Sobre la salud de Diego Irarrázaval
Vengo saliendo de una pequeña visita a Diego en el hospital.
Con señas y sumamente consciente me dijo que estaba en paz. Que la sobreabundancia de su vida ha sido un regalo, para él y para tantos y tantas. Le conté a la enfermera que es uno de los más grandes teólogos latinoamericanos y que hemos aprendido mucho junto a él. Que su vida ha sido sencilla, “quitadita de bulla” como la de Jesús en Nazaret. Que ha preferido sentarse atrás y caminar con los pequeños.
Le besé la frente mientras él tomaba mi mano para expresar su cariño. Me dijo que ya quiere irse a casa. Le dije que lo quiero mucho y que agradezco su amistad. Que se recupere porque tenemos varias conversas más y que tiene que terminar su libro de mariología popular…
Le conté que todo el mundo le manda saludos, en muchas partes y hogares de América Latina. Que el Altiplano lo abraza y que hoy habrá hasta una oración comunitaria por él. Sus ojos sonreían mientras se llenaban de lagrimitas.
¡Gracias por tanto hermano mío! ¡Estamos contigo!
Pedro Pablo Achondo