Diciembre 13, 2024

Jesús de Nazaret y la Mujer (I)

 Jesús de Nazaret y la Mujer (I)

¿Puede la Iglesia seguir condenando a la mujer a no poder ser sacerdote?

 

Vamos a ofrecer en tres partes (I,II y II) una sencilla reflexión sobre Jesús y la mujer, que nos permita sacar dos conclusiones: la gran valoración que Jesús hace de ella, y cuál debe ser nuestra actitud de fondo y de forma al respecto.

El Papa Francisco crea una Comisión para el estudio del Diaconado

En agosto pasado el Papa Francisco, que tanto bien está haciendo el mundo y la Iglesia, creó en agosto pasado una Comisión para estudiar el Diaconado Femenino en la Iglesia. “Algunos miembros de la misma insisten en que no existe obstáculo teológico a la medida, tomando en cuenta un precedente que se remonta a la antigüedad, cuando había mujeres consagradas para determinados ministerios durante los primeros siglos del Cristianismo”.

Llegar a su implantación sin duda sería un paso muy importante para corregir el hecho de que “las mujeres están muy poco representadas en la jerarquía de la Iglesia y sus procesos de decisión, a pesar de ser muy numerosas en varias órdenes religiosas donde superan ampliamente la cantidad de curas y monjes”.

A fin de conocer un poco el singular y muy importante comportamiento de Jesús con la mujer, ofrecemos las siguientes reflexiones:

Nos cuenta Lucas (Juan 8,1-11) que en una ocasión los letrados y fariseos le presentan a Jesús una mujer sorprendida en adulterio. La colocan en el medio y le plantean a Jesús que la ley manda apedrear a las adúlteras. Jesús les dice: “el que esté sin pecado que le tire la primera piedra”. Ellos se escabulleron empezando por los más viejos. Quedan solos Jesús y la mujer y Él le dice: “Nadie te ha condenado, yo tampoco te condeno. Vete en paz y no peques más”.

Si Jesús no condenó a aquella mujer adúltera, ¿puede la Iglesia seguir condenando para siempre a la mujer a no poder ser nunca ministro celebrante de la Eucaristía y no ser jamás apta para consagrar el pan y el vino?

Textos antiguos sobre la mujer

Antes de abordar el tema de Jesús de Nazaret y la Mujer, veamos algunos textos de escritos y personajes famosos sobre la mujer. Esto nos facilitará comprender y valorar mucho más y mejor la actitud de Jesús ante la mujer desde la realidad de su tiempo:

Zaratustra (h. 628 – ?, 551 a. C.): “La mujer debe adorar al hombre como a un dios. Cada mañana debe arrodillarse nueve veces a sus pies”.

Código de Hammurabi (1722-1686 a. C.): “Cuando una mujer tuviera una conducta desordenada y dejara de cumplir sus obligaciones de hogar, el marido puede someterla y esclavizarla”.

Leyes Manu (Libro sagrado de la India, dictadas muchos años a.C., pero escritas tal vez en el siglo III a. C.): “Aunque el marido se dé a otros amores, la mujer debe revenrenciarlo como a un dios”. “Manu le asignó a la mujer cama, asiento, adornos, deseos impuros, rabia, deshonestidad, malicia y mala conducta”.

Aristóteles (384-322 a.C.): “La naturaleza solo hace mujeres cuando no puede hacer hombres. La mujer, por tanto, es un hombre inferior”.

La Biblia (Eclesiástico): “Toda malicia es poca junto a la malicia de mujer”.

Oración de los varones israelitas: “…Y te doy gracias, Señor, por no haber nacido mujer”.

El Corán: Aunque el Corán es muy posterior a Jesucristo, sin embrago menciona muchos personajes que aparecen en los libros sagrados del judaísmo y el cristianismo (Tanaj y Biblia) que evocan el eco cultural precristiano. Así enjuicia el Corán a las mujeres: “Los hombres son superiores a las mujeres, porque Alá les otorgó la primacía sobre ellas, dio a los varones el doble de lo que dio a las mujeres. No se legó al hombre mayor calamidad que la mujer”.

Los autores de estos textos tan negativos para las mujeres no quiere decir que no tuvieran también valores muy positivos en general y también hacia ellas, pero las muchas cosas negativas que dicen de las mujeres no las dicen de los hombres.

Veamos, pues, cuál fue la actitud y el comportamiento de Jesús con la mujer.

La mujer en la cultura hebrea

Cuanto más se conoce a Jesús en el entorno y contexto sociológico de su vida, mejor se comprende el valor y alcance de su mensaje, más se le valora, más se le admira y más se le quiere, lo cual vale de una manera muy especial para su gran valoración de la mujer y su comportamiento con ella:

Buena parte de los pobres que rodeaban a Jesús eran mujeres. Ellas y las niñas (como aún hoy en muchos países y sobre todo en el Tercer Mundo), eran lo más vulnerable de la sociedad de entonces, y más aún si eran viudas.

Hay que tener en cuenta que todo lo que sabemos de Jesús fue escrito por varones que emplean el lenguaje de la época que era genérico y sexista. Así, por ejemplo, cuando nos cuentan que Jesús abrazaba los niños, eran niños y niñas, los discípulos eran discípulos y discípulas.

En aquella cultura ultrapatriarcal, en muchos casos, no asistía la palabra femenina correspondiente a la masculina, aparte de que lo corriente era emplear siempre la masculina. Nosotros hoy, por ejemplo, decimos “piloto” referido al hombre, pero no decimos “pilota” referido a la mujer. Nosotros los curas de hoy en la misa decimos “el Señor esté con vosotros” y no con “vosotras”, aunque haya, y de hecho hay, más mujeres que hombres. A lo largo de los siglos los predicadores, estudiosos y comentaristas del Evangelio hemos hecho una lectura masculina del Evangelio. Afortunadamente esto esta cambiando un poco, sobre todo en Latinoamérica.

Ser mujer en tiempos de Jesús era vivir sometida al varón, servirle de ayuda adecuada, satisfacerlo sexualmente y darle hijos antes que hijas, lo que aún sigue vigente hoy en muchos países de Asia donde se calcula que “faltan” unos 96 millones de niñas, sobre todo en China e India, a quienes se impidió nacer o se privó de atención médica suficiente a causa de su sexo, indica un informe reciente de la ONU. Como la técnica permite conocer el sexo ante de nacer, esto contribuye a decidir abortar si el feto es niña. Y a donde no llega la técnica, la partera recibe 5 veces más gratificación si es niño que si es niña.

Para la cultura hebrea, la mujer era la tentadora de Adán y por tanto la peligrosa y sospechosa. En consecuencia había que acercarse a ella con cautela, y sobre todo mantenerla siempre sometida.

La mujer era propiedad del varón. Antes de casarse lo era del padre y después del marido. Si quedaba viuda era propiedad de los hijos varones o de nuevo del padre.

La mujer era ritualmente impura durante la menstruación y hasta siete días después de la misma. Si tenía un hijo varón era impura 40 días después del parto, pero si era niña hasta 80 días, por lo que tenía que ir al templo a purificarse. Durante ese tiempo nadie debía acercarse a ella. Incluso los objetos que tocaba quedaban contaminados. De todo esto derivaba su exclusión del sacerdocio ritual , de la participación plena del culto y de acceso a las áreas más sagradas del templo. La mujer era fuente de impureza.

El esposo podía repudiar a su mujer por una tontería, como que se le quemara la comida, o simplemente porque viese a otra que le gustase más, pero ella por ningún motivo podía repudiar a su esposo.

En tiempos de Jesús esta visión negativa de la mujer aún era más severa porque se la consideraba además frívola, sensual, perezosa, chismosa, desordenada, según la describe Filón de Alejandría contemporáneo de Jesús. Flavio Josefo lo resumen diciendo: “la mujer es inferior al varón en todo”.

La mujer debe estar recluida en casa para protegerla de la agresividad sexual de otros hombres. De lo contrario deshonraría a la propia familia. Para evitarlo era más seguro mantener a las mujeres cerradas en casa. A su marido tenía que llamarle “mi señor”.

Su trabajo era moler el trigo o la cebada entre dos piedras, (como aun hoy el maíz en muchas Comunidades indígenas de América), cocer el pan, cocinar, tejer y lavar el rostro, las manos y los pies de su marido; satisfacerlo sexualmente y darle hijos, ante todo varones.

Si es cierto que dentro de la casa era relativamente bien valorada, fuera de ella era como si no existiera. No podía alejarse de la casa sin ser con su marido, y fuera de ella no podía ni siquiera hablar con él, además de llevar el rostro oculto por un velo.

No podía tomar parte en banquetes. En juicios su testimonio no era aceptado como válido.

Las que se alejaban de casa sin la compañía de un varón eran consideradas de mala vida y sospechosa reputación sexual.

En el templo e incluso en la sinagoga debían estar separadas de los hombres y solo podían acceder al atrio de los paganos (los no israelitas). En las celebraciones religiosas bastaba con que estuviesen los hombres, ellas no hacían falta, porque ante Dios no tenían la misma dignidad. Por lo mismo no se les debía enseñar la Ley de la Torá (libro de la Ley de los Judíos) porque harían mal uso de ella: antes quemarla que confiarla a una mujer, decían los varones.

Está claro que estamos ante una sociedad machista al máximo con discriminación total de la mujer, tanto en lo público como en la religioso. Tal vez en las aldeas y pueblos pequeños esta discriminación, aunque era grande, no lo era tanto como en las ciudades. De su crudeza es un ejemplo la oración que recitaban todos los días los varones israelitas: “Bendito seas, Señor, porque no me has creado pagano, ni me has hecho mujer, ni ignorante”.

Este era el contexto social tan hostil a la mujer donde Jesús desarrolla su vida pública. Esto hace que el comportamiento de Jesús con las mujeres sea de mucho más valor e importancia de lo que pudiera parecer a primera vista. Lo veremos en el capítulo II.

P. Faustino Vilabrille Linares

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