Noviembre 11, 2024

Una mujer Cardenal

 Una mujer Cardenal

Ya tarda la Iglesia católica en crear mujeres cardenales.

No lo digo como cantinela feminista porque se acerca el 8 de marzo, sino porque lo considero una necesidad que responde a los signos de los tiempos, y también lo visualizo como un bien institucional, por aquello que llamamos la conveniencia de “ampliar la base”. Más candidatos y candidatas multiplican el número de personas adecuadas para asesorar al Papa. Y le iría bien.

Las mujeres en cargos de responsabilidad en la Iglesia no se ven, y las que hay son casi invisibles y no estamos hablando de los puestos más relevantes de poder de decisión.

Pongamos por caso que se decidiera nombrar a una secretaria de estado, por ejemplo, creada cardenal antes, y que corte el bacalao. Equivaldría a una primera ministra. Hay algunos aspectos prácticos que quizás serían inconvenientes, al principio. Por ejemplo, que estamos acostumbrados a ver a cardenales obispos y, por lo tanto, hombres y, por lo tanto, ordenados. Con una mujer eso, hoy por hoy, no pasaría, porque las discusiones sobre la ordenación femenina tienen muchas complicaciones históricas, dogmáticas, eclesiológicas, litúrgicas, canónicas, etc. No hay que mezclarlo, tampoco. Estamos hablando de poder político, no de categorías sacramentales, aquí. Poder que en la Iglesia tiene otro nombre, que es servicio. Pero no el servicio de las monjas que hacen de sirvientas o de las laicas consagradas que se han convertido en cuidadoras, sino el servicio que tienen los cardenales, con su dignidad, autoridad, sueldo, reconocimiento y, sobre todo, proximidad con el Papa. Un servicio colectivo, poner los dones y responsabilidades a favor de una causa.

Una mujer que conozco y de la cual he seguido la trayectoria, la historiadora turinesa Lucetta Scaraffia, ha escrito una novela que se llama La mujer cardenal, publicada en castellano por la editorial San Pablo, y el libro va precisamente de eso, de una mujer cardenal.

Scaraffia era articulista del diario Osservatore Romano y creó una revista dentro del diario sobre mujeres (Mujer, Iglesia, Mundo). Fue directora unos años, pero dimitió aduciendo falta de confianza con el nuevo director. Scaraffia hizo saber al Papa que las mujeres están en el último banco, en la Iglesia, y que alguien tiene que ponerle remedio.

Lo que esta historiadora y columnista describe es una retahíla de situaciones que nos presentan analogías con la realidad: un papa latinoamericano que se llama Ignacio y quiere reformar la curia (hasta aquí todo bien) y crea una mujer cardenal que será secretaria de estado (a partir de aquí la cosa se complica). El libro está lleno de situaciones verosímiles y otras de película, pero ya sabemos que el Vaticano, desde donde hoy escribo esta columna, es un lugar donde intrigas, poder, belleza, pero también envidias, carrerismo y malicia se han dado la mano muy a menudo. Los pobres papas han tenido que lidiar con mayordomos traidores y con cardenales que les han querido llevar la contraria. El escrito de Lucetta parece una novelita y, en cambio, contiene ingredientes de bomba precisamente porque todo toma un tono tan real que crea inquietud.

Una mujer cardenal, o varias mujeres cardenales, no mejorarían automáticamente la Iglesia, pero la convertirían en un lugar más habitable, paritario, humano y creíble. En el fondo, como institución, es uno de los grandes retos que tiene hoy. Lucetta confiesa que le gustaría verlo, y no está sola en su deseo.

Miriam Díez / Catalunya

El Nacional  –  Reflexión y Liberación

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