego, el don de la esperanza nos permitirá sumergirnos en la verdad, tanto en la propia como en la eclesial, gracias a la luz que arroja con fuerza la Palabra del Señor. La esperanza nos ayudará a no rumiar la desolación, sino a generar un empeño sostenido por hacer que todo sea nuevo. Asumir la realidad con esperanza nos permitirá un pastoreo desde nuestras flaquezas y pobrezas, no desde el poder y el elitismo. Así podremos construir vínculos que, animados por el Evangelio, cimenten una nueva cultura de ser Iglesia.

¿De qué sirven las buenas intenciones si todo sigue igual? En virtud del valor de la conversión personal y pastoral, central en la predicación de Jesús, nos corresponde a todos, particularmente a los obispos, animar un proyecto intenso y extenso de renovación eclesial. Y hay que comenzar por el diálogo. La Iglesia no la construyen los grupos de elite, porque ella es «el santo, fiel y sufrido Pueblo de Dios» en expresión del Papa. Todo el Pueblo de Dios, por tanto, tiene algo que decir sobre los abusos de menores, de poder y de conciencia, y sobre la misión a la que el Espíritu nos llama como Iglesia en esta cultura postmoderna. Es tiempo de generar un diálogo donde nadie se sienta excluido. Todos nos necesitamos en este «nuevo pentecostés» que esperamos vivir. Y ojalá que este diálogo no sea sólo intraeclesial y, por supuesto, que no se quede sólo en buenas intenciones, sino que genere realmente un proceso de renovación, buscando el compromiso de todos. Sólo como Pueblo de Dios que nos escuchamos entre todos, podremos discernir lo que el Espíritu dice a la Iglesia.

Para que esta renovación eclesial sea realidad hemos puesto con total disponibilidad nuestros encargos pastorales en manos del Papa. No se trata de huir, sino de colaborar. El Papa nos escribió luego: «Les agradezco la plena disponibilidad que cada uno ha manifestado para adherir y colaborar en todos aquellos cambios y resoluciones que tendremos que implementar en el corto, mediano y largo plazo, necesarias para restablecer la justicia y la comunión eclesial». Y mientras realiza los cambios necesarios, nos pidió ser una Iglesia profética: «Después de estos días de oración y reflexión los envío a seguir construyendo una Iglesia profética, que sabe poner en el centro lo importante: el servicio a su Señor en el hambriento, en el preso, en el migrante, en el abusado» (Carta del Papa a los obispos de Chile, 17 Mayo 2018).

Todo es obra de Dios, pero también tiene que ser nuestra, para lo que es imprescindible forjar un «corazón de discípulo misionero» que acepte sus caminos y suscite palabras y acciones proféticas que sean signos de la liberación que el Padre nos regala por Jesucristo.

+ Santiago Silva Retamales
Obispo Castrense de Chile
Presidente de la Cech

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