Cuidar el ecosistema para un mundo mejor
‘El cordón umbilical que nos vincula a la Tierra es mucho más profundo que las ataduras biológicas y, si la maltratamos a ella, nos maltratamos a nosotros’. (Raimon Pannikar /2021).
Escuchar al planeta implica percibirlo como una entidad y, de hecho, todas las culturas lo han considerado mucho más que un objeto. Una intuición ancestral de casi todos los pueblos asegura que la Humanidad es un solo cuerpo vivo con la Tierra; es decir, que los humanos somos ella, no meros residentes en su superficie. De ahí que amarla exija protegerla por su bien y por el de todos, porque de su supervivencia depende la de miles de especies. Tal vez ese sea el motivo de que las Naciones Unidas adoptasen en 2009 el nombre de Madre Tierra, al declarar el 22 de abril como su día oficial, y decretar el 5 de junio como jornada del medio ambiente.
“Hay que frenar y dar un descanso a la Naturaleza”, exige Sylvia Earle, bióloga marina y Premio Princesa de Asturias 2018. Reconocida como la voz del océano ante nuestra especie, Earle sostiene: “Cuando me preguntan cuál es mi animal marino favorito, siempre respondo lo mismo, los humanos. Nosotros necesitamos el mar tanto como lo puede necesitar una ballena, un atún o una barrera de coral”.
La primera mujer africana en recibir el Nobel de la paz en 2004 fue Wangari Maathai, quien logró que se incluyera en este premio la defensa del medio ambiente como factor de la paz. El jurado reconoció su defensa de la ecología, que inició en 1977 con el llamado Green Belt Movement, consistente en plantar árboles buscando paliar la desertización de su país, Kenya, y ayudar a que las mujeres alimentasen a sus familias. El objetivo era que ellas sintieran la necesidad de proteger el medio ambiente tanto como reivindicar sus derechos; de ahí el ofrecerles cursos de jardinería, feminismo, política o ecología, con el lema: “plantar árboles y sembrar ideas” (Maathai, 2020).
Su labor consiguió que el árbol acabara simbolizando la paz y la resolución de conflictos, al plantarse en zonas de lucha con el fin de promover una cultura de la armonía. Usarlo como lenguaje pacifista ya formaba parte de la tradición africana; razón de que, a día de hoy, se sigan sembrando y la Fundación Wangari Maathai vele por la continuidad y expansión del proyecto tras haber plantado cincuenta millones de ejemplares.
Otras voces de peso se han alzado para exigir a los políticos propuestas y acciones: desde líderes religiosos como el Dalai Lama o el Papa Francisco, férreos partidarios de la acción climática urgente, a la primatóloga Jane Goodall, demandando a los gobernantes: “elegir un proyecto para ayudar a las personas. Otro para ayudar a los animales y otro para ayudar al medio ambiente, porque todo está interconectado”.
Los testimonios citados insisten en que debemos vivir en paz con la Naturaleza y amarla, lo que supone sintonía con ella, sin desear rentabilizarla y agradeciendo la serenidad que nos aporta. En el siglo XIX, autores de la talla de Dostoievski o Walt Whitman ya lo plantearon; en el XX, Joan Maragall lo asumió al afirmar: “Soy la Naturaleza sintiéndose a sí misma”.
Montserrat Escartín / Universidad de Barcelona