Jugarse la vida
Papa Francisco
A las 15.45 del 26 de enero de 2019 el papa Francisco se encontró en la Nunciatura de Panamá con 30 jesuitas de la provincia centroamericana, que comprende los territorios de Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala. Estaban presentes el provincial, P. Rolando Enrique Alvarado López, el maestro de novicios, P. Silvio Avilez, y 18 jóvenes novicios. Apenas entró Francisco en la sala del encuentro, los jesuitas entonaron el canto En todo amar y servir, muy conocido en la Compañía de Jesús. Luego el Papa saludó a todos, uno por uno, antes de sentarse e iniciar la conversación.
Antonio Spadaro S.I.
Gracias por su visita. A mí me gusta en mis viajes encontrarme con «los nuestros», como se decía en mi época.[1] Lo que sí quería es decirles una cosa: a las provincias de la Compañía que se lamentan de que no tenemos novicios… Tú, provincial ¡pásales la receta! Ustedes pregunten lo que les parezca, lo que les pueda interesar, lo que tengan curiosidad de saber… Y en base a eso armamos el diálogo. Yo no tengo nada preparado. Vean ustedes…
En la homilía que tuvo con los Obispos, después de hablar de Monseñor Romero, citó al padre jesuita Rutilio Grande. Cómo va la causa de beatificación de Rutilio.
Yo a Rutilio lo quiero mucho.[2] En la entrada de mi cuarto tengo un marco que contiene un pedazo de tela ensangrentada de Romero y los apuntes de una catequesis de Rutilio. A Rutilio le tomé mucha devoción antes incluso de conocer bien la figura de Romero. Cuando estaba en Argentina su vida me llegó, su muerte me tocó. Según las últimas noticias que tengo de personas informadas, la declaración de martirio está yendo muy bien. Y es una honra… Hombres de este tipo… Rutilio, además, ha sido el profeta. El que «convirtió» a Romero.
Aquí hay una visión: la dimensión de profecía, la de aquel que es profeta por el testimonio de su vida y no solamente de palabra, como aquellos que lo son porque dan clase y andan por ahí hablando. Rutilio es un profeta de testimonio. Decía también todo lo que tenía que decir, pero fue su testimonio, el testimonio martirial, lo que al fin movió a Romero. Esa fue la gracia. Así que pídanles a ellos en sus oraciones.
Usted fue maestro de novicios, ¿verdad? ¿En qué años?
Comencé en febrero o marzo, no recuerdo bien, de 1972. Y fui maestro hasta el día de san Ignacio de 1973, en que asumí como provincial. Un año y medio.
A Usted, que ha sido maestro de novicios, le hago una pregunta de maestro. Hoy, en los primeros decenios del siglo XXI, las situaciones son muy distintas de las de aquellos convulsionados años setenta en América Latina. Pero en qué les insistía Usted a sus novicios que, según Usted, deberíamos seguir insistiendo a los novicios de ahora?
De las cosas de aquel momento que habría que trasladar a hoy, que permanecen actuales, remarcaría una actitud: la claridad de conciencia. Para los que son solapados no hay lugar: no sirven para la Compañía. Cuando tú lees las cartas de Javier, lo que quería él es que se supieran las cosas: lo que Jesús hace en el alma de cada uno, y también cómo el diablo tienta y cómo el mundo seduce.
Este espíritu supone una gran confianza. Por eso el maestro de novicios no tiene que ser una persona pusilánime. Tiene que ser abierto, muy abierto, que no se asuste de nada ni le tenga miedo a nada; en cambio, debe ser agudo, capaz de decir: «Ten cuidado con esto, mira, esto que me dices es peligroso; esto es una gracia, dale para adelante por acá». Debe saber discernir. Un hombre que no se asusta, un hombre de discernimiento.
La claridad de conciencia, por tanto. Cuando estoy con novicios yo les digo: miren, si ustedes no se acostumbran desde ahora a ser transparentes, mejor que se vayan. Porque eso va a crecer mal. Alejarse de la transparencia por una cosa quizás pequeña es algo que puede pasar en todo proceso de crecimiento. Pero estén atentos porque, si no se remedia rápido, llegará un momento en que la Compañía no va a saber qué hacer con esa persona, porque se rompió el lazo de fraternidad, el ser compañeros en el Señor. Entonces esa persona empieza a ir adelante a fuerza de trampas, excusas, enfermedades. Con mil cosas que le permiten hacer lo que ella quiere. Los que actúan así puede que vayan al cielo, seguramente. Pero qué vida inútil, Dios mío, ¡qué vida superficial! Mejor salir, casarse, ojalá, tener hijos y estar en paz. Pero vivir así, sin claridad de conciencia, es quedarse en la cáscara de la Compañía, no entrar adentro.
Yo insistiría mucho en esto. Claro que es una cosa delicada. Porque implica en el maestro una capacidad de respeto, de no asustarse, de escuchar, de animar. De ser más exigente.
Esto vale también para los superiores. A veces a ti te debe pasar que hubieras deseado que tal persona no hubiera sido claro de conciencia, porque tiene un problema que no sabes cómo resolver. Pero es la claridad de conciencia lo que nos hace jesuitas. Además, el jesuita tiene que saber que el superior lo quiere bien y que el diálogo es en Dios.
En el libro entrevista sobre la vida consagrada que recién ha salido,[3] cuento una anécdota. Es acerca de un superior. Un joven, un maestrillo,[4] estaba en un cierto colegio de España, y su madre tenía un cáncer terminal. Y en la ciudad en que vivía su madre había otro colegio de la Compañía. Y un día, cuando el provincial hacía su visita, entre otras cosas el joven le dice: «Mire, mi madre está mal. Tendrá menos de un año de vida. Sé que tienen que mandar un maestrillo a ese colegio. Le quisiera pedir que me mandara a mí; así estaré en la ciudad de mi mamá y la podré acompañar en su último tramo». El provincial lo escuchó con mucha atención y le dijo: «Lo voy a discernir, debo pensarlo». Y el muchacho se quedó en paz.
Esto pasó hacia el mediodía. El provincial se iba tempranito a la mañana siguiente. El muchacho hizo sus cosas normalmente a la tarde y a la noche se quedó rezando en la capilla, por su mamá, para que saliera todo bien… Se quedó hasta tarde y, cuando llegó a su pieza encontró un sobre de parte del provincial. Lo abrió… Era una carta con fecha del día siguiente, en la que el provincial le decía: «Después de haberlo considerado ante el Señor y buscando su divina voluntad [y otras afirmaciones por el estilo], y después de haber celebrado la Eucaristía [¡la del día siguiente!] pienso que te tienes que quedar en este colegio». ¿Qué había sucedido? El Provincial tenía que irse temprano y había adelantado el trabajo, había escrito y dejado todas las cartas al ministro,[5] para que las entregar al día siguiente. Pero el ministro, viendo que era tarde y ya estaban todos durmiendo, las entregó esa misma noche. Ese jesuita no salió de la Compañía, pero hubiera tenido todos los motivos para hacerlo.
Por tanto, es verdad que a veces la claridad de conciencia termina en un antitestimonio de este tipo, ¡en una hipocresía! ¡Además, se juega con el discernimiento, con la Misa, con todo…! Aquel superior no tenía escrúpulos. Era de ese tipo de superiores que juegan siempre al equilibrio. Superiores mundanos, con espíritu del mundo. Y entonces también los superiores no ayudan a tener claridad de conciencia, y son responsables de que no la haya. El superior tiene que ser muy humilde, muy hermano, y saber que el día de mañana será él el que tenga que abrir su conciencia a otro superior. Insisto en esto: la transparencia. Ustedes métanselo en la cabeza, apuesten a esto. Si no, van a fracasar. Van a ser jesuitas «chirles» (inconsistentes). Para eso mejor que se vayan, mejor ser buenos padres de familia. No estoy haciendo algo trágico de esto, pero es una de las cosas medulares de la Compañía, lo que garantiza el amor a Cristo, el seguir a Cristo. He sido formado así.
¿Como visualiza Usted, hoy en día, la vocación de hermano?
Las vocaciones en la Compañía son tres: de profeso, de coadjutor y de hermano.[6]En 1974, en tiempos de la Congregación XXXII, que comenzó el 3 de diciembre, había mucha efervescencia por la igualdad. Se pensaba que la diferencia entre profeso y coadjutor espiritual era una injusticia social. Había habido cierta infiltración ideológica en esto. De hecho, después hubo una racha de dar la profesión a todo el mundo así, según algunos, serían todos iguales. El padre Arrupe tuvo que reaccionar. Si se hubiera dado esto se habría perdido algo de la Compañía. Saltó otra visión en aquella época, también ideológica: que el servicio propio de los hermanos en la Compañía era una especie de injusticia social. Se hacía de eso una cuestión «de nivel social». Como si el hermano Antonio García, el custodio del museo de los mártires en Nagasaki, fuera un «sirviente», en el sentido clásico y sociológico de la palabra. ¡Y en cambio él era más sabio que todos nosotros aquí juntos! Era él el que ayuda a tantos con su consejo. El hermano es el que tiene el carisma más puro de la Compañía: servir, servir, servir.
Al comienzo ustedes cantaban En todo amar y servir. El hermano es así. Concreto. Entre los hermanos que yo he conocido, algunos eran pintorescos, tenían sus defectos… Algunos han luchado tanto, han luchado por su vida religiosa, como héroes, y no han sido suficientemente ayudados en sus luchas y dificultades.
Me recuerdo de uno, claro de conciencia, pero un poco «donjuán». Este pobre hermano se enamoraba continuamente. Y venía con humildad y decía: «Ah padre, yo me la paso buscando novia siempre». ¡Quién sabe, quizás no tendrían que haber entrado en la Compañía! Pero eran hombres transparentes, y con buen ojo para valorar las situaciones. Hay ahí una vocación al servicio de un modo diverso: en la misma fraternidad, con la misma dignidad religiosa, no simplemente sociológica, como se quería en un tiempo.
Algunos hacían comparaciones y decían «el hermano es la madre». No, no, no. Eso no va. La madre es la Compañía y con una nos basta. Pero el hermano es aquel que está en lo concreto, que mira a lo concreto, que sabe moverse en lo concreto, haga lo que haga. Sea enfermero, cocinero, portero, profesor. Tiene otra dimensión. Valorar el hermano según criterios sociológicos no es jesuita. Esto es sacar de contexto el servicio que le es propio.
Entre los hermanos que teníamos en la Argentina, algunos tenían sus defectillos, es verdad, pero eran hombres de este calibre. Yo recuerdo uno, un santo varón. Era croata. Había escapado de su patria y había terminado trabajando de minero en Bélgica, en Charleroi. Siempre conservó la piedad. Quería ser religioso. No sabía dónde. Emigró a la Argentina y allí entró en la Compañía. Era un hombre muy sencillo. Se encargaba de todos los trabajos de cerrajería y herrería. Y para decirlo en términos de cerrajería, tenía la llave de toda la realidad, de todo lo que pasaba, pero no hablaba si no le preguntaba el superior.
He conocido tantos como él: robles. Muchos eran españoles que venían a la Argentina. La provincia de Loyola era una fábrica de hermanos. Los vascos que vinieron a nuestra tierra eran hombres de una sola pieza, hablo de los que conocí yo.
¿Por qué digo todos estos ejemplos? Para decirte que la vocación de hermano no hay que considerarla desde un punto de vista sociológico, sino del punto de vista de lo que los hermanos son en realidad en su vocación específica, como san Ignacio los ha querido en la Compañía. No quiero exagerar, pero cuando era provincial, los informes más simples y a la vez más acertados para las ordenaciones me los daban los hermanos. Decían: «Sí, ta…, ta… Pero cuidado con este problema!». O «Esta persona tiene algunos defectos, sí. Pero tiene también esta virtud…». En síntesis: no se les escapaba una. Tenían un ojo especial.
En la Compañía el hermano influye mucho sobre el cuerpo colectivo y sobre la comunidad. Se lo debe promover, como a cualquier jesuita, para que dé lo mejor de sí. Pero la promoción no debe estar fundada sobre una motivación sociológica o ideológica, como si el hermano tuviera necesidad de una promoción para sentirse persona. Si no se siente persona como hermano, debe replantearse su vocación. El hermano no tiene necesidad de maquillaje. Esta vocación no debe desaparecer. No sé si te contesté.
Estamos en el contexto de la JMJ y hay encuentros diversos de jóvenes en torno a esto. El día de la bienvenida en la Cinta costera, Usted habló sobre la cultura del encuentro. Usted está convencido de que el encuentro es un tema fuerte para nuestros jóvenes, invadidos con tanta cultura informática. Parece que el encuentro a veces se ve truncado y que la cercanía está mediada por la red informática.
Mira, el mundo virtual es especialista en hacer contactos pero no encuentros. A veces fabrica encuentros seduciéndote con los contactos. El que vio bien esto bajo el aspecto filosófico fue Bauman. Escribió su último libro con su ayudante italiano y murió mientras trabajaba en el último capítulo. La viuda se lo dio al ayudante: «Termínelo usted y publíquelo, ponga también el nombre de mi marido, porque usted era discípulo suyo y lo conocía bien». Y lo publicó en italiano.[7] Se titula Nacidos líquidos, o sea inconsistentes. Pero en la traducción alemana el título es Die Entwurzelten, desarraigados. En la mentalidad alemana, los que nacen líquidos no tienen raíces. Perfecto. Es así.
¿Qué hace el mundo puramente virtual si está aislado en sí mismo? Te da satisfacciones, una consolación artificial, pero no te mantiene unido a tus raíces. Te pone en órbita. Te quita lo concreto. El mundo virtual corre el riesgo de ser un mundo de contactos —se lo dije a los obispos—, pero no es un mundo de encuentros. Y esto es un peligro, un peligro muy grave. Respecto a esto los jóvenes necesitan tener una dirección muy seria que no los haga sentirse despojados, sino enriquecidos. Aquellos de ustedes que trabajan con los jóvenes, por ejemplo en los colegios, tienen la tarea de ayudarlos al encuentro.
¿En qué consiste la actual crisis del encuentro? Es una crisis de raíces.
La generación intermedia —al menos en Europa y en mi patria—, o sea los padres de los jóvenes, no tiene la fuerza suficiente para transmitir raíces. Porque son personas tironeadas. A menudo en competencia con los hijos. Las raíces las dan los abuelos. Todavía están a tiempo de hacerlo. Las raíces las dan los viejos. Cuando digo que los jóvenes deben encontrarse con los viejos, no expreso una idea romántica. Háganlos hablar.
Al principio los jóvenes dicen que se hartan, que se aburren y se quedan callados. He tenido experiencia de jóvenes y de grupos juveniles a los que se les proponía de ir a tocar la guitarra a los abuelos de una casa de reposo. Respondían: «No, son viejos». Pero después, cuando iban a visitarlos, no se querían volver. Una canción, después otra. «Por qué no me canta esta», y «En mi época…», y así: los viejos se despiertan… Yo me refiero al capítulo 3 del libro de Joel: los viejos soñarán y los jóvenes profetizarán. Los viejos empiezan a soñar, a contar, y los jóvenes se ponen a profetizar: no lo que les dijeron los viejos, sino lo que los sueños de los viejos despiertan en ellos.
Eso es encuentro. Eso es realidad. Pero es importante ir a las raíces. Lo que la cultura virtual nos propone es algo líquido, gaseoso, sin raíces, sin tronco, sin nada. Es lo mismo que pasa con la economía y las finanzas. En estos días leía una noticia proveniente del encuentro de Davos, que la deuda de los países en general es mucho mayor que el producto bruto de todos juntos. Es como la estafa de la cadena de san Antonio: las cifras se van inflando, por millones y trillones, pero debajo no hay otra cosa que humo, todo es líquido, gaseoso, y tarde o temprano, eso se va a venir abajo.
La virtud que hoy se nos pide a todos, y más a un jesuita, es concreción. Como aquel confesor que teníamos en el Máximo, que confesaba a la noche. Era muy viejito. Mientras hacíamos el examen de conciencia, algunos iban a confesarse, y siempre había una cola delante de su puerta. El confesaba rápido, decía pocas palabras. Pero un compañero nuestro, que era un ángel, muy espiritual, nos contó que una vez había ido a confesarse con él y no volvería más. «Me maltrató, me retó», decía. Y claro, sentimos curiosidad… ¿Qué habría dicho este ángel para que el otro le gritara así? Y él nos lo contó: «Yo le empecé a decir mis dificultades. Y él me dijo: largá el gordo, largá el gordo!». Claro, estaba acostumbrado a escuchar cosas gordas y entonces cuando este le vino con cosas angélicas, tan líquidas, no le creyó nada y entonces lo animaba a que largara todo. ¡Concreción! Nada de andar con la cabeza por las nubes.
Ahora, cómo hacer que los chicos tengan concreción. Yo pienso en el padre La Manna, que ahora está en el instituto Máximo de Roma. Este hombre logró hacer concreción en su colegio, uno de los más chic de Roma; logró crear con los chicos un espíritu social impresionante. Concreción. Nada de cositas etéreas. La vida espiritual concreta. El compromiso, concreto. La vida de amistad, concreta. Concreción. Es con esto que salvaremos al hombre. Pero vuelvo sobre el diálogo con los viejos. Por favor, háganlo antes de que sea demasiado tarde. Porque es un ancla que puede salvar a nuestra juventud.
Viendo el testimonio que ha caracterizado a la Compañía de Jesús en Centroamérica, ¿qué piensa que podemos aportar a la Iglesia universal?
En América ustedes fueron pioneros en los años de las luchas sociales cristianas. Ustedes fueron pioneros. Si el padre Arrupe escribió la Carta sobre los cristianos y el «análisis marxista» para hablar de la realidad en la teología de la liberación, fue porque había algún jesuita que por ahí se confundía un poco. No por mala intención pero se confundía, y entonces el padre tuvo que poner las cosas en su sitio. En el foco. En aquel entonces el que condenaba la teología de la liberación, condenaba a todos los jesuitas de Centroamérica. Yo he escuchado condenas terribles. Y el que la aceptaba, aceptaba todo sin distinguir. De todas maneras, la historia ayudó a discernir y a purificar. Son procesos de purificación. Pero si no me equivoco, ustedes fueron pioneros, con sus propios pecados, con sus propios errores, pero pioneros al fin.
En aquel tiempo, un día tomé el avión para ir a una reunión. Salía de Buenos Aires, pero, como el boleto era más barato, hice escala en Madrid, para después ir a Roma. En Madrid subió un obispo de Centroamérica. Lo saludé, me saludó; nos sentamos juntos y empezamos a hablar. Yo le pregunté por la causa de Romero, y él me dijo: «Ni hablar. Ni hablar. Sería canonizar el marxismo». Ese fue el introito. Después siguió. Dentro del mismo episcopado había visiones diferentes, incluso condenatorias de la línea de la Compañía. De hecho aquel obispo pasó de criticar a Romero a criticar a los jesuitas de Centroamérica. Pero no era el único que pensaba así. En aquella época, otros miembros de la jerarquía eran muy cercanos a los regímenes de entonces, se respaldaban en ellos.
En una reunión en Roma me encontré con un provincial que estaba tachado de izquierdista. Yo le pregunté sobre la teología de la liberación, y él me dio un panorama muy objetivo, incluso crítico con algunos jesuitas, pero haciendo ver cuál era la dirección positiva; a quien veía todo esto desde afuera, en cambio, todo le parecía muy muy difícil de aceptar. La idea era que canonizar a Romero era imposible porque ese hombre no era ni siquiera cristiano, ¡era marxista! Y por lo tanto lo atacaban. Pero en aquella tempestad había también un germen bueno. Que algunos exageraron, sí, pero después volvieron. Siempre ha habido exageraciones.
Hubo alguno que dijo cosas más fuertes que otros, es verdad, pero lo sustancial era distinto. Ustedes estuvieron de lleno en medio del zafarrancho. Y sería lindo que releyeran la historia de esos hombres. Había personas como Rutilio, que nunca se bandeó e hizo todo lo que tenía que hacer. Ideológicamente Rutilio no se bandeó nunca, y en cambio hubo algún otro que por ahí un poco se bandeaba, porque estaba enamorado de la filosofía de tal autor y con esa base releía e inspiraba los hechos. Pero son cosas humanas, comprensibles en coyunturas humanas difíciles.
Las dictaduras que tuvieron ustedes en Centroamérica fueron de terror. Lo importante es no dejarse ganar por la ideología ni de un lado ni de otro, y menos de la peor de todas, que es la ideología aséptica. «No te metas»: esta es la ideología peor. Era la actitud de aquel obispo que encontré en el avión, que era un aséptico.
Arrupe sobre esto era muy claro en el discernimiento que hacía. Los defendía a todos, pero después le ajustaba en privado a cada uno lo que le tenía que ajustar, si le tenía que ajustar algo. Eso es típico del superior, defender a todos… Y por eso es importante la cuenta de conciencia, porque allí se ajustan los tornillos donde se tienen que ajustar. Esta es mi opinión.
Y hoy, nosotros los viejos nos reímos cuando vemos las preocupaciones que tuvimos con la teología de la liberación. Lo que por ahí fallaba era la comunicación hacia afuera de cómo estaban las cosas en verdad. Había muchas maneras de interpretarla. Es verdad que algunos cayeron en el análisis marxista. Pero les cuento algo divertido: el gran perseguido, Gustavo Gutiérrez, el peruano, concelebró la Misa conmigo y con el que era entonces prefecto de la Doctrina de la Fe, el Cardenal Müller. Esto fue porque Müller me lo trajo como amigo suyo a concelebrar. Si alguno en aquella época hubiera dicho que el prefecto para la Doctrina de la Fe habría llevado a Gutiérrez a concelebrar con el Papa, habrían dicho «este tomó de más».
La historia es maestra de la vida. Uno va aprendiendo. Una de las cosas que a mí me hizo mucho bien en una época de mi vida, fue leer la Historia de los Papas de Ludwig von Pastor… un poco larguita, ¡37 tomos! Ahí descubrí sobre todo la época de la expulsión de la Compañía… pero no solo eso. La historia nos enseña. Sin ir tan lejos, les recomiendo que lean los cuatro tomitos de Giacomo Martina, gran profesor de la Gregoriana, sobre la historia de la Iglesia de Lutero a nuestros días. Se leen bien, porque tiene una linda prosa. Los va a ubicar en los problemas del modernismo… Ir a la historia para entender las situaciones. Sin condenar personas y sin santificarlas antes de tiempo. No sé si te respondí…
Dentro de poco algunos de nosotros profesaremos nuestros votos. ¿Qué nos puede decir?
¡Que los votos son perpetuos! No son perpetuos para el superior que los recibe, pero para ustedes que los pronuncian, sí.[8] Y con eso no se embroma. Si alguno no se siente bien con esto, que no los haga, que se tome más tiempo. ¿Voy a probar? No, de ninguna manera. De parte tuya, son perpetuos, para toda la vida.
Jugarse la vida: es una de las cosas en las que más se corre peligro hoy día. Porque estamos en una época en que lo provisorio priva sobre lo definitivo. En todo. Por ejemplo, se dice: «Yo me caso por toda la vida… mientras dure el amor». Es igual que decir: «Me caso por tres o cuatro años, luego, al primer conflicto, al primer enfriamiento del amor, me busco otra pareja». Me contaba un obispo, en una de las visitas, que un joven abogado, apenas recibido, 23 años, un apóstol, comprometido en uno de los grupos, le dijo: «Yo quiero ser cura, ¡pero por diez años!». ¡Lo provisorio! Hay un libro de José Comblin, de hace cuarenta o cincuenta años, agotado, que se llama O provisorio e o definitivo, y habla de la filosofía de la cultura que está aflorando hoy: la cultura de lo provisorio. Todo sí, mientras dure. Mientras dure la consolación, mientras me traten bien…
Y a veces la vida no te trata bien, te trata como a un delincuente. Y si tú amas a Aquel que fue tratado como un delincuente, no te queda otra que aguantar. Es lo definitivo, con todo lo que supone la tercera semana de los Ejercicios espirituales.[9] Con todo lo que supone el coloquio de las «Dos banderas»,[10] que no es una cosa caballeresca de Ignacio, sino su experiencia. Lo cual supone pedir ser humillado, pasar humillaciones, por amor a Cristo, sin dar motivo para ello. Los votos son perpetuos, con un estilo de vida. Son perpetuos con un estilo de vida que tiene que ser el de los Ejercicios, según los cuales te pueden mandar a hacer cualquier trabajo, cualquier cosa: desde enseñar religión a los chicos hasta enseñar en la universidad, o a hacer, que se yo… de equilibrista en un circo… La Compañía puede mandarte a hacer cualquier cosa. Es esto lo que entiendo por definitivo. El tiempo, definitivo; el estilo, el de los Ejercicios; la disponibilidad, para lo que sea. Para amar y servir, como cantaban ustedes al comienzo. No decían para tener simpatía y dar una mano. Amar y servir es medular. ¡No se asusten! ¡Coraje!
Tengo una pregunta sobre la inculturación en cuanto a los pueblos de nuestra América. Yo hablo en primera persona, ya que pertenezco a la cultura maya. ¿Qué opina Usted de aquellos curas y obispos diocesanos que buscan homologar a los jóvenes desde los primeros momentos de la formación? En la práctica, lamentablemente, formar se convierte en opacar, se tapa la identidad. ¿Qué piensa Usted de esos curas que ya no están en sintonía con el pueblo del que han salido?
Mi abuela insistía mucho con la catequesis. Nos explicaba que en la vida teníamos que ser humildes y no olvidarnos que habíamos nacido en una familia humilde. Ella era del norte de Italia, nos contaba de una familia que había mandado a un hijo a estudiar en la universidad. Decía que era un hecho que había pasado realmente. Se trataba de una familia de campesinos. El hijo no volvió hasta que se recibió. No había tenido la posibilidad de volver. Y cuando volvió a casa empezó a preguntar al padre: «¿Cómo se llama esa herramienta? ¿Y cómo se llama esa otra?». «Esta es la pala, hijo mío». «Ah! La pala. Y aquella otra herramienta cómo se llama?». «El martillo». «Ah! El martillo». Se había criado ahí, toda la vida, pero no recordaba nada. «Y esa otra herramienta, cómo se llama?» Y el papá le decía. Había ahí un rastrillo. Y el hijo, distraídamente… había un rastrillo (sin darse cuenta de que había un rastrillo), lo pisó. El rastrillo se alzó y le pegó en la cabeza. Y él exclamó: «¡Rastrillo de porquería!». [Aquí el Papa imita el gesto provocando la risa general].
¡Al que se olvida de su cultura le hace falta un rastrillazo en la cara! Es tremendo cuando la consagración a Dios nos hace esnob, nos hace subir de categoría social hacia una que parece más educada que la nuestra. Cada uno tiene que conservar la cultura de la que viene, porque la santidad que quiere alcanzar tiene que ser en base a esa cultura, no a otra. Tú que vienes de esas culturas, no almidones tu alma, por favor. Sé maya hasta el final. Jesuita y maya.
El otro día el P. Lombardi me decía que estaba trabajando en la causa de beatificación de Mateo Ricci, y me hablaba de la importancia de su amistad con Xu Guangqi,[11] el laico chino que lo acompañaba y que siguió siendo laico y chino, y a santificarse como chino, no como italiano, como Ricci. Esto es mantener la propia cultura.
Hoy almorcé con los jóvenes. Venían de todos lados: de Burkina Faso, de la India, de Estados Unidos, de Australia, de España. Fue muy lindo. Y había una chica centroamericana, indígena, que quiso maquillarse según sus tradiciones. Una persona «ilustrada», viéndola así, habría quizás podido decir con ironía: ¡ahí está «la indiecita», toda pintarrajeada! Cuando «la indiecita» habló, le dio una linda paliza a los que no respetan la madre tierra. Aquella joven habló desde su cultura con tal capacidad intelectual que al final, cuando los de la Oficina de Prensa me preguntaron a quién podían llevar para las entrevistas, les respondí: a los que quieran, pero a ella llévenla sí o sí, porque va a decir cosas que ningún otro dirá. Esa chica, militante, católica, creo que es de profesión docente, no había perdido su cultura, ¡la había hecho crecer! Esto es, pues, lo que quiero decir: debemos inculturarnos hasta el final.
En el año 1985, en nuestra facultad de Teología de San Miguel, hicimos un Congreso sobre «La evangelización de la cultura y la inculturación de la fe».[12]Eran los años de Puebla. Ahí hubo algunas intervenciones que a algunos les parecieron escandalosas. Recuerdo que una vez fui a Roma por un asunto y visité la Congregación para el Culto Divino. Uno de los peritos que trabajaban allí, hablando de la inculturación, me dijo: «Estamos avanzando bastante. Ahora le hemos permitido a los japoneses hacer una reverencia al altar, en vez de besarlo. Porque a ellos besarlo no les dice nada». ¿Era esa la gran inculturación de una oficina de la curia? ¡Eso no sirve para nada! Son ustedes los que tienen que decir qué es la inculturación a partir de su experiencia. Pero tú, por favor, no cambies de cultura. Acuérdate del rastrillo.
¿Como encuentra Usted esta región centroamericana y qué podríamos hacer nosotros?
Ustedes son muy «coloridos»… En el mejor sentido, lo digo. Esta es una tierra de colores. Pienso en la cultura brasileña, afrobrasileña, como una tierra de sonidos, de danzas, de fiesta. Ustedes en cambio son una tierra de colores… Lo siento así. Es tierra de colores. Es la primera vez que pongo pie en Panamá, y hablaba de esto con el nuncio, que me ayudó a encontrar la palabra justa, porque él pensaba lo mismo: aquí hay «nobleza». Es una tierra de nobleza. Panamá lo es. Esto me tocó. Ustedes son un condensado de colores, en el sentido más rico y más simbólico de la palabra. Lo percibo así. Y, claro, para un maestro de novicios discernir aquí puede ser más dificultoso, sobre todo a la hora de la inculturación, de la expresión colorida de su pueblo. Pero es lindo.
Luego de una hora de encuentro los responsables del viaje le avisan al Papa que es tiempo de partir. El Papa dice que hay tiempo para otras dos breves preguntas. La primera fue: como jesuitas ¿qué postura debemos tener ante la política?
Hoy en el almuerzo me hizo la misma pregunta una chica de Nicaragua. La doctrina social de la Iglesia es clara y se ha vuelto siempre más explícita a través de diversos pontificados. En esto la Evangelii gaudium es clarísima. Además, también el Evangelio es una expresión política, porque tiende a la polis, a la sociedad, a cada persona y a la sociedad, a cada persona en cuanto pertenece a la sociedad. Es verdad que la palabra «política» está a veces incluso despreciada y se la entiende solo como lógica de partes, sectarismo político, con todo lo que esto comporta en América Latina en cuanto a corrupción política, sicarismo político y todo eso. El compromiso político para un religioso no significa militar en un partido político. Claro que hay que expresarse con el propio voto, pero la tarea es estar sobre las partes. No en el sentido de quien se lava las manos, sino como uno que acompaña las partes para que lleguen a una madurez, aportando el punto de vista de la doctrina cristiana. En América latina no siempre ha habido madurez política.
Aprovecho la pregunta para mencionar algunos problemas que para mí tienen relevancia política. El primero es el de la nueva colonización. La colonización no es solo la que se dio cuando vinieron los españoles y los portugueses y tomaron posesión de estas tierras. Este es un tipo de colonización física. Hoy están de moda las colonizaciones ideológicas y culturales, son estas las que están dominando el mundo. En política ustedes deben analizar bien cuáles son hoy las colonizaciones a las que se ven sometidos nuestros pueblos.
El segundo problema es el de nuestra crueldad. Se lo dije a un político europeo que me respondió: «Padre, la humanidad ha sido siempre así, solo que ahora con los medios nos enteramos más». Puede ser que tenga razón. Pero la crueldad es terrible. Se inventan incluso las torturas más refinadas, se degrada lo humano. Nos estamos habituando a la crueldad.
Lo tercero tiene que ver con la justicia y es el castigo o la pena sin esperanza. Ayer salí feliz del Instituto de menores, porque he visto todo el trabajo que hacen allí para reconstruir la vida de las personas, chicos, chicas, muy deteriorados por el delito, para reinsertarlos. Pero la cultura de la justicia abierta a la esperanza no está bien radicada todavía.
Al fin del encuentro se acerca un jesuita de Nicaragua y le entrega al Santo Padre una carta de parte de un joven que está ahora en la cárcel, diciendo: «Ha sido monaguillo desde cuando tenía nueve años y su gran deseo era venir a la Jornada Mundial de la Juventud». Luego se acercaron otros jesuitas con regalos. El primero fue lo que en Panamá llaman un «cocobolo», un objeto hecho de madera dura tropical de América central, que representa el monograma IHS propio de la Compañía de Jesús, con el pedido de ponerlo en el lugar donde reza a la mañana. El Papa riendo, dice: «¿Y si rezo a la tarde?». Todos ríen. El provincial avisa que se volverá de color más oscuro con el paso del tiempo. Luego le regalan una tela realizada con tejidos propios de varios países de Centroamérica. También se le entrega al Papa una bandera de «Magis», institución ignaciana que convoca jóvenes de entre 18 y 30 años, traída por voluntarios del Colegio Javier de Panamá a la JMJ. Le piden al Papa si puede poner su firma en la bandera. Seguidamente le ofrecen otros regalos personales. El encuentro, que ha durado alrededor de una hora y 10 minutos, se concluye con una foto y con el rezo de un Ave María.
[1] «Los nuestros» es una expresión tradicional de los jesuitas para nombrarse a sí mismos. Las «provincias» son los territorios en los que la Compañía se subdivide en el mundo. Los «novicios» son los jóvenes religiosos en su etapa de formación inicial.
[2] Cfr. J.M. Tojeira, «Il martirio di Rutilio Grande» en Civiltà Cattolica, 2015, II, pp.393-406.
[3] Cfr. Papa Francisco, La fuerza de la vocación. La vida consagrada hoy. Una conversación con Fernando Prado, Madrid, Publicaciones Claretianas, 2018.
[4] El «magisterio» es una etapa de formación del jesuita entre los estudios de filosofía y los de teología. Está dedicado al trabajo apostólico.
[5] El «ministro» en las casas de la Compañía es el que se ocupa de la vida concreta de la comunidad religiosa, como responsable de la casa.
[6] El cuerpo de la Compañía contempla tres vocaciones. La de los sacerdotes profesos, formada por aquellos que han pronunciado los tres votos solemnes de pobreza, castidad y obediencia, y han hecho un voto especial de obediencia al Papa. La segunda, está formada por sacerdotes «coadjutores espirituales», que pronuncian votos simples. La tercera es la de los hermanos, que con religiosos no sacerdotes y pronuncia los tres votos simples. La elección entre el sacerdocio y la vida de religiosos no sacerdotes la hace generalmente la persona en el momento de su ingreso en la Compañía. En algunos casos se entre «indiferente», y la elección se hace después de un discernimiento durante el tiempo de noviciado.
[7] Z. Bauman y T. Leoncini, Tiempos líquidos, Barcelona, Tusquets, 2007.
[8] Los «primeros votos» de los jesuitas, que se hacen al fin del noviciado, son considerados perpetuos para el que los pronuncia. Por tanto, no se los «renueva» cada tres años, como se hace en otros Institutos religiosos. Son en cambio «recordados» anualmente hasta que no se pronuncian los «últimos votos» como profeso, coadjutor espiritual o hermano, al fin de la formación, y para los sacerdotes, después de la ordenación. Sin embargo, los primeros votos pueden ser revocados simplemente por el superior provincial.
[9] Se trata de la tercera etapa de los Ejercicios Espirituales en la cual se contempla el misterio de la Pasión del Señor.
[10] Si trata de una meditación de la «segunda semana» de los Ejercicios, antes de pasar a la elección de estado de vida. Ignacio hace meditar acerca de «cómo Cristo llama y quiere a todos bajo su bandera y Lucifer, al contrario, bajo la suya», «viendo el lugar», es decir imaginando la «región de Jerusalén como un gran campo, donde el sumo capitán de los buenos es Cristo nuestro Señor; y en la región de Babilonia como es el otro campo, donde el jefe de los enemigos es Lucifer». El objetivo es el de «pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para guardarme de ellos; y conocimiento de la vida verdadera que ofrece el Sumo y Verdadero Capitán y gracia para imitarlo».
[11] Xu Guangqi (1562-1633), de Shangái, conoció a Mateo Ricci y colaboró con él. Recibió el bautismo a la edad de 41 años y estudió profundamente la doctrina cristiana. Cfr A. Jin Luxian, «Xu Guangqi. Il compagno cinese di Matteo Ricci», en Civiltà Cattolica, I, 2016, pp. 282-297.
[12] El P. Bergoglio pronunció entonces el discurso inaugural e hizo el saludo final (cfr. J.M. Bergoglio, «Fe en Cristo y humanismo», en Civiltà Cattolica, 2015, IV, pp. 311-316). En su reflexión resaltaba el hecho de que las diversas culturas, fruto de la sabiduría de los pueblos, son el reflejo de la Sabiduría de Dios. La sabiduría humana es contemplación que tiene su origen en el corazón y en la memoria de los pueblos. Ella es el lugar privilegiado de la mediación entre el Evangelio y los hombres, y es el fruto del trabajo colectivo en el transcurso de la historia. De aquí surge, en la misión de evangelizar las culturas y de inculturar el Evangelio, por una parte, la necesidad de una «contemplación sapiencial de las culturas» y, por otra, de una «santidad que no le teme al conflicto y es capaz de constancia y paciencia» apostólica, venciendo con parresía todo temor y todo «extremismo de centro».
La Civiltá Cattolica Iberoamericana