Abril 20, 2024

Una Cuaresma para Aprender a Amar

 Una Cuaresma para Aprender a Amar

Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?  1 Juan 4:20.

Este tiempo litúrgico, de purificación e iluminación interna, verdadera preparación para la Pascua de Resurrección, es tiempo de ayuno de la rabia, del resentimiento, de la envidio, de la vanagloria y el orgullo; el ayuno que el Padre anuncio entre los profetas y el Hijo, nuevo hombre que es Verbo Encarnado, nos invitó. Así conmina un profeta:

Ayunan, sí, pero entre pleitos y disputas, repartiendo puñetazos sin piedad. No ayunan como hacen ahora, si quieren que se oiga en el cielo su voz. ¿Creen que es este el ayuno que deseo cuando uno decide mortificarse: que mueva su cabeza como un junco, que se acueste sobre saco y ceniza? ¿A esto llaman ayuno, día agradable al Señor? Este es el ayuno que deseo: abrid las prisiones injustas, romper las correas del cepo, dejar libres a los oprimidos, destrozar todos los cepos; compartir tu alimento con el hambriento, acoger en tu casa a los vagabundos, vestir al que veas desnudo, y no cerrarte a tus semejantes” (Isaías 58:4-7).

¿A que nos sentimos llamados? Acojamos al excluido, al oprimido, al silenciado, incluso al agresor, pues entre ellos estamos nosotros y muchas veces ese otro es nosotros mismos; pues en la falta de autenticidad nos vestimos falsas ropas que nos elevan a cosas que no somos, nos integran a formalismos que solo nos ciegan de la verdad y nos regodeamos de falsa corrección, deberes morales de dioses falsos que solo sirven para encadenarnos más -aunque pensemos que somos más libres-. Es simple, solo hay que ser verdaderamente auténticos, y ser quienes somos; Cristo, verdadero hombre que fue y es quien todos debimos ser, quien fue sacrificado como un cordero nos enseñó:

Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos y pórtense bien con los que los odian. Bendigan a los que los maldicen y oren por los que los injurian. Si alguno te golpea en una mejilla, ofrécele también la otra. Si alguno quiere quitarte el manto dale hasta la túnica. A quien te pida, dale, y a quien te quite algo tuyo, no se lo reclames. Pórtense con los demás como quieren que los demás se porten con ustedes. Porque si solamente aman a los que los aman, ¿cuál es el mérito de ustedes? ¡También los malos se comportan así! Y si solamente se portan bien con quienes se portan bien con ustedes, ¿cuál es el mérito de ustedes? ¡Eso también lo hacen los malos! Y si solamente prestan a los malos con la esperanza de recibir de ellos algo a cambio, ¿cuál es el mérito de ustedes? ¡También los malos prestan a los malos con la esperanza de recibir de ellos otro tanto! Ustedes, por el contrario, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. De este modo tendrán una gran recompensa y serán hijos del Dios Altísimo, que es bondadoso incluso con los desagradecidos y los malos. Sean compasivos, como también el Padre de ustedes es compasivo” (Lucas 6:27-36).

De que sirve que digan: ¡sí señor hacemos tu voluntad! ¡sí señor creo en ti! ¿si acaso ignoran su palabra? Cuando no hacemos la voluntad del Creador, realmente no lo estamos amando. Al contrario, “por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:14); pues Él nos amo primero y sin pedir nada a cambio se hizo uno entre nosotros, caminando entre los más pequeños y humildes, sacando perlas de pantanos, dando esperanza en medio de la desesperanza, fue Él señor de los afligidos quien siempre habito entre nosotros. “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Juan 3:17).

Como señala una de las cartas pastorales del Nuevo Testamento, partamos reconociendo el amor de Dios para nosotros: “Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15), pues el vino a dar vista a quienes no ven y cegar a quienes dicen ver (Lucas 4:18). Realmente regocijémonos en el gusto de escucharle todos los días, como decía Esteban Gumucio SSCC, de cómo Él nos dice que da más la anciana que da una pequeña moneda que todas las riquezas que dan los ricos, pues ella está dando su vida [1]. Así, con unos ojos fijos en Jesús, en tiempos de ayuno de la barbarie, reconocemos a nuestro amigo, el amigo de humildes, de niños, de mujeres, el señor de las sorpresas quien nos ama incondicionalmente; benditos los que lloran y los sedientos de justicia pues nuestro señor Jesucristo nos ha perdonado a todos, por amor, gratuitamente se sacrifico por nosotros. “No debáis a nadie nada, sino el amar os unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley” (Romanos 13:8).

Estamos salvados, pues así se decidió el Nuevo Adán al ser subversivo sanando toda clase de gente, en medio de la confusión y el peso de las normas injustas, fue Él quien nos dijo el verdadero valor de la ley (Mateo 5:17-26) y nos dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34). Entonces, ya sabiendo que somos perdonados y amados incondicionalmente, ¿es suficiente? ¿Qué preparamos entonces en Cuaresma realmente? Nuestro corazón, preparamos nuestro corazón, no es suficiente amarse uno solamente, pues un amor que no sale de sí mismo nunca fue amor, solo era vanidad o complacencia.

Tengan piedad de los humildes, aborrezcan la mentira, enfrenten la injusticia, salven a todos cuanto sufren, entren a las casas de los pobres y den sonrisa, sean fuerza y compañía de quien busca trabajo, sean recto reflejo del amor al dar todo por la justicia social, sean padres y madres del mundo, hermanos y hermanas por el don de la carne; “porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16). Pues como dice Berdiáyev, “la conciencia de Cristo como Dios cumplido y Hombre cumplido lleva al hombre hasta una altura vertiginosa, lo eleva hasta la santa Trinidad (…) intermediario entre Dios y el cosmos (…) (pues) Cristo restauró la genealogía perdida del hombre[2].

Si el señor que puede mucho más todavía y así dará mucho más incluso ¿qué nos queda a nosotros por dar? Nosotros solo tenemos la tarea de ser personas; que nuestra dignidad se haga presente, su elevación en la bondad e interioridad de semejanza -hacernos uno con los otros, sin perdernos, sino que encontrándonos- como señala Agustín de Hipona [3], que “todas vuestras cosas sean hechas con amor” (1 Corintios 16:14).

Esperar la Buena Nueva de la muerte y resurrección del Hijo del Hombre, es la invitación de caminar como Él. Tal vez sea más claro leyendo a Ezequiel: “buscaré la perdida, haré volver la descarriada, vendaré la perniquebrada y fortaleceré la enferma; pero destruiré la engordada y la fuerte. Las apacentaré con justicia” (34:16). No olviden que nada somos sin el amor, nada valemos, nada podremos, nada seremos, sin amor somos cascarones vacíos, corazones destemplados en el hedonismo, el nihilismo o el odio a sí mismo.

Si no tengo amor, de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo, y hasta el idioma de los ángeles. Si no tengo amor, soy como un pedazo de metal ruidoso; ¡soy como una campana desafinada! Si no tengo amor, de nada me sirve hablar de parte de Dios y conocer sus planes secretos. De nada me sirve que mi confianza en Dios me haga mover montañas. Si no tengo amor, de nada me sirve darles a los pobres todo lo que tengo. De nada me sirve dedicarme en cuerpo y alma a ayudar a los demás” (1 Corintios 13:1-3).

Por ello, como nos enseñó Esteban Gumucio SSCC:no es tiempo perdido, tiempo que se da[4], al contrario, si la vida es la constante búsqueda de ser, ayunemos de lo que nos llena y deja un vacío en nuestro interior sin satisfacernos; pues de dinero, de clamor, de falsos honores, de halagos, comida o la carne no se llena aquello que supera los límites de la corporalidad. Al contrario, démonos, demos todo lo que hay en nosotros y vaciemosnos, descentrémonos de nosotros mismos para realmente encontrarnos en nuestra pequeñez que es grandeza, en la humildad que es honor, en esa donación gratuita que es realmente ser feliz, ser persona.

Esto es la Kénosis (κένωσις), el verdadero vaciamiento para recibir la voluntad de Dios: AMAR. “Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 4:16).

¡Así seremos juzgados!, quienes están con Dios y quienes no. Sepan los agnósticos y los ateos que no importa que no crean en el salvador de la humanidad, pues Cristo nuestro señor cree en todos y cada uno de ustedes -como decía el Abate Faria a Edmundo Dantés en el Conde de Montecristo de Alejandro Dumas [5]-.

Estos tiempos de preparación litúrgica nos deben recordar la misión del verdadero Lucero del Mundo, Cristo hombre y Dios, nuestro salvador (Juan 8:12), darnos el verdadero valor de la ley, liberando a los oprimidos y convirtiendo a los pecadores, salvar a todos. Ese hombre realizado, ese Verbo hecho carne, ese Dios sacrificado, el mayor e incondicional siervo de todas las mujeres y hombres nos dijo:

Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25:31:46).

Seamos valientes, y aceptemos ese perdón, ese amor incondicional de nuestro salvador, haciéndonos nuevos hombres y mujeres, volviendo a nacer del Espíritu (Juan 3:5-7) encarnando los medios imperecederos proporcionados por el Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad en nuestro modo de ser: entendimiento o inteligencia, sabiduría, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios (Catecismo de la Iglesia Católica 1831).

Entendimiento del otro, una verdadera empatía de hacer en nosotros sus emociones, necesidades, alegrías y dolores, entender a ese que es realmente nuestro hermano, nuestra familia; sabiduría real, aquella que distingue lo negro del blanco, aquella que nos revela la verdad en la experiencia de ser persona, que en medio de errores y el pecado nos convierte en pescadores de hombres mediante el perdón; consejo amable que se duele con la pena ajena y se da asimismo para encontrarse en una comunión real con los otros (una expresión patente de la Koinonía); fortaleza de soportar los golpes, las humillaciones, las descalificaciones y ofensas de incluso de aquellas y aquellos que dijeron o dicen amarnos, la voluntad de resistir fuerzas más grandes a las que nos podemos enfrentar con endereza sin fragmentar nuestros corazones que se hacen más grandes y compasivos en medio de la dificultad y el dolor; ciencia de un verdadero entendimiento fundado en la verdad, la verdad del otro que es con Dios, de conocer la íntima realidad de mi persona y todas las personas que son seres frágiles, dependientes, pecadores que se equivocan siempre, pero a la vez libres, inteligentes, amorosos y capaces de ser amigos y perdonarse a sí mismos y a los otros; piedad de uno mismo y el mundo, de todos y cada uno de los Hijos de Dios, la sincera compasión de ir más allá de lo justo y darlo todo hasta el confín de la eternidad del corazón, piedad para darse sin límites; temor de Dios para hacer su voluntad, AMAR.

Como nos recuerda Berdiáyev, el Hijo de Dios se hizo hombre, no ángel, no se hizo joyero de la gloria del Padre, se realizo como Nuevo Adán, pues son las mujeres y hombres quienes desempeñamos el papel de tutela del mundo, de nosotros mismos y los otros; es tarea de toda persona ser un ente creador y proseguir la creación misma -lo que el místico ortodoxo llamo 8vo día de la creación-: realizar plenamente el plan de Dios, pues el cordero de Dios fue sacrificado para que nos podamos levantar de nuestra caída [6]. ¿Qué cuesta entender? “Que venga también el sediento y, si lo desea, se le dará gratis agua de vida” (Apocalipsis 22:17), bebamos el agua de vida, aprendamos a amar.

Que este tiempo litúrgico nos sirva para limpiar nuestros corazones y saber realmente amar:El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará” (1 Corintios 4-8).

Pues como señalo el patrono de los trabajadores, el santo chileno, san Alberto Hurtado: “Sí, al buscar a Cristo es necesario buscarlo completo. Basta ser hombre para poder ser miembro del Cuerpo Místico de Cristo, esto es, para poder ser Cristo (cf. 1Co 12,12-27). El que acepta la encarnación la debe aceptar con todas sus consecuencias, y extender su don no sólo a Jesucristo sino también a su Cuerpo Místico. Y este es uno de los puntos más importantes de la vida espiritual: desamparar al menor de nuestros hermanos es desamparar a Cristo mismo; aliviar a cualquiera de ellos es aliviar a Cristo en persona. Tocar a uno de los hombres es tocar a Cristo. Por esto nos dijo Cristo que todo el bien o el mal que hiciéramos al más pequeño de sus hermanos a Él lo hacíamos (cf. Mt 25)” [7].

Alonso Ignacio Salinas Garcia

Primer Secretario General de la Juventud de la Izquierda Cristiana de Chile.

Columnista de “Reflexión y Liberación” y el “Diario Constitucional”.

Estudiante de Derecho Pontificia Universidad Católica de Chile.

Encargado del Equipo de Investigación IC del Convencional Constituyente Roberto Celedón, Distrito 17.

Asesor Jurídico Constitucional Convencional Paola Grandon, Distrito 17.

Citas:

[1] Poema “Amigo de Publicanos” de Esteban Gumucio SSCC.

[2] Vid. Berdiáyev, Nikolái (1978): El Sentido de la Creación (Buenos Aires, Carlos Lohlé), p. 86.

[3] Agustín de Hipona, Ennar. In PS., 145, 5.

[4] Poema “Tú, Mi Hermano” de Esteban Gumucio SSCC.

[5] Vid. Dumas, Alejandro: El Conde de Montecristo, Primera Parte “el Castillo de If”, Capitulo 17.

[6] Berdiáyev, Nikolái (1978): op. Cit., p. 79.

[7] Alberto Hurtado. Distribución y uso de la riqueza, conferencia en la Concentración Nacional de Dirigentes del Apostolado económico- social, año 1950.

 

 

 

 

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