Diciembre 12, 2024

Ronaldo, ni oveja ni pastor

 Ronaldo, ni oveja ni pastor

A propósito de las celebraciones por los 10 años de la pascua del teólogo de la liberación, amigo y hermano de camino, Ronaldo Muñoz; comparto dos textos: El que leí al presentar una nueva publicación de sus escritos (trabajo en conjunto con Diego Irarrázaval); y un sencillo testimonio que escribimos junto a Isabel Reyes, de la CEB Jesús Pastor, La Granja. (para una hermosa y sencilla edición coordinada por Paulo Álvarez).

 

Teología de impertinentes, Impertinentes de la teología.

Recuerdo que precisamente hace unos 9 años (octubre del 2010), en la presentación de libro Conversaciones con Ronaldo Muñoz, esa hermosa entrevista de Enrique; nos conocimos con Diego. Hoy estamos aquí de nuevo, hablando de Ronaldo.

Pero más que referirme a Ronaldo y a los libros, quiero hablar de la teología, del rol de la teología hoy. Ya que Ronaldo, antes que todo y a parte de ser cristiano, fue un teólogo y dedicó su vida al oficio artesanal de la teología desde los pobres.

En los Seminarios de Formación Teológica (SFT) de Argentina, donde Ronaldo también participó mucho, suena siempre esta frase: “somos pobres y hacemos teología”. Allí, tenemos plena conciencia de que el sujeto teológico es el pobre, el laico/laica, el campesino, la mujer, el indígena, el trans, el niño, el adolescente que ha perdido sus ojos -podríamos agregar hoy. Esos rostros actualizados del Cristo de Mateo 25, son quienes “hablan de Dios, piensan a Dios y viven al modo del Reino”. Lo que podría ser una definición de la teo-logía. Obviamente con todas las tensiones y contradicciones pertinentes.

Me parece, que hacer teología desde allí, desde los pobres y a partir de esos rostros, es romper con el lenguaje tradicional, consiste en atreverse a cuestionar lo que se ha mantenido incólume, no por un mero afán rebelde, sino porque el estatus quo y sus discursos políticos y religiosos, sociales y económicos nos tienen así: ahogados al borde del colapso. Nos tienen ad portas de consumirnos junto con el planeta, nos tienen migrando kilómetros y kilómetros con nuestros hijos en brazos, nos tienen en el engaño y la falsedad, en países destrozados y colonias imperialistas. Nos tienen, y esto es grave, lejos del amor. Lejos de la belleza y la compasión. Si la teología en cuanto discurso y praxis (vida cotidiana y práctica) inspirada en el Nazareno no modifica en nada esto, ni siquiera cuestiona las estructuras del patriarcado eclesial, militar, familiar y cultural entonces es mejor que siga encerrada en sí misma como un saber cómodo y demasiado conforme con sus revistas. La teología hoy debe ser impertinente. Si no lo es, debemos ponerle otro nombre: charla de bautismo, curso de oración, consagración a la virgen; pero no teología (a sabiendas que siempre hay una teología implícita).

Ronaldo perteneció y pertenece a esta escuela (teológica) de los impertinentes y, junto con muchas y muchos nos inspira, nos desafía, nos empuja, nos incomoda. Los problemas sociales, el estallido popular y la violencia del modelo (de los modelos), deben ser pensados desde la fe. La teología latinoamericana y esta, hecha en Chile y no en cualquier Chile, nos impelen a pensar esta tierra plurinacional tan llena de heridas. Los cristianos no pueden estar tranquilos en sus capillas y sacristías diciendo amén. Mucho menos apoyando movimientos racistas, clasistas, espiritualistas, moralistas, xenófobos y violentistas. Eso no tiene nada que ver con Jesús. Nada. La teología impertinente de Jesús invita a abrir los brazos, abrir la mente, abrir la palabra y los gestos para compartir vida, para enredarse y equivocarse. Para transformar estructuras y modificar prácticas y hábitos sin sentido ni significado. Y, en todo ello, Ronaldo Muñoz, sigue siendo un maestro.

 

Ronaldo, ni oveja ni pastor.

Lo primero que impactaba en Ronaldo era su palabra, su forma de hablar y de explicar la belleza del Evangelio. Poseía una sensibilidad muy particular respecto de las cosas del Señor. Son precisamente esas “cosas del Señor” las que alimentan nuestras esperanzas y sueños en medio de la realidad social, política y eclesial del Chile actual; en la que la memoria de Ronaldo nos sigue acompañando y animando.

Uno se quedaba a escuchar a Ronaldo, quien, como un artesano de la palabra, no daba puntada sin hilo ni decía nada que no fuera digno de escuchar. En ese sentido es que Ronaldo era un verdadero profeta: un porta-voz. Y no solo él, como personalizando la Palabra y las palabras, sino un promotor de que otras voces pudieran oírse y expresarse. En eso Ronaldo era exigente. Nadie debía acaparar la palabra, nadie debía comenzar el Padre Nuestro dirigiéndose sólo al Abba. Entre las muchas enseñanzas y regalos de Jesús, se encuentra la posibilidad de llamar a Dios de Padre, de Papito querido (Abba). Por eso, comenzar la oración de los hermanos y hermanas con ese “Padre Nuestro que…”, juntos, es mucho más que una mera inclusión; se trata de un acto de fe y una ofrenda de Jesús.

Al principio Ronaldo podía parecer rígido o exigente y claro que lo era, pero no como expresión de autoritarismo o poder. Ronaldo era todo menos impositivo. De a poco su exigencia se hilaba con una hermosa humildad y esa rigidez no era otra cosa que una coherencia a toda prueba. Con el Evangelio de Jesús no había juegos ni recovecos. Ronaldo parecía vivir parado -literalmente- sobre los evangelios (los textos y el mensaje). Por eso su testimonio no puede ser entendido sino como una parábola del Reino. Su ser estricto y meticuloso era expresión de un amor profundo por las enseñanzas del Maestro. Incluso su misma apariencia era manifestación de esa humildad, de lo que significa “seguir” a Jesús.

Los jóvenes de la Población Yungay fueron albo de su atención. Era imposible pasar por el camino sin detenerse, sin acercarse, sin levantar al joven caído. Ronaldo intentó vivir al modo del buen samaritano, que a su vez es signo de ese reinado presente y cercano inaugurado por el Señor. Si vivir el Evangelio se trata de servir, Ronaldo encarnó esta experiencia en medio de los jóvenes y comunidades de “la Yungay”. Con mucha sensibilidad, y esto vale la pena resaltarlo, pues no era raro que Ronaldo se fijara en detalles estéticos y manifestara la belleza o llegara de pronto con claveles rojos para adornar el altar popular.

Ronaldo no era un líder al modo de quien toma el megáfono. No. Ronaldo era del tipo que daba las ideas para que otros las ejecutaran. En ese sentido vivía una verdadera autoritas o en palabras del Evangelio, una exousia: autoridad. Muchas veces los fariseos y los mismos seguidores de Jesús se preguntaban ¿Con qué autoridad (exousia) hace esto? (Mt 11, 28; 21, 23; Mc 11, 28) ¿Con qué autoridad sus discípulos no respetan el sábado o comen lo prohibido? (Mt 12, 2) ¿Quién le ha dado ese derecho? Nosotros no, respondían las autoridades religiosas de aquel tiempo. Nosotros tampoco, los políticos. Sucede que Jesús obraba en vistas del Reino de Dios, impulsado por la Ruah Divina que reconocemos como el Espíritu de Amor que todo lo impregna y todo lo vivifica. Ese Espíritu motivaba a Jesús y con él, por él, a sus discípulos y discípulas. Precisamente ese mismo obrar del Espíritu es el que reconocemos, en medio de todas sus ambigüedades y neurosis, en nuestro hermano Ronaldo. Y es ese Espíritu el que Ronaldo, obstinadamente, quería ver actuar en todos los creyentes. Autoridad es quien hace al otro autor de su libertad, autor de su vida, autor de su liberación. Por eso y sólo por eso, es posible afirmar que Ronaldo fue una autoridad.

Recordamos cuando Ronaldo y la comunidad organizaron una protesta contra las drogas en la población, como ese líder que no llevaba la batuta, sino que acompañaba desde atrás. Recordamos lo conciliador que era, esa fina sensibilidad por acercarse a los que se encontraban distanciados. Ni la violencia ni el rencor tenían cabida en su actuar: eso mismo lo vivía en la comunidad. No era raro que se preocupara por los hermanos y hermanas que no se hablaban o estaban enojados. En esa línea Ronaldo vivía una dimensión muy propia del cristianismo: la unidad. Pero no como aquella que uniformiza o evita los conflictos, sino la unidad cristiana: la que se abre a la reconciliación y al perdón, la que sabe de diferencias y pluralismo, y es maestra en diálogo, respeto y comprensión. Si el dia-bolos es el que divide, Ronaldo vivió una vida de sym-bolos, una vida de unidad en la diferencia, de respeto y escucha desde la posicionalidad evangélica por los pobres. Unidad que es hospitalidad y acogida. Unidad es también un lugar, una opción y una posición vital; y Ronaldo fue un maestro en aquello.

¿Dónde estaría Ronaldo hoy? Allá en la protesta, en algún cabildo explicando, en alguna esquina activo dialogando y escuchando. Viviendo su coherencia total, su digna rebeldía eclesial. No como oveja ni como pastor. Y si lo llamamos pastor, es por que va detrás protegiendo, acompañando. Por eso, es mejor nominación la de hermano, simplemente. Pues Ronaldo no era de dar órdenes tajantes, sino de movilizar el corazón del otro: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37). Y allí subyace un mar de posibles, un horizonte abierto para la acción humana en vistas del sufriente y necesitado.

Falta mucho para que las comunidades se empoderen al modo de Ronaldo o al modo en que Ronaldo pretendió. Las comunidades siguen con “prácticas de oveja” o necesitadas de un “tipo de pastor”. Ronaldo fue más lejos, motivó a otras prácticas eclesiales, fue promotor de otra ética. Falta camino aún. Falta que las comunidades vivan su exousia hermosa, su responsabilidad creyente y su dimensión profético-mística tan propia del mundo de los pobres.

El despertar chileno ha provocado algo de eso: salir de nuestros ensimismamientos y acomodaciones. Estábamos demasiado confiados en nuestras propias fuerzas, alimentados de un ego voluntarioso y autocomplaciente. Los terribles “qué bueno que soy” y “que bien que estamos aquí”, como el torpe Pedro en el monte de la transfiguración (Mc 9, 5). Dios se había -y se ha- transformado en un suplemento. Nos hemos ido dando cuenta de la soberbia humana y comunitaria. Y de a poco, hemos podido volver a abrir los ojos. Volver a perdonarnos, volver a mirar nuestras heridas para caminar hacia la justicia. La Iglesia, comunidad sencilla y servidora, núcleo de esperanza, puede volver a despertar en sus bases pobres. Allí, el amor no se ha cansado, y el testimonio maravilloso de Ronaldo nos sigue animando en la terca y libre esperanza.

Pedro Pablo Achondo  –  Diego Irarrázaval

Editor